La atención viajera

La atención viajera

Por Ramiro Quintana
Luego de la publicación deViajera crónica, Hebe Uhart regresa a la crónica de viaje a partir de un itinerario que, salvo por el texto sobre Asunción del Paraguay que cierra el volumen y la breve estancia en Chile (Santiago y La Serena), se circunscribe a ciudades y pueblos de las provincias argentinas e incluye desde localidades bonaerenses como Luján o Almeyra hasta San Marcos Sierras (Córdoba) o Cipoletti (Río Negro).
Dicho esto, lo primero que estas crónicas ponen de relieve es la metodología que funge como espinazo del trabajo de Uhart -bosquejada en el ya mencionado volumenViajera crónica-, que consiste en tejer, en favor de la sutil elocuencia de lo mínimo y en contra del tipismo satinado de la folletería turística, un tapiz con materiales heteróclitos. Es decir: con lo que extrae de la bibliografía que consulta en la biblioteca pública de cada destino, de los libros que lleva en su bolso o que compra en las ferias y librerías que visita, pero también con los avisos que lee en los clasificados de los diarios locales, sin soslayar los carteles y nombres de comercios que sus callejeos le deparan a cada paso y que ella registra fascinada. Con el fruto de las conversaciones o entrevistas que mantiene con los lugareños, cuya importancia para Uhart es vital, debido a que, como ella apunta en una de las crónicas, “los detalles sobre la vida de un pueblo se obtienen preguntando a unos y a otros, jamás por la dirección de turismo o de cultura”. Así pues, esta premisa la lleva a Uhart a conversar, apelando a una mordacidad que no desonce la apostura, con personas de toda laya. Podría decirse que a Hebe Uhart, como al Gombrowicz diarista, le “atrae el abismo de la vida ajena”. “¿Y cómo es la gente acá?”, se pregunta (les pregunta a sus entrevistados) Uhart; y la búsqueda de una respuesta a ese interrogante la acicatea a estar siempre lúcida, presta a “tirar de la lengua”. En Tandil, consigue entrevistar a Marcelo Gómez, el entrenador de Juan Martín Del Potro de los siete a los dieciocho años, a quien consulta por las condiciones que debe tener un tenista para destacarse. En Esperanza (Santa Fe), donde católicos y protestantes tienen una convivencia ríspida, entrevista al pastor Buschiazzo, que responde sin ambages sobre cuestiones sociales. En Azul, conversa con los hermanos Florángeles y Carlos, el último de los cuales “ha hecho una clasificación de las vacas por su carácter y eficiencia (antes era selector de recursos humanos)”. Asimismo, cabe destacar que Uhart, y quizás en esto estribe una de sus principales astucias, sabe que la escritura de crónicas como las suyas requiere un estado de disponibilidad permanente. De manera que, si estando por caso en un café de Capilla del Monte le sugieren que “vaya a ver al herrero que vive a mitad de cuadra”, ella parte inmediatamente en esa dirección.
Pero por otro lado, además de las lecturas y las entrevistas, en sus crónicas Uhart deja ingresar, sin pruritos, lo que escucha en la radio o ve en la televisión. Por ejemplo, en Asunción, ciudad que a su arribo está convulsionada por la destitución del presidente Lugo, encuentra un programa de radio llamadoFe y alegría, la educativa del Paraguay, de cuyo conductor dice, entre otras cosas, que “no baja línea a nadie, utiliza inclusive las preguntas más descabelladas para poner orden en el pensamiento”. En ese sentido, el proceder de Uhart, el modo en que se relaciona con las personas, se asemeja al del periodista paraguayo.
Sin embargo,Visto y oído es, desde luego, mucho más que la cristalización de una metodología de trabajo, de una concepción de la crónica que, si no nueva, de seguro sí es revitalizante para el género. Dondequiera que se pose, la mirada de Uhart vivifica y aun no pocas veces refunda.
Este libro es también, en los bordes de las historias que compendia, una sostenida reflexión sobre escritura y movimiento, sobre viaje y ritmo. En la primera crónica, “Un viaje desusado”, Uhart escribe: “A lo mejor la conducta que se debe observar en los micros en movimiento es muy distinta a la del mundo del reposo”. O bien, mientras pasea por La Alameda en Mendoza, dice que “desearía tener un vestido largo que roce el suelo y me imprima un ritmo lento y no estos vaqueros de turista apurada”. El ritmo de la escritura se encabalga al del cuerpo que viaja, que se mueve, más rápido o más lento, en su tentativa de conquistar del espacio, de imprimirle al terreno su huella. La escritora, Uhart, que sujeta al ritmo que enhebra sus pensamientos como abalorios, actúa, se desempeña por un rato como actriz, por fidelidad a la puesta en página de esos vaivenes del pensar cuyo sustrato es, claro, lo que ve y oye. De viaje por Santa Fe, se hospeda en un hotel que tiene casino. A Uhart no le cautiva jugar, pero juega, juega para escribir. Consigna: “A la noche me puse a jugar un poquito para disimular que tomaba notas (entré de día con un anotador en la mano y me dijeron que no se puede)”. La escritura, pues, como forma de hacer saltar la banca subrepticiamente.
LA NACION