28 Apr Una curiosa observación a los indios ranqueles
Por Horacio Ortíz
De todas las referencias que existen acerca de cómo era vivir en el siglo XlX en una toldería de la pampa, las memorias de Santiago Avendaño son de las más valiosas y atrapantes, tanto como la vida misma de este autor, breve e intensa y que termina de modo trágico.
Fue tomado cautivo durante uno de los más furibundos malones que dieron los ranqueles en 1842, a los 9 años, y escapó siete años más tarde llevándose dos caballos con los que llegó a San Luis tras siete días de marcha.
Durante su estadía en las tolderías permaneció bajo la tutela del cacique Caniú y de la familia de éste, quienes fueron sus amos y a los que recuerda con gratitud y cariño por el buen trato que le dispensaron. Aun así, su vida allí fue dura y maduró de golpe alejado de sus seres queridos.
Para su desgracia, Avendaño sufrió el desarraigo forzado y prematuro, pero para la posteridad fue testigo privilegiado de prácticas que luego dieron lugar a la obra Usos y costumbres de los indios de la pampa , cuya recopilación (de Meinrado Hux) ha editado recientemente la editorial Elefante Blanco.
En su prólogo, el recopilador menciona que al cautivo “lo había impresionado la fe de estos pueblos y su religiosidad […]. Desmiente los relatos de otros ex cautivos, que una vez libres contaban historias de brutalidades y vejámenes sufridos. Menciona escenas totalmente opuestas que nos hacen compadecer a los indios que las han sufrido”.
El cautivo observa a los ranqueles desde una mirada distinta, ya que a tan corta edad no lo movían los prejuicios propios de los adultos de su raza y en ciertos párrafos marca cierta empatía con sus captores, aunque describe con objetividad determinadas costumbres que desde el sentido común le causaban rechazo.
Ejemplo de esto son los brutales tormentos a los que sometían a aquellas mujeres a las que se creía brujas por haber hecho algún pacto con el diablo, como el caso de Ignacia, quien muere tras una larga agonía a causa de las quemaduras recibidas durante un interrogatorio al que la sometieron para que confesara su condición de hechicera, y quienes eran, además de ella, las causantes de aquella epidemia de viruela que afectaba a la tribu. La ceremonia de casamiento es descripta con detalles en este libro lo mismo que la supremacía de los varones sobre sus esposas, las que luego de contraer matrimonio le pertenecían en cuerpo y alma a su esposo, que en general tenía más de una si su patrimonio le permitía mantenerlas.
Éstos son algunos de los aspectos que describe Avendaño en este libro, que fue antecedido por otro en el que se ensaya una biografía de este autor que luego de escapar de las tolderías se convirtió en intérprete para gestiones de paz entre el gobierno y los indios, tarea que desempeño hasta su muerte, cuando era secretario general del cacique Cipriano Catriel y fue asesinado junto a éste en la sublevación de su hermano Juan José cuando sólo tenía 40 años.
LA NACION