Ahora, es Palermo Brooklyn

Ahora, es Palermo Brooklyn

Por Fernando Massa
Ella llega por la bicisenda y se frena frente a la boulangerie Cocu, esa esquina pintada de marrón y toldos beige donde en las ventanas se exhiben distintos tipos de panes elaborados con recetas francesas y masa madre: baguette, brioche, fougasse. Ata su bici de diseño en el poste de la esquina, ahí entre las sillas y mesas de madera que se despliegan a lo largo de la vereda, y una vez dentro, donde el olor a pan recién sacado del horno se roba la escena, le dedica un rato a esa enorme pizarra negra con las variedades y precios escritos en tiza. Se decide por una baguette y seis croissants.
En Santa Pulga, en cambio, otra chica con unos meses de embarazo encima no logra decidirse entre dos sillones para su casa: le encanta el tapizado de uno y la forma del otro. ¿Si se puede hacer a medida? Podría, sí. Pero no será exactamente igual: cada mueble antiguo y luego intervenido es una pieza única. Tan única como lo es la ochava rosa chicle del bar Bartola para el joven arquitecto alemán Fritz Schroeder, que la eligió otra vez ese mediodía para tomarse un café con leche y esbozar a mano su nuevo proyecto sin descuidar su look relajado: los zapatos Oxford a un costado, el chupín apenas arremangado y los anteojos vintage negros puestos. Dos mesas más allá, Stefan y Kristina, también alemanes, mencionan que esa vida al aire libre típica de la zona es lo que más les atrae. Incluso, que les remite a ciertas ciudades de Europa.
Pero, aunque hay quienes piensan que las seis manzanas donde todo esto sucede -de Gorriti a Nicaragua y de Borges a Malabia- hacen pensar en París, con Cocu y sus tres dueños franceses, o con la inminente apertura de Le Pain Quotidiene, las mayores asociaciones hoy son con Brooklyn, ese distrito neoyorquino del que parece haber tomado la pasión por los delis, las propuestas en envase chico, el énfasis en los detalles y la decoración exquisita. Todo, en un ambiente pet y bike friendly y que a los propios porteños parece hacerlos sentir, cuando invanden el barrio cada fin de semana, como turistas en su propia ciudad. Esta zona de Palermo, rebautizada “Soho” hace algunos años, con nuevas aperturas de locales y, en los últimos doce meses, también con el cierre de varios de los comercios que habían acompañado la primera transformación del barrio en los 90, atraviesa hoy una metamorfosis.
Boulangeries, casas de té y delis, una nueva generación de diseñadores independientes, el impetuoso desembarco de marcas, y un circuito más hipster, con patios o bares escondidos que nadie quiere perderse, son los signos que sus nuevos protagonistas le imprimen al barrio en su permanente búsqueda por la originalidad.
Quienes lo han logrado, en la esquina de Gorriti y Malabia, son Anaïs Gasset, Morgan Chauvel y Adrien Verny, tres franceses de 27 y 28 años que viven en el barrio y llevaron a la realidad su proyecto en diciembre pasado: una típica panadería francesa -una boulangerie -, con recetas familiares y atendida por sus dueños. “Elegimos esta zona de Palermo porque acá todo se hace en bici, la gente camina mucho y hay un público joven y más sensibilizado con las ideas nuevas. Lo de la boulangerie surgió porque vemos que el argentino come más pan que el francés, pero no de la misma calidad”, polemiza Anaïs, y se ríe.
Recién salido de la cocina -lo confirman algunos dejos de harina sobre su boina marrón-, Morgan cuenta que, al igual que Adrien, dejó la ingeniería para dedicarse de lleno a esto: cursos en Francia y ese pedazo de masa madre con 37 años de antigüedad que le obsequió un panadero amigo de su padre haciendo honra a esa tradición francesa de que al hijo del panadero que se casaba su padre le obsequiaba simbólicamente una panadería dándole un pedazo de masa madre. En esos detalles se destaca Cocu: como su nombre, que significa “cornudo” por una vieja leyenda urbana francesa que decía que a los panaderos que se iban a las cuatro de la mañana a trabajar sus mujeres los engañaban; o la historieta que protagoniza Laurent y que cada comensal puede leer en el mantel de papel que hay sobre su bandeja, o el mostrador armado con pedazos de puerta por los portazos que le dieron a este personaje ficticio tantas mujeres en su vida.
Tal vez este “Palermo Brooklyn” se trate de eso: salir a caminar y sorprenderse con la delicada y simple belleza de la florería de Honduras y Gurruchaga, sentarse a comer un yogur helado -muy de moda en la zona- en uno de los bancos sobre la calle, dejarse llevar por vidrieras o cualquier local que llame la atención para, una vez adentro, descubrir en los detalles la esencia del lugar o de sus creadores. Como la entrada a Paul, el bazar de decoración que abrió el arquitecto Pablo Chiappori sobre Gorriti al 4800 hace unos dos años: una arcada con carteles viejos que invitan a pasar y un pasillo largo repleto de macetas con plantas que lleva a pensar en el patio de la casa de una abuela. O el fondo de Coco Marie, otro largo pasillo que arranca con una tienda de trajes de baño sobre Armenia y que, según cuenta su dueña californiana, Emily Weston, fue abriéndose paso hacia atrás para terminar abriendo una casa de té en ese patio interno, donde abundan las bicicletas.
