Mi hijo, el campeón

Mi hijo, el campeón

Por Roberto Parrotino
Entre los 10 mil habitantes del barrio Sarmiento, hay un orgullo que vibra hasta en la siesta: dicen, allí, que por la sangre de Sergio “Maravilla” Martínez fluye tierra de Santiago del Estero. Hugo Alberto Martínez nació en esa provincia. Salió de allí junto a su madre Gilda Coronel para radicarse en Quilmes. Al tiempo, montó un taller metalúrgico. Es el padre de Maravilla; desde hace nueve años vive en Madrid, muy cerca de su hijo. Ahora ha vuelto a la Argentina para verlo sobre un ring en el centro de la cancha de Vélez.
–Sergio contó que lo ayudaba en el trabajo de techista. ¿Qué recuerdos tiene de ese tiempo, a fines de los noventa?
–Eran épocas muy difíciles en la Argentina, que es un país de muchos altibajos. Hacíamos montajes de galpones, los fabricábamos y los reparábamos. Nos buscábamos la vida. Había que trabajar y, tal vez, dejar ciertas cosas de lado. En este caso, Sergio tuvo que dejar los estudios porque el hermano mayor, Víctor Hugo, fue al servicio militar. Entonces empezó a trabajar conmigo. Nunca, sin embargo, dejó de instruirse. De leer y escribir. Tal es así que uno se pregunta de dónde surge esa intelectualidad. Hasta yo, que soy el padre. Llego a la conclusión de que son méritos propios.
–¿Es cierto que leía los diarios al revés?
–Sí, eso lo descubrimos un día en la casa de los tíos, Raúl y Rubén Paniagua, que a su vez fueron sus primeros entrenadores. Había unos periódicos en el suelo porque se había mojado, y él estaba mirando un diario que estaba en el suelo, pero al revés. Y le preguntaron qué estaba haciendo. “Estoy leyendo”, dijo. Deletreaba lo que decía. Tenía cinco años. Ahí estaba demostrando que algo tenía. Nos miramos y dijimos: “Acá hay un diamante que hay que pulir.” No sabíamos cuándo, dónde ni cómo. Después, con el tiempo, la vocación de él, que llevaba guardada y sacó a relucir, fue el boxeo.
–¿Cuándo notó que lo de él era el boxeo?
–Apenas empezó. A los 20 años. Siempre se dedicó al deporte. Jugaba al tenis, al fútbol, hacía ciclismo, jugaba al frontón. Pero boxeo nunca. Y cuando entró por primera vez al gimnasio lo miramos y yo le dije a Rubén: “Acá hay algo. Vamos a apoyarlo en lo que sea para que llegue.” Pero jamás me podía imaginar que podía trascender tanto y llegar hasta donde llegó.
-Cuando le dijo que se iba a dedicar al boxeo, ¿cómo le cayó? Iba a golpear y ser golpeado.
–No me pegó tanto porque venía de una familia de boxeadores, aunque yo nunca me dediqué. Compartí muchos momentos con los tíos de Sergio, que fueron boxeadores; entonces no me movió mucho. Al contrario, me halagaba. Pero a Susana, la madre, no. Sufría mucho. Para mí era un gusto, ya que el primero que tenía que haber sido boxeador era Víctor Hugo y la madre no quiso. Tenía algo adentro, una frustración. Y cuando Sergio empezó en el boxeo tuve la satisfacción de decir: “Por fin me saqué la espina de adentro.”
–¿Y cuándo le dijo que se iba a España?
–Eso fue un momento duro y lógico. Porque más allá del boxeador, se va un hijo. Y saber que un hijo emigra sin saber a dónde, cómo y con quiénes, y las cosas que le podrían suceder… Era una preocupación inmensa. Eso sí nos golpeó.
–¿Cómo va a vivir la pelea ante Martin Murray?
–Cuando Sergio se inició en el boxeo, cuando era amateur y no le querían pelear, con el grupo familiar le armábamos un ring y una tribuna: nos dedicábamos a organizarle combates. Y el día que Sergio iba a pelear… Cuando nosotros movíamos el primer hierro, la primera madera, para nosotros ya empezaba la fiesta. Uno dice: “¿Habrá servido de algo el esfuerzo?” Y me di cuenta de que sí: el fruto se ve hoy. Él puso el esfuerzo. Llegué hace una semana a la Argentina, y ya empezó la fiesta para mí. Sé que se va a coronar con un gran triunfo para todos los argentinos. Será la coronación de esa fiesta que vivimos.
EL GRAFICO