La gran ballena Moby Dick existió, y asoló los mares del sur de Chile

La gran ballena Moby Dick existió, y asoló los mares del sur de Chile

Por Ivana Romero
En 1982 Francisco Ortega vio por televisión en su casa de Chile la versión de Moby Dick de John Houston, una película británica de los 50 con un adusto Gregory Peck con pata de palo como el Capitán Ahab. Por entonces, Ortega tenía ocho años. Esa gran ballena blanca, la obsesión de Ahab por cazarla y sus aventuras en altamar lo convirtieron en un pequeño marinero siguiendo la huella de un animal imposible. Volvió a verla en las historietas de la revista infantil Mampato y más tarde, en una de las Selecciones del Reader’s Digest. Allí descubrió con asombro que Moby Dick, la ballena más famosa de la literatura, no sólo era real sino que además, era chilena. “En el Reader’s había un reportaje acerca de la existencia real de Moby Dick, que efectivamente fue un cachalote blanco muy feroz llamado ‘Mocha Dick’. Fue visto a inicios del siglo XIX en las costas del sur de Chile, alrededor de Isla Mocha. Su historia fue recopilada por el norteamericano Jeremiah Reynolds, que la publicó en un diario de Nueva York en 1831. Luego fue tomada por Herman Melville para escribir Moby Dick, en 1851.” Melville –explica Francisco vía mail desde Chile– cambió el nombre del relato para diferenciarse de Reynolds y como un homenaje a un amigo ballenero suyo llamado Toby.
Ortega se convirtió en periodista y escritor. Y siguió encontrando datos fascinantes; por ejemplo, la curiosa leyenda del Trempulcahue, que habla de una ballena blanca ancestral, protectora de los mapuches que viven en la zona costera. En 2009, su amigo el dibujante Gonzalo Martínez lo invitó a escribir el guión de Mocha Dick, doce páginas de cómic que publicaron en la revista chilena Blanco Experimental. Hasta que al fin, la historia se transformó en una novela gráfica apasionante, editada por Norma, que mezcla ficción con datos verdaderos. Y que se presenta este sábado y domingo a las 16 en el stand 913 (Pabellón Verde) en el marco de la Feria del Libro de Buenos Aires.
La novela cuenta la historia de Caleb Hienam, un chico de 15 años, hijo de un empresario ballenero que realiza su primer viaje para aprender el oficio. En el barco conoce a Aliro Leftraru, uno de los marineros, descendiente de mapuches. Tras encontrarse con un bote ballenero cargado con sobrevivientes del ataque de una ballena monstruosa, Caleb y Aliro conocerán la leyenda mapuche de la Mocha. Y a bordo de una nueva nave ballenera, el Peleg, buscarán armar un plan para evitar la caza indiscriminda de ballenas en el Pacífico. Mientras tanto esperan, con dosis iguales de fascinación y espanto, que el mar decida revelarles el misterio de esa bestia blanca, de un blanco “como deben ser las alas de Lucifer”, según dice uno de los personajes.
Ortega y Martínez cuentan que dos autores chilenos, el escritor Francisco Coloane (hijo de un capitán de barcos balleneros) y el mítico dibujante Themo Lobos (autor de la historieta Mampato y los Balleneros) fueron fundamentales en la construcción del relato, incluso más que Melville. “Y sí, hay mucho Julio Verne, mucho Jack London y mucho Emilio Salgari, pero también harto Dickens en el personaje de Leftraru”, agregan estos dos amantes del cómic, que responden al unísono El Eternauta cuando se les pregunta qué historieta les parece imprescindible. De hecho, Ortega redobla la apuesta y asegura que “es una de las mejores novelas latinoamericanas del siglo XX”. Así le otorga al cómic el lugar que se merece: un género popular que no por eso es arte menor.
Por suerte queda cada vez más vetusta la idea de que los libros de historietas son para chicos. “Por otra parte, ¿tú dirías que El Eternauta es infantil sólo por estar dibujado?”, dice el guionista y agrega: “Nos interesa llegar a los niños pero también a todo el mundo. Mocha Dick es un relato de aventuras, es llevar al cómic lo que leímos cuando chicos y que nos sigue emocionando. Y esta es una novela que ha gustado a público de todas las edades. En Chile, al menos, hay una tremenda revalorización del cómic y en este proceso Mocha Dick ha sido una pieza fundamental.”
Una de las singularidades es que la novela incluye un glosario e inclusive, un índice bibliográfico. Los autores explican que esto se debe a que “es un relato que se basa mucho en hechos reales, como lo que ocurrió con el Essex” que efectivamente se hundió en 1820 cuando un cachalote gigante lo golpeó con su cabeza, tal como leyó Melville en las crónicas de la época. “La escritura de nuestro libro implicó una tremenda investigación y quisimos dejarla clara. Está la historia pero también hubo una ‘pega’ enciclopedista que quisimos anexar como material complementario y que ha sido fundamental para la llegada del libro a colegios en Chile.” Y se entusiasman: “Nos gustaría que eso también ocurriera en Argentina.”
Es posible que así sea. Al menos, hay un alumno que confiesa que siempre leía cómics en los recreos. Se trata de Leonardo Oyola, a cargo del prólogo del libro. El escritor cuenta que leer Mocha Dick lo llevó otra vez al pibe que fue, el que leía historietas como Rinkell, el ballenero “hasta que sonaba la campana porque teníamos campana y no timbre”. Según Oyola, el libro de Ortega y Martínez es un relato genuino con pulso clásico, “que uno devora decidido página tras página con la misma ansiedad que a mí me producía tener la certeza de que el recreo se iba a terminar y de que no me podía quedar así, con el Jesús en la boca, sin saber cómo acababa el asunto”.
TIEMPO ARGENTINO