“El político es el que sabe no ser un líder”

“El político es el que sabe no ser un líder”

Por Gustavo Santiago
Andrea Cavalletti es una de las jóvenes voces de la filosofía italiana. Profesor de estética y literatura en el Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia, en la Argentina es conocido, sobre todo, por su texto Mitología de la seguridad . La ciudad biopolítica (Adriana Hidalgo, 2010) en el que investiga las complejas relaciones entre espacio y poder. De su libro y de otros temas de actualidad conversó con adn cultura durante su visita a nuestro país.

-En Mitología de la seguridad , como en otros textos suyos, se percibe una fuerte influencia de Foucault.
-Foucault es uno de mis filósofos de referencia. Me fascina de su obra lo bien que resiste al “foucaultismo”. Quizás ése sea uno de los principales motivos por los que se mantiene vigente casi treinta años después de su muerte. Sus textos resistieron a figuras como Agamben, Negri y a tantas corrientes que se han desarrollado a partir de sus trabajos. En Italia son muchos los que se han disputado al “verdadero Foucault”. Pero Foucault, con sus propios textos, supera todos esos intentos de apropiación.

-¿Cuáles serían los principales aportes de Foucault?
-Su fecundidad está en haber planteado cuestiones clave, como las de la biopolítica o la seguridad; pero también es muy importante lo que fue visto como un repliegue de Foucault en el hedonismo del cuidado de sí. La riqueza de Foucault está tanto en su crítica al biopoder como en el cuidado de sí. Es cierto que hay momentos que aparecen como interrupciones en su pensamiento. Pero no hay que pensar que se trata de espacios vacíos; tal vez en esos saltos o en esas rupturas esté su fecundidad.

-En su texto también se perciben ciertos ecos de Agamben.
-Sin duda. Fue el concepto de biopolítica lo que me llevó a Giorgio Agamben, con quien he tenido el gusto de estudiar varios años. También me he interesado por la filosofía alemana, en especial por Heidegger y Benjamin. En Mitología de la seguridad me ubico en una posicion muy fiel a la de Agamben, pero sin apartarme de la distinción que Foucault hace entre poder clásico y biopolítica. Otro filósofo que también ha sido importantísimo para mi trabajo es un autor de la generación de Agamben, que tiene relación con él: Furio Jesi, un mitólogo italiano central para la historia del pensamiento en Italia. Fue clave su concepto de “máquina mitológica”, que me permitió elaborar la idea de la “mitología de la seguridad”.

-Usted mencionó varias veces el término “biopolítica”. ¿Cómo se explica el lugar central que ha ido adquiriendo en los últimos años este concepto?
-La fuerza del concepto de biopolítica la encuentro en su relación con la fuerza mitológica del concepto de seguridad. El origen de la biopolítica, como demostró Foucault, puede ubicarse en el nacimiento de la declinación moderna del concepto de seguridad. Y para determinar este origen de la biopolítica pensé que debía tener en cuenta la característica espacial del concepto de población. Sostengo que el concepto de seguridad es eficiente y activo para el acto de gobierno, en cuanto que está animado por una inseguridad fundamental. La biopolítica de la seguridad no es la cancelación ni la limitación de la inseguridad, sino la activación de la inseguridad para fines de gobierno.

-¿Podría ampliar el sentido de la expresión “máquina mitológica”?
-Hay una máquina que proyecta mitologías de seguridad mientras alude a algo que no existe: la negación de la inseguridad. Porque, al contrario, proyecta una mitología del miedo al aludir a una situación de seguridad no alcanzable, aunque sin duda deseable.

-Usted plantea que, ante el tema de la seguridad, hay que preguntarse: “¿seguridad para quiénes?”; “¿seguridad en relación con quiénes?”.
-Esta cuestión aparece ya en el siglo XVIII. Entonces surge el concepto de “justa población” o “verdadera población”, que es la que tiene el nivel de vida que le interesa al Estado. Se busca promover la seguridad para esa población justa o para esa verdadera población. Y se hace en nombre de un peligro que también es definido para esa justa población. Es una definición policíaca de la seguridad. Si miramos el presente, vemos que hoy lo importante no es, por ejemplo, la seguridad del trabajo, sino la seguridad respecto de la amenaza -mucho menos real que lo que se sostiene- representada por el peligro externo del inmigrante o del diferente en cualquiera de sus figuras.