Ideas que llegan de afuera traídas por extranjeras y otras que anotan argentinos mientras están de viaje, como lo hizo Joaquín Rozas, dueño de Bartola, que dice haberse inspirado para la decoración en lugares de Brooklyn y Manhattan -tanto es así que el sándwich de pollo se llama Nolita, su barrio neoyorquino favorito-, mientras que los colores pastel son producto de una influencia más parisina. “El primer local lo abrimos hace dos años y como todo proyecto nuevo tuvimos la cautela de probar primero en Palermo Hollywood. Como fue aceptado, hace un año y pico conseguimos en esta parte esta casa antigua que hicimos de vuelta: siempre se supo que esta zona es más impactante, más transitada y vendedora”, cuenta.
Eso lo saben muy bien las marcas más exclusivas del diseño local, que desde hace unos seis años y, especialmente tras la partida de varias marcas de lujo de la ciudad, encontraron en estas calles de Palermo un lugar para asentarse. Como repiten muchos: un shopping a cielo abierto. Herencia Argentina, por ejemplo, decidió abrir su primer local ahí. “Nos pareció más que acertado abrir aquí el primer local exclusivo de Herencia. Consideramos que es una vidriera clave para presentar propuestas en este momento. La gente, el lugar, las casas antiguas, los restorancitos con las mesas en la calle… La verdad es un placer todo lo que se genera en ese barrio”, cuenta Federico Bonomi, el hombre detrás de la marca.
Por eso, hablar hoy de que Palermo sigue siendo el lugar de los diseñadores independientes como lo fue con aquellos pioneros como Trosman Churba, o la generación posterior a 2001, que pobló el barrio con ideas originales y talento, es tal vez arriesgado. Algunos se fueron, otros como Pesqueira se mantienen ahí y conviven con las “sucursales”, otros como Jazmín Chebar crecieron -tanto que en una esquina hay uno enfrente del otro- y un puñado todavía se anima a clavar bandera y decir “acá estamos” pese a los alquileres superlativos. Porque quien tiene suerte hoy encuentra un local piola por 6000 dólares al mes, pero una esquina sobre Honduras puede llegar a los 10.000.
Entre esos diseñadores independientes que llegaron en los últimos años están los chicos de Gorrión Bolsas de Viaje, quienes le hicieron el primer bolso a Pesqueira y hace unos dos años dejaron el showroom de Barracas para instalarse en plaza Armenia y ahora con un flamante local en Gurruchaga casi Costa Rica.
Y en materia de decoración, en diciembre pasado, Malena Zimmer y Martina Urreaga, ambas publicistas de 29 años, abrieron Santa Pulga, un local que responde a los cánones que imperan ahora en la zona: un local cálido y estético, más bien chico, pisos y marcos de madera con muebles y objetos que hacen honor a lo antiguo -los compran en remates o mercados de pulgas-, pero intervenidos para darles una vuelta de diseño. “La idea surgió porque queríamos traer la cadena estadounidense Anthropologie al país. Como no quisieron, dijimos lo hacemos igual pero nacional “, cuentan. Hoy, la última tendencia la observan en el ready made : tomar cierto objeto y utilizarlo para una función distinta de la que fue concebido: una lámpara hecha con una canilla, otra con juguetes, otra con vajilla de porcelana… “Eso acá, en Palermo, se valora”, coinciden.
Históricos de la zona extrañan a Bar 6, ahora con el local en alquiler, a El Taller o a Malas Artes, bares clásicos y bohemios que se convirtieron en los más chic Sans Panes y Cervezas y Querido González. ¿Y dónde quedó la faceta artístico-cultural de Palermo? Lo más under y bohemio buscó refugio en barrios aledaños, como Colegiales o Chacarita, otros puntos se reinventaron a sí mismos y también surgieron propuestas nuevas: la disquería Miles, por ejemplo, dejó sola a la librería Prometeo, con la que compartía local, para cruzarse de vereda y asociarse con Sheldon, un bar que abrió meses atrás en lo que era una típica casa del barrio respetando su estructura y ambientes, y donde ahora organizan en conjunto shows en vivo. Y la novedad en materia cultural, con dos años encima ya, es Dain Usina Cultural, en Nicaragua al 4800, que combina librería con restaurante y shows con música en vivo, algo así como el Crack Up de Costa Rica, pero a gran escala.
Quizá lo único que no cambie en Palermo es que sigue siendo ese barrio sin quioscos. Porque fue el de los primeros diseñadores independientes, los boliches under y los bares bohemios. Fue el de los restaurantes temáticos. Fue el que conquistó las grandes marcas. Y hoy es ese donde los locales más exclusivos conviven mano a mano con nuevos emprendedores que a fuerza de originalidad, ideas que llegan de afuera y una estética cuidada seducen a sus visitantes.
LA NACION