27 Apr Un paseo por las nubes
Por Nicole Baler
La postal del micro-centro siempre suele ser la misma: hombres de traje y mujeres elegantes que corren mientras algún turista despistado pasa entre ellos. Las miradas para abajo, pendientes de que los zapatos estén perfectos, de no pisar ninguna baldosa floja o chequeando algún mail que no puede esperar ni un minuto ignoran todo eso que ocurre un poco más arriba, cerca del cielo. Que la arquitectura porteña, con su mezcla de influencias españolas y francesas, es fascinante, no es ninguna novedad. Pero a veces pareciera que es necesario volar miles de kilómetros hasta la bella Italia, con su duomo florentino o sus capillas en el Vaticano, para finalmente levantar la cabeza y observar todas las cúpulas que hacen guardia sobre muchos de los edificios emblemáticos de la ciudad.
Inspiración colonial
Las ciudades coloniales fueron las primeras en construir cúpulas: destacadas sobre el resto de la arquitectura urbana y visibles desde el río, marcaban la supremacía del poder de la Iglesia. Años más tarde, fueron los edificios con fines políticos los que las construyeron aún más alto para determinar quién tendría el poder a partir de ese momento en Buenos Aires, la cúpula del Congreso de la Nación, por ejemplo, es una de las más grandes (se realizan visitas guiadas para el público en general y turistas.
Por otra parte, en las últimas décadas, las empresas multinacionales llegaron para mostrar su poder simbólico con esos edificios altísimos en punta que casi llegan a tocar el cielo. Así, las cúpulas no sólo se erigen como elementos decorativos y elegantes, sino que históricamente han sido utilizadas en la puja jerárquica de las instituciones.
La ciudad en las alturas
En Buenos Aires, la mayoría fue construida durante los ostentosos años de principios del siglo XX. Sus estilos son un fiel reflejo de ese cocoliche cultural que caracterizaba a la ciudad, producto de los múltiples destinos desde los que habían llegado los inmigrantes. “Hay cúpulas de diferentes épocas y, por consiguiente, de distintos estilos. Desde las más antiguas, como la de la Iglesia de San Ignacio (un edificio de 1712 que forma parte de la Manzana de las Luces), pasamos a las neoclásicas de tantas construcciones afrancesadas, como la del palacio Ortiz Basualdo, hoy la Embajada de Francia. Están las representativas del art nouveau que se pueden ver en los edificios de departamentos de Paso 679, y de Otamendi y Yerbal, construidos entre 1910 y 1912, y el art decó también está presente en la sorpresiva cúpula del inmueble de José María Moreno 120”, describe el arquitecto Horacio Spinetto, coordinador de la Extensión Cultura de la Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Joyas en la altura
Además de las más reconocidas, como la del Cabildo, la de la Jefatura de Gabinete y la de la Legislatura porteña, hay algunas joyitas escondidas que pasan desapercibidas entre tantos edificios altísimos de fachada espejada.
La Galería Güemes, por ejemplo, considerada como el primer rascacielo porteño gracias a sus 14 pisos y 87 metros de altura, fue construida en 1915 en Florida 165. Los dueños de la casona de 1830 que había en ese terreno eran los sáltenos Emilio San Miguel y David Ovejero, ambos millonarios de la época al mando del proyecto, que le dieron a la galería el nombre del gran caudillo salteño. Desde su creación, supo ser un teatro, un cabarety un restaurant que, según dicen, vio pasar a Julio Cortázar y a Antoine de Saint-Exupéry, aunque en la actualidad funciona como galería comercial y espacio de oficinas.
Las más emblemáticas
Spinetto propone un recorrido por algunas de las que considera imperdibles: la cúpula del Palacio Barolo -una obra levantada entre 1919 y 1923 en Avenida de Mayo 1370-, un exponente del art nouveau en el edificio de Paso y Viamonte del arquitecto Julián García y un combo de cuatro cúpulas, todas de fines de los años veinte, que se reúnen en una sola esquina. “En Diagonal Roque Sáenz Peña y Florida hay cuatro ejemplares magníficos: dos del arquitecto Edouard Le Monnier (las de Diagonal 615 y 614); una art-decó en la esquina sureste de Alejandro Virasoro; y la de Florida 99 del edificio que era del Banco de Boston, que en 1928 obtuvo el Primer Premio Municipal de Fachada”, apunta el arquitecto.
EL CRONISTA