-En la construcción de los espacios en los que se juega la cuestión biopolítica es evidente el papel de los urbanistas. Menos sencillo de entender es el papel que para usted desempeña en ella la medicina.
-Desde las investigaciones de Foucault, sabemos que la medicina ha tenido una función fundamental en el nacimiento de la biopolítica y en la invención de un “espacio sano”, a salvo de la enfermedad y del peligro del contagio. Si se acepta mi definición de la biopolítica como máquina animada por la inseguridad, es obvio que la medicina no tiene la única función de limitar el mal, sino que engloba una función policíaca: la de señalar el mal y ejercer el monopolio de las alarmas. Se trata de una estatización de la medicina como ejercicio del monopolio y solicitación continua de la alarma.

-¿Puede tener solución el problema de la inseguridad?
-Si nos situamos en el interior de un sistema biopolítico, es un problema sin solución. Porque en el interior del sistema biopolítico nace un mal, un contagio diferente o una nueva forma de antiguo contagio, que no es el de la enfermedad transmitida por los microbios sino el contagio de las opiniones, que afecta a la psicología de las masas. Y la maquinaria de la mitología de la seguridad funciona en ese nivel, el de la psicología de las masas. Hay nuevas enfermedades que se activan a través del contagio de la psicología de las masas, más que como un contagio “real”. Hay un ejercicio de la función policíaca, de la función normativa de la seguridad, que se inserta en el nivel de la percepción psicológica y no de la seguridad real.

-Si es ante todo una imagen, ¿habrá que buscar a los responsables de la inseguridad entre quienes administran esa imagen?
-Es que no hay un centro. Un ejemplo de esto lo encontramos en la economía financiera, gobernada por oscilaciones imprevistas de la Bolsa. La Bolsa es un fenómeno de multitudes enloquecidas que reaccionan a los miedos. Y que hoy estemos en una economía mundial gobernada por las finanzas y las Bolsas es la demostración de que estamos en una estructura de ese tipo. Al menos en Occidente, cuya población se ha convertido en una población con miedo y enloquecida. Por lo tanto, la política se ha convertido en una psicología de la multitud.

-¿El Estado o los medios de comunicación no operan como centros en la administración de la imagen de inseguridad?
-El Estado puede aparentar ser un centro. Pero probablemente sólo tenga la función de ocultar que no hay un centro y que la propia administración es funcional a la psicología de la masa. En el caso de los medios, su rol en la construcción de la sensación de inseguridad es muy relevante. El orden mediático se juega sobre el continuo sondeo de opiniones. La noticia es la reacción al sondeo de opiniones respecto de otras noticias, que también son elementos de esa psicologización que está en un nivel separado del plano real.

En el plano real, la respuesta a la imagen “espectacularizada” suele ser un reclamo de mayor presencia policial. ¿Puede haber allí alguna salida?
-La policía, como fuerza autónoma, no puede tener interés en limitar la inseguridad. La inseguridad es su materia prima, de ella depende su trabajo. Para que haya policía, para que su existencia tenga razón de ser, no puede haber seguridad.

-Pese a lo oscuro de este panorama, en Mitologías de la seguridad se vislumbra una posible esperanza, que usted denomina “defección absoluta”. ¿Podría desarrollar esa idea?
-Es una convicción que parte de una toma de conciencia basada en la capacidad crítica. Para esto sirve la historia de la biopolítica, para esto sirve Foucault, para hacernos reconocer de inmediato en nuestro deseo nuestro miedo; y en nuestra seguridad, nuestra inseguridad. En el desarrollo de mi investigación, en otro libro posterior, que se llama Clase , retomo un concepto de Walter Benjamin, que es su concepto de clase. Para él, la clase no es un sujeto político claramente definido, o psicológicamente definido. Para él, la clase es un relajamiento de la multitud, como cuando se relaja un músculo tenso; un relajamiento de la multitud dominada por tensiones, por miedos como los de la mitología de la seguridad.

