05 Apr Para concebir a Rosario, pasaron por 13 tratamientos de fertilidad
Por Fabiola Czubaj
Cuando Andrea y Santiago ingresaron el sábado pasado en una clínica de fertilidad, en Bulnes y Tucumán, nadie pensaría que esa pareja tucumana estaba reincidiendo en el intento de lograr un embarazo. Y no se trata de cualquier reincidencia, sino la de la búsqueda de un segundo embarazo, después de 13 tratamientos en casi una década y que hicieron posible la llegada de la pequeña Rosario, que ya tiene casi dos años.
Su llegada, resistió a todo, hasta una enfermedad rara que lo mantuvo a él sin poder caminar durante un año. Anécdotas es lo que le sobra a esta pareja, que pasó por los mismos altibajos de tantas otras, pero que hoy le saben poner mucho humor a situaciones tan privadas que a cualquiera le incomodaría mencionar. “Después de todo lo que pasamos, es un milagro haber tenido a Rosario. Fue probar, probar y probar… hasta que te dé la cabeza y el bolsillo, porque a veces tenés el dinero, pero no te da más la cabeza. Tuvimos que vender el departamento, suspender trabajos, carreras y pedirle ayuda a la familia”, dice Santiago Colombres, de 38 años, abogado y licenciado en marketing.
“Ese tratamiento, el número 13, era el último para nosotros”, recuerda Andrea Navarro, de 37 años, diseñadora y profesora de inglés. Y explica que durante los tratamientos de fertilidad le cambia la vida a una pareja. “El tratamiento pasa a ser una complicación, a imponer una agenda que dirigen los médicos”, precisa.
En esa agenda están cuándo hay que tener relaciones sexuales, cómo es la mejor forma de tenerlas, levantarse temprano para poder llevar ese día la muestra de semen que necesita el médico para fertilizar los óvulos más aptos o postergar actividades después de una llamada del especialista. “Todos estos años hice de todo, pero nunca pude trabajar en relación de dependencia porque, si no, no hubiese podido hacer los tratamientos. Cuando quedé embarazada, estaba estudiando arte en la Universidad de Tucumán y tuve que dejarlo porque quedé libre. Además, cerramos allá un local de ropa porque, de los dos, yo era la que más tiempo tenía que venir y quedarme en Buenos Aires. Era difícil”, comenta Andrea.
Cuando se casaron en 2002, en plena crisis económica, se recibieron y se propusieron organizar qué harían cada año. Una de las primeras tareas sería tener un hijo, pero eso demoró casi una década. Como les recomendó el ginecólogo en Tucumán, intentaron durante un año. Les hicieron estudios a los dos, de laboratorio y genéticos, y los resultados eran normales. Pasaron otros cinco meses y decidieron consultar en Buenos Aires. Las amigas de Andrea le recomendaron ver al doctor Ramiro Quintana, director de Preservar Fertilidad, un grupo de estudio sobre pacientes oncológicas pediátricas y adultas.
Así se enteraron de que pertenecen a un grupo de parejas que son completamente sanas, pero no pueden concebir. “Se llama esterilidad sin causa aparente y es terrible porque no hay nada para curar o arreglar. El resultado del espermograma está bien y la mujer tampoco tiene problemas. El diagnóstico se fue dando en el tiempo”, cuenta Santiago.
Empezaron con la estimulación ovárica de baja complejidad, y así pasaron a los distintos tipos de fertilización (sin extraer los óvulos primero y luego in vitro) hasta llegar a la inyección intracitoplasmática de espermatozoide o ICSI, que es la más compleja.
“Recuerdo que el médico me dijo: «Andrea, no me extraña que me llames un día y me digas que estás embarazada». A todo esto, había que seguir trabajando. Fui al psicólogo como me aconsejó el médico, que ya no tenía muchas respuestas para darme -dice ella-. Creo en Dios y tampoco encontraba ahí una respuesta. Ya no sabía qué hacer y todas mis amigas tenían varios hijos y muchas hablaban de que tenían tres varones y no conseguían a la nena, y yo sufría.”
Buenos pacientes
“Nunca me tiré en una cama después de cada uno de los resultados negativos. Siempre tenía en mi cabeza el signo de pregunta, de si yo tenía que estar con Santiago o él conmigo, de por qué no quedaba embarazada, que quizás era porque no podía ser una buena madre, que me separaría o hasta si me moriría y que por eso no tenía que quedar embarazada porque no había un motivo físico.”
