Inkaterra: turismo de alto vuelo

Inkaterra: turismo de alto vuelo

Por Luisa Zuberbuhler
Nuestro primer contacto con inkaterra fue en la reserva amazónica, a orillas del rio madre de dios, en plena selva amazónica. Aterrizamos en puerto Maldonado y fuimos en lancha hasta el hotel. Fascinantes los pescadores con sus redes y los buscadores ilegales de oro que vimos en este trayecto de menos de una hora.
El primer día diluvió sin parar, pero no nos importó: estábamos agotados y gozamos de un día de fiaca total en nuestra cabaña que solo abandonamos para internarnos en el Ena – un spa que ingredientes exóticos de la amazonia – e ir al club house, construido alrededor de un tronco de extraña belleza e iluminado con faroles y electricidad de bajo impacto, para comer manjares cocinados con técnicas nativas. Al día siguiente tuvimos que comprimir las principales actividades del resort, situado en una reserva privada de doce mil hectáreas. A la mañana fuimos en lancha a la Reserva Nacional de Tambopata, caminamos casi 2 horas por la selva y abordamos una canoa para llegar al Lago Sandoval donde avistamos un grupo de lobos de rí o nutrias gigantes. A la tarde hicimos conopy trepando una torre de treinta metros de alto para acceder a una red de puentes colgantes que recorre las copas de los árboles. Aclaro que lo mejor de la Reserva Amazónica es su pro¬puesta de 24 horas en contacto con la naturaleza. Es re¬almente fascinante vivir en plena selva -con el máximo confort posible- sintiendo que la civilización y el asfalto están a años luz de ese asombroso universo verde. Sin embargo, la experiencia puede resultar decepcionante si se tienen expectativas de ver mucha fauna. Se ven ani¬males y pájaros, pero pocos y de lejos. Nuestra segunda etapa comenzó con el vuelo de Puerto Maldonado a Cusco, donde nos esperaba Abel al volante de una poderosa Mercedes Benz 4×4 para lle¬varnos a tomar el tren en la estación de Ollantay-tambo. Para evitar el mal de altura o soroche es mejor ir primero a Machu Picchu (2.350 metros), y después a Cusco (3.400 metros).
Atravesamos el Valle Sagrado con un alto en Chinchero, donde tiñen y tejen ponchos y mantas siguiendo técnicas milenarias. Ollante es una pintoresca aldea dominada por ruinas incas y después de una hora y media de tren se llega a agus calientes. Amé el Machu Pichu Puebo Hotel, reducto ecológico de lujo que imita un pueblo andino de casitas blancas con techos de tejas desparramadas en un predio de cinco hectáreas en las laderas del cañon, con impresionantes vistas del río Vilcanota. Imperdibles las visitas a Ukuku, – el “oso de anteojos”, endémico del lugar-, al jardín de orquídeas nativas, a la plantación de té, la zambullida en las piletas con agua de manantial y el sauna andino.
Clave planear la visita a Machu Picchu para despues de las 14h: la mayoría va al amanecer y a la tarde se retiran agotados. Y también es vital planear una estadía mínima de dos noches en el Pueblo Hotel para llegar descansados a las ruinas de esta joya arquitectónica.
El último tramo fue grandioso: 3 horas de lujo total hasta la estación de Poroy donde nos reencontramos con Abel que nos trasladó a la Casona, una de las primeras construcciones españolas edificada sobre un complejo Inca y ocupada por Don Diego de Almagro en 1534. Hoy es un Relais Chateaux, elegante y sostificado que sigue los lineamientos de las otras propiedades de Inkaterra: amenities naturales, donde lo único plástico es la gorra de baño, fruta fresca en las habitaciones y chimeneas a leña para ahorrar energia. Cusco, la capital del Tahuantinsuyo derrocha energía. Es una ciudad de intensos contrastes imposible de conocer en un par días. Sus calles, sus edificios, sus restaurantes, mercados y boutiques hacen que todo el que la visite prometa regresar.
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