-No es el significado que habitualmente se le da al término “clase”.
-No. En 1936, cuando la así llamada “clase obrera alemana”, la masa de base del Partido Comunista de la socialdemocracia, había pasado al nazismo, y cuando el concepto sociológico de “determinación de clase” se había mostrado inútil y falso, Benjamin retomó la idea de Le Bon de “multitud peligrosa”. Dice que la multitud verdaderamente peligrosa es la pequeña burguesía, que no es una clase, es sólo una multitud que tiene miedo del extranjero, en la que domina el instinto de la guerra, el odio a los judíos, etcétera, y en la que domina la figura del líder. Esa masa es comprimida, siempre temerosa y reactiva. Por oposición, la “clase” es un relajamiento, una distensión de esa masa. Por lo tanto, piensa la política como la técnica de distensión de esas tensiones. El político es el que sabe no ser un líder. Si la multitud siempre necesita un líder y una idea guía como el miedo, el político revolucionario no debe olvidar nunca que emerge, proviene, de la multitud.

-¿En qué consiste esa distensión?
-En un texto sobre Brecht, Benjamin sostiene que el teatro épico se reconoce porque hay un público “relajado”, que no sigue la obra en un estado de hipnosis sino con un distanciamiento. El teatro de Brecht es una teoría política en la práctica. También en un texto de estética, de juventud, Benjamin afirma que cuando un exégeta tiene delante de sí un poema, su tarea es iluminar el dictado del poeta, es decir, aquello que el propio poema le dictó al poeta. ¿Este dictado es algo más vago o indeterminado respecto del texto en sí? No. Es algo que se distingue del texto por tener una posibilidad mayor de determinación. Porque el poeta ha debido restringir su dictado a ese texto. Por lo tanto, ha dado una sola determinación al dictado. Pero hay otras tantas posibles. El exégeta debe desarrollar las posibilidades del texto y ese desarrollo es también un relajamiento, una distensión.

-¿Y algo semejante sucedería en el terreno de la política?
-Exacto. La política debería ser un arte lingüístico, como el teatro de Brecht, que se posiciona ante las cosas con un distanciamiento. Pero esta interpretación desde el distanciamiento también se desarrolla en la iluminación de las posibilidades que existen en la clase y en la masa humana, que no puede ser determinada sólo a partir de las mitologías de la seguridad, como “pueblo”, “nación”, “nivel de vida”, sino que tiene muchas más posibilidades. Es decir que la masa no es sólo eso, es mucho más. Ese relajamiento no es producto de la acción de un movimiento o de un partido político. No hay un sujeto determinado a priori . Si hay un sujeto, es la distensión en sí. En mi libro Clase retomo la idea de un filósofo poco conocido, Jean Fallot, que en los años 70 publicó en Italia un libro sobre Epicuro en el que planteaba la idea de un hedonismo político consistente en una práctica política que terminara con los deseos y con los miedos, para encontrar un umbral de puro placer. Benjamin dice que ese relajamiento es la solidaridad, y Fallot dice que sólo en la solidaridad hay puro placer. Si unimos esas dos ideas, podemos decir que el camino consiste en pensar la solidaridad como placer. Querría agregar algo, después de pasar algunos días aquí. Estoy maravillado por la vida intelectual argentina, por su producción académica, por su mercado editorial, por sus librerías de gran nivel… En Italia no existen islas culturales como los suplementos de los diarios argentinos. Hay que valorar estas islas de cultura, porque a partir de ellas pueden abrirse muchos caminos diferentes. Un libro, en una librería de Italia, vive dos meses. Eso lleva a la destrucción de la ensayística. La sensación de un italiano que viene aquí es la nostalgia por una Italia de veinte años atrás, vital, poblada de libros. En la Argentina deberían tener en cuenta nuestra penosa experiencia para evitar caer en el mismo peligro…
LA NACION