15 Apr Un desafío inédito en la historia humana
Santiago del Solar
En los próximos 50 años se va a necesitar producir más alimentos que todos los que se han consumido desde que comenzó la humanidad. Este hecho inédito y de altísimo impacto genera fuertes debates. Es aceptado que hay que dedicar imaginación y recursos para producir más y mejores alimentos, pero la discusión pasa sobre la manera en que lo vamos a hacer.
Sabemos que de los siete mil millones de habitantes actuales en nuestro planeta pasaremos a ser más de nueve mil millones para 2050. Con la particularidad que esos dos mil millones de personas que se agregan a la población mundial van a vivir en ciudades, y probablemente tengan muy poco contacto con la realidad rural y la producción de alimentos.
La comunicación entre las sociedades urbanas y rurales es uno de los grandes desafíos que tenemos que atender para integrar productores con consumidores. Difícil es a veces transmitir el vínculo ineludible que existe entre los alimentos que consumimos a diario y la producción agropecuaria, a pesar de que todos los habitantes de la tierra, al menos tres veces al día necesitamos de los agricultores como proveedores confiables y eficaces de nuestra alimentación. Por otro lado, la ecuación maltusiana chocó con los mecanismos de defensa creados por la misma humanidad. La respuesta contundente a esta amenaza, fue el continuo desarrollo tecnológico del agro, que con herramientas tales como los fitosanitarios, la biotecnología, la genética, la siembra directa, la mecanización, la informática y la agricultura georreferenciada, desplegados como un arsenal de la paz, están logrando aumentar las productividades en forma sostenible en las regiones que están adoptando estas tecnologías.
Cada vez generamos más alimentos con cada vez menos recursos. Pero estas mismas tecnologías que fueron cocreadas entre la cadena agroindustrial, la investigación y los productores basadas en la ciencia están siendo cuestionadas con un enfoque no necesariamente científico.
Desde la visión de ciertas creencias y convicciones que son respetables y atendibles, se pretende frenar el desarrollo de ciertas tecnologías. Es perfectamente aceptable que una persona considere que un producto por ser etiquetado como “orgánico”, sea “más natural”, “más sano” o más nutritivo”, y que esté convencido de esas afirmaciones, independientemente de que hayan sido corroboradas o no en un análisis técnico que así lo demuestre.
Lo mismo puede decirse para quienes rechazan los OGM sin querer entrar en la discusión científica como herramienta de aceptación o rechazo, estando en todo su derecho de sentirlo así.
Al igual que cualquier otra creencia como puede ser el caso de las religiosas o espirituales, no tienen por qué estar sometidas a un análisis científico. Nadie va a justificar o no su espiritualidad en un laboratorio, o someterlo a rigurosos análisis técnicos. Uno cree lo que cree y tiene todo el derecho a hacerlo.
Pero al mismo tiempo esas creencias, son intimas y personales y bajo ningún concepto pueden ser impuestas a otras personas y menos aún a la humanidad en su conjunto. La historia está repleta de casos donde la imposición de ciertas creencias ha generado mucho daño. En numerosas ocasiones se rechazaron evidencias científicas concretas, sólo por el hecho que la ciencia no se adecuaba o contradecía creencias preestablecidas. Mientras más contundente era la contradicción entre las dos posturas, más duros eran los ataques contra las evidencias científicas y contra los científicos que las daban a conocer. Pero el derecho a creer no autoriza a imponer.
En la actualidad hay casos de rechazos a la aprobación para el consumo en algunos países a productos OGM a pesar de haberse probado su inocuidad y ni siquiera se aceptan trazas de los mismos en un embarque de cereal. También existen casos de países carenciados que no han aceptado donaciones de alimentos, sencillamente por tener origen biotecnológico. Se da la trágica paradoja, de gente que no tiene que comer, recibe alimentos donados desde países donde se los consumen sin inconveniente alguno, pero no se los autoriza a consumir en el destino donde la falta de alimentos es un flagelo. Y como consecuencia mucha gente sufre hambre.
Enfrentándonos a este desafío inédito en la historia de la humanidad, como es la de alimentar al mundo dentro de un marco de desarrollo sostenible, no se puede eludir el debate científico como herramienta para la toma de decisiones, y a partir de la investigación generar las bases que fundamenten la creación de leyes y regulaciones que estimulen la mayor producción utilizando todas las herramientas tecnológicas que nos permitan producir mas y mejor.
Las creencias deben ser aceptadas y fundamentalmente respetadas, pero la monumental tarea de alimentar al mundo no puede estar sometido a las mismas, sino al raciocinio y la ciencia.
LA NACION