28 Jun Cuando no importa la autodeterminación
Por Emilio Cárdenas
Island of Shame (“La isla de la vergüenza”), libro de David Vine, tiene relevancia para todos los argentinos por su vinculación directa con la conducta de Gran Bretaña, la potencia colonial alguna vez ocupante de la isla denominada Diego García. Se trata de la primera investigación académica -completa y bien documentada- acerca de lo que efectivamente sucedió, hace cuatro décadas, en esa isla emplazada en el océano Índico, entre África e Indonesia. Diego García, con su forma de arco, es en rigor la más grande de un conjunto de sesenta y cuatro pequeñas islas que conforman un gran atolón de coral.
El interés en el trabajo de Vine se acrecienta en especial cuando acabamos de ser testigos de un ilegal referendo de autodeterminación en las islas Malvinas, en función del cual sus habitantes ratificaron que no tienen otra identidad que la británica. Esto supone haberse autoexcluido como parte que reclama una individualidad propia, distinta de la de la potencia colonial ocupante, en las futuras conversaciones sobre la soberanía de las islas Malvinas. Lo que naturalmente no quiere decir que los habitantes de las Malvinas no debieran ser tenidos en cuenta cuando de discutir el futuro de las islas se trata. Lo que llegará en algún momento. Pero no serán ya una pretendida tercera “pata”, presuntamente autónoma, en las conversaciones sobre la soberanía de las islas. Porque se proclamaron lo que siempre fueron y todos sabíamos que eran: británicos.
La obra de Vine desenmascara con claridad el cinismo y la increíble “doble moral” de Gran Bretaña, que, pese a ser consciente de que la población de Diego García tenía ciertamente derecho a la autodeterminación, optó por desalojarla sin contemplaciones de la tierra en la que vivía, para poder construir allí una gigantesca base militar estadounidense, de importancia estratégica y geopolítica. Desde allí, recordemos, se organizaron recientemente algunas de las más cruciales operaciones militares estadounidenses, como las que ocurrieron en Irak y Afganistán.
Gran Bretaña -según lo prueba Vine a lo largo de una investigación muy documentada, extensa y a la vez minuciosa- expulsó con la más absoluta crueldad a todos y cada uno de los habitantes de Diego García. Esto es, a los llamados: “ilois”, palabra que en idioma “creol” local quiere decir “isleños”. Lo hizo sin titubear un solo instante frente al enorme costo humano que los ilois debieron pagar. Manejando, según demuestra acabadamente Vine, el tema de modo sigiloso, al hacer los británicos el “trabajo sucio” por exigencia de los estadounidenses, para que los hechos no llegaran a conocimiento del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas sino luego de que hubieran sido consumados.
Los ilois (también llamados “chagosianos”, expresión que viene de la palabra “chaga”, que en creol quiere decir “llaga”) habían llegado a Diego García en 1783. Allí estuvieron por espacio de dos siglos, hasta que los británicos (sin consultarlos para nada) decidieron su expulsión masiva. Para lo que inventaron el llamado “Territorio británico del océano Índico” en 1965, establecido por “decreto imperial”, de modo de no advertir de lo que sucedía siquiera a su propio Parlamento.
Cuando los ilois comenzaron a ser deportados, unos dos mil de ellos residían en el atolón. Trabajaban en plantaciones de coco y tenían una existencia pacífica, tranquila, casi idílica, sin soñar seguramente cuál sería, de pronto, su trágico final.
El proceso que condujo a su deportación masiva por parte de Gran Bretaña fue realmente duro. Tremendo, más bien. Hasta sus perros fueron -relata Vine- asesinados con gas frente a ellos. Para que no dejaran rastro alguno de su presencia en Diego García y poder así entregarla a los estadounidenses “deshabitadas”, como se habían comprometido con el presidente John F. Kennedy.
La obra de Vine describe -precisa y detalladamente- las distintas tropelías cometidas por los británicos para “limpiar” de gente a Diego García. Primero, no dejaron regresar a la isla a quienes habían salido -absolutamente desprevenidos- de ella para atender en el exterior sus problemas de salud, en la vecina Mauritius o en las Seychelles, o para hacer turismo o visitar a amigos o familiares. Jamás pudieron regresar.
Luego fueron, paso a paso, desabasteciendo la isla de alimentos, medicamentos y de los servicios más básicos y elementales, de manera de hacer imposible seguir habitándolas. Para concluir, cerraron los hospitales, escuelas y dispensarios.
Los últimos ilois que, pese a todo, permanecieron en Diego García fueron finalmente empujados a embarcar en una nave (la última), repleta en exceso de pasajeros, a empujones y con falsas promesas de compensación. Para no retornar más a su tierra.
El libro relata una historia de horror, que denuncia la hipocresía de quienes, de pronto, se proclaman ante el mundo como presuntos campeones del principio de “autodeterminación” cuando lo invocan a favor de los propios británicos, pero que lo ignoran -y hasta pisotean- cuando ese recurso corresponde a terceros.
Desde su expulsión por los británicos, los ilois han quedado sumidos en la miseria. Son apenas unos miles refugiados, abandonados por todos. Sin peso geopolítico alguno.
De nada sirvieron los brevísimos debates que pudieron provocar en el Congreso de Estados Unidos, en 1975. Ni las denuncias de las organizaciones no gubernamentales. Ni las acciones judiciales hasta ahora entabladas.
Todas las puertas se cerraron para ellos. Una tras otra. No obstante, para los ilois, la lucha no ha terminado. Por esto hablan de “la lit chagossien” (“la lucha chagosiana”), que todavía alimenta sus esperanzas de poder alguna vez regresar a lo que saben es su propia tierra.
Nadie renuncia a su propia identidad. A dejar de ser lo que es. Aun cuando una potencia sostenga, mendazmente, que los ilois nunca existieron.
LA NACION