Aquello que no tiene dueño y está apartado

Aquello que no tiene dueño y está apartado

Por Silvia Long-Ohni
“Y tienen envidia de verme orejano”: así reza uno de los versos de un valsecito criollo, con letra de Serafín J. García, frecuente en el repertorio de Jorge Cafrune. ¿Sabemos, a ciencia cierta, qué es lo que se nos está diciendo y de dónde sale esto de “orejano”? Seguramente lo intuimos, pero bueno será profundizar un poco.
La cosa es que, al parecer, se trata de una rara deformación de un término muy antiguo de la lengua española y que proviene el latín, es decir, de las raíces de la lengua romance. Pero vayamos al punto: Según el DRAE, el adjetivo “orellano, Orellana”, vocablo de larguísima data,, significa apartado, retirado y deriva de la palabra “oriella”, forma diminutiva de la latina “ora”, que indica borde, costa, orilla, margen.
Joan Corominas, que ha estudiado el asunto, nos advierte que la primera documentación de esa palabra se encuentra en Gonzalo de Berceo bajo la forma “oriella” y también en el Libro de Acedrex de 1288 así como en el Libro de Alexandre, obra en verso de la primera mitad del siglo XIII y que pertenece al ciclo poético del Mester de Clerecía, obra a la que no pocos adjudican también a la pluma de Berceo. Pero en este último caso ya aparece bajo la forma de “orellano” y “orellana”, es decir, ya en una lengua romance más coagulada.
Pero el tema es que en todos los casos la palabrita se utiliza con el sentido de apartado, de lo que se encuentra en el extremo, lejano. Y así es, porque ambos términos fueron de uso en España hasta finales de la Edad Media para expresar tanto lugares como cosas apartadas, alejadas, tales como tierras, sierras, aldeas que, por su propio apartamiento, pudieran considerarse como sin dueño ni autoridad dominante, es decir, sueltas, libres, no sujetas.
Sostiene el mismo Corominas que es muy posible que el término haya llegado hasta nosotros de manos de los primeros conquistadores en la forma “orellano” y “Orellana” y que haya pasado al lenguaje de la vida pecuaria, preferentemente de la llanura pampeana, aplicado a animales y personas que vivían alzados en lugares apartados y que en este contexto se haya producido la deformación de “orellano” por “orejano”.
Para corroborar el correcto sentido del vocablo “orejano” nos remitimos, como es de rigor, al “Vocabulario”… de Tito Saubidet, quien nos aclara que por “orejano” se entiende, en nuestro país, a todo aquello que no tiene dueño, sin propietario, que anda suelto, por ejemplo, animal, yeguarizo o vacuno sin marca y ovino sin señal ni corte en la oreja.
No sería descabellado el suponer que ya para las guerras de la Independencia, por la necesidad de cabalgaduras, se haya aplicado el adjetivo “orejano” al caballo patrio, dado que de ningún propietario era y estaba disponible para ser montado por los soldados.

De marca
Más tarde, y siempre siguiendo a Saubidet, habrían aparecido las formas “orejano de marca” y “orejano de señal” para consignar dos tipos diferentes de cortes en las orejas de los animales a los fines de cierta identificación de propiedad, pero para nada esto implica que el término “orejano” tenga cosa alguna que ver con la palabra “oreja”, pues tal pretensión no guardaría coherencia alguna con los orígenes etimológicos ya expresados. Prueba de ello es que en el texto del mismo valsecito, el gaucho protagonista nos dice “soy chúcaro y libre y no me asujeta ni un freno mulero”, indicando, claramente, que no es pertenencia de nadie. Y así ha sido: nuestro gaucho fue hombre suelto, libre, sin patrón fijo, que vivía a su arbitrio trashumando y trabajando aquí y allá para ocasionales patrones y en tiempos acotados.
LA NACION