Los dos, se nota al hablar, hicieron todo lo que les pidieron o les recomendaron quienes consultaron, incluidos los especialistas en fertilidad de Buenos Aires. En 2008, de regreso de Rosario por trabajo, Santiago se levantó una mañana con síntomas extraños: fiebre y diarrea, que se prolongaron durante 20 días, seguidos de conjuntivitis, problemas cardíacos y dolores incapacitantes que aparecían en cualquier lugar del cuerpo. Estuvo un año en cama y otro más para recuperarse. Para caminar tres cuadras necesitaba una hora, alguien acostumbrado a correr maratones. “Hasta le mandé una carta a Dios en un globo”, apunta. La desesperación lo llevó a Rosario a ver al padre Ignacio. Asegura que todo empezó a mejorar. A los cuatro meses, volvió con Andrea a Rosario para hablar con el sacerdote y salieron con unas recetas caseras, una estampita y una recomendación, sin haberle dicho que estaban tratando de concebir un hijo. “Tengan mucha, mucha fe.” En el micro de vuelta, uno de los choferes que se les acercó a hablar le regaló a Andrea una medallita de la Virgen del Rosario. “Era un hombre muy amable, canoso, mayor, y me dijo que iba a tener una nena y que él tenía el nombre. «Ese día, me llamás. Esta medalla no te la regalo. Me la devolvés cuando tengas a tu hija.» Perdí el número y supongo que el nombre era Rosario.”
Fue en septiembre de 2010, y en noviembre Andrea quedó embarazada. Rosarito, como la llaman, está por cumplir 2 años. “El día del parto, lloré desde que llegué al hospital -recuerda Andrea-. Me tenían que hacer cesárea porque la beba tenía el cordón alrededor del cuello, y aunque era ochomesina, sus pulmones estaban maduros. En la sala de parto, le dije al médico: «¿Sabe que me hice 13 tratamientos?» Y se puso muy nervioso. Cuando nació, pedí oxígeno porque no podía parar de llorar.”
La pareja ya empezó a buscarle un hermanito. En diciembre pasado, el intento número 14 resultó negativo. “Volvimos a casa y abrazamos a la nena, que no me dejó llorar mucho porque enseguida quería jugar”, cuenta Andrea. El sábado pasado, hicieron un nuevo intento. “Ahora, a esperar”, dice Santiago. Una nueva oportunidad con final abierto.
Una pareja que no cedió ante el fracaso
Los dos especialistas que los guiaron coinciden en su notable persistencia
Si hay algo en lo que coinciden los dos especialistas que atendieron a Andrea Navarro para ayudarla a concebir, y a que el embarazo finalizara con éxito, es en la persistencia y la capacidad de la pareja de levantarse ante cada fracaso. Claro que ellos tenían algo a favor, pudieron superar los condicionamientos económicos y de edad de la fertilización asistida.
“Los tratamientos generan mucha angustia; desde esperanza al inicio hasta la sensación de fracaso cuando el resultado del test de embarazo no es positivo. Y cuando una paciente queda embarazada, el miedo al fracaso durante la gestación se transforma, a medida que pasan los meses, en ansiedad de que todo termine bien”, comentó el doctor Hugo Ciaravino, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Tucumán, quien atendió a Andrea durante el embarazo y el parto, que fue por cesárea a los ocho meses de gestación debido principalmente a un aumento de la presión sanguínea materna que podía poner en riesgo a la madre y a la beba. “Fue una pareja bastante tranquila, a pesar de tantos tratamientos. Tenían la ansiedad y la angustia común en estos casos, pero los dos eran muy positivos en el resultado. Me comentaron que empezaron a buscar otro embarazo”, agregó Ciaravino.
Comentó también que, con tantos intentos, muchas parejas optan por la adopción o no seguir intentando. “Pero ella fue muy, muy, persistente. Me asombró como obstetra lo tranquilos que estaban durante el embarazo”, indicó.
El tratamiento fue aumentando la complejidad rápido debido a que vivían lejos. “Comenzaron con dos intentos de inducción de la ovulación sin éxito, siguieron con dos intentos de inseminación artificial y, como no quedaba embarazada y tenían que dejar su vida de todos los días para venir a Buenos Aires, pasamos a la fertilización in vitro”, detalló el doctor Ramiro Quintana, director científico del IFER.
Andrea quedó embarazada en la quinta aspiración de óvulos, con varias transferencias embrionarias previas sin éxito. Así llegaron a los 13 intentos. El embarazo se logró con una técnica que aún no se había utilizado con ella, el hatching asistido. Cuando la cápsula de los embriones es muy gruesa, por ejemplo, se le hace una punción para provocarle una “zona de debilidad” y que puedan adherirse al útero.
Quintana explicó que “a veces, una pareja va recorriendo los tratamientos a medida que la medicina va aumentando su conocimiento. Cuando ellos empezaron, los tratamientos eran unos y, con los años, cambiaron las medicaciones, las técnicas, las condiciones de laboratorio y el conocimiento médico. Es lógico, entonces, que se dé el embarazo con mejores condiciones”.
LA NACION