El sueño chino, asfixiado por el smog tóxico

El sueño chino, asfixiado por el smog tóxico

Gideon Rachman
Una de las aplicaciones de iPad con más éxito en Beijing es el Índice de Contaminación del Aire. Esta aplicación es adictiva e inquietante a la vez. Cuando hace poco me hospedé en un hotel de Beijing, noté que – incluso desde el piso 40 – no podía ver más allá de una cuadra debido a la densa niebla gris que envuelve la ciudad. Así que verifiqué los números y descubrí que el nivel de calidad del aire, que mide las partículas finas que son especialmente peligrosas, era 250 – aproximadamente cinco veces más que el valor considerado seguro.
Unas semanas antes había experimentado Beijing con un nivel de 350, que hizo que me ardieran los ojos y me dolieran los pulmones, aún dentro de un auto. En enero, este valor llegó a 1.000, el punto en el que la embajada de Estados Unidos recomienda a las personas permanecer en sus casas con las ventanas cerradas.
A decir verdad, cuando el viento sopla y se lleva la contaminación de Beijing, el cielo es azul y de repente es un placer pasear por la ciudad. Pero un día lindo en Beijing significa que es un día feo en algún otro lugar del país.
La contaminación en China es un problema tan serio que amenaza con empañar los planes de Xi Jinping, el nuevo presidente. Xi popularizó la idea del “sueño chino”, como contrapartida del sueño americano. El sueño del presidente apunta a aumentar la riqueza del país e incrementar el poder del gigante asiático en el exterior.
Pero el smog asfixiante sugiere que los líderes del país tienen que replantearse sus objetivos nacionales. Después de todo, ¿de qué sirve el rápido crecimiento económico si éste crea ciudades en las que es difícil respirar?
Un estudio publicado el año pasado en la revista médica The Lancet señala que es probable que la contaminación del aire haya provocado cerca de 1,2 millones de muertes prematuras en China, sólo en el año 2010 – una cifra considerable, aún para un país con 1.300 millones de habitantes. Además, los casos de cáncer de pulmón aumentaron 60% en Beijing durante la última década.
Con niveles de contaminación tan elevados, escenas aparentemente inocentes adquieren un aspecto siniestro. Ma Jun, un destacado activista ambiental, dice que en los días en que el smog envuelve la ciudad, se estremece al ver niños jugando al fútbol al aire libre. De hecho muchas escuelas, tanto chinas como extranjeras, prohíben que sus alumnos jueguen a la intemperie en estos días.
La contaminación de Beijing también es motivo de vergüenza internacional. El gobierno hizo todo lo posible para mostrar la mejor cara de la ciudad durante los Juegos Olímpicos de 2008. Sin embargo, ahora lo único de lo que hablan los visitantes extranjeros es la contaminación y muchos expatriados piensan en irse.
Aún teniendo en cuenta la instalación de filtros de aire en residencias oficiales, los líderes chinos tienen que respirar el mismo aire que sus ciudadanos. Entonces, se podría esperar que la contaminación fuera su máxima prioridad. Pero todo apunta a que el rápido crecimiento sigue siendo el objetivo número uno.
Esto se debe, en parte, a que en las últimas décadas el gobierno ha derivado su legitimidad del crecimiento. Los funcionarios hablan con un orgullo justificable acerca de los cientos de millones de personas que han sido rescatadas de la pobreza. Algunos académicos influyentes que están a favor del gobierno, tales como Zhang Weiwei de Shangai, sostienen que el sistema de partido único no necesita un mandato democrático porque goza de “legitimidad basada en el desempeño”, que se deriva de haber mejorado las condiciones de vida de la gente común.
Sin embargo, el problema de la contaminación sugiere que los líderes deben adoptar urgentemente una forma “más verde” de medir el “desempeño”. La polución no sólo está en el aire. Los ríos están contaminados debido a los residuos industriales y el país ha enfrentado una serie de escándalos relacionados con la seguridad de los alimentos.
Los líderes locales y empresarios también deben cambiar el rumbo de sus políticas. Durante los últimos 30 años, todos los gobernadores que apuntaban a conseguir un puesto en Beijing sabían que serían juzgados en base a la tasa de crecimiento local. Persuadirlos de que ahora deben prestarle la misma atención a la calidad del aire de sus ciudades será difícil debido a que sus fortunas políticas y personales están atadas al aumento de la tasa de expansión económica.
Algunas de las medidas ambientales que se necesitan son bastante obvias. Insistir en el uso de combustibles más limpios para los automóviles y en la adopción de estándares de emisión más estrictos para las fábricas y centrales eléctricas es crucial. Pero la aplicación de estas normas implicará enfrentarse a intereses poderosos en las compañías energéticas de propiedad estatal.
Si no se hace nada, el problema seguramente empeorará. Las centrales eléctricas a carbón siguen abriendo y se prevé que el número de automóviles que circula por las rutas del país se cuadruplicará para 2030. Esto último es parte del sueño chino de opulencia. Sin embargo, la realización personal amenaza con crear una pesadilla colectiva.
China puede obtener algún tipo de consuelo en el hecho de que otras ciudades notoriamente contaminadas, tales como Londres y Los Ángeles, dejaron de estarlo. Pero la tarea de Beijing será particularmente difícil. Ma, el ambientalista, señaló: “El problema de Londres era el carbón y el problema de Los Ángeles eran los automóviles. Nosotros tenemos ambos”.
El hecho de que a los ecologistas se les permita hablar, sin embargo, puede ser una señal de que el gobierno quiere actuar y está dispuesto a fomentar el debate público. Las mediciones de la calidad del aire de Beijing solían ser reveladas sólo a la embajada de EE.UU. Ahora el gobierno da a conocer sus propias cifras en tiempo real y la gente las puede chequear desde sus teléfonos mientras circulan por la ciudad.
Xi dejó claro que quiere recobrar la grandeza de China. Pero la grandeza se puede definir de muchas maneras. Ahora el país ya puede dar por sentado la riqueza creciente y el respeto internacional. El próximo sueño de China debería ser el de contar con aire puro y agua limpia – y abrir el debate para definir cómo lograrlo.
EL CRONISTA