El día de la marmota: la comedia perfecta

El día de la marmota: la comedia perfecta

Por Javier Porta Fouz
Ya se cumplieron 20 años. El jueves 4 de marzo de 1993 se estrenaba en la Argentina una comedia que lograría un importante número de seguidores, algunos de los cuales son -somos- casi adictos a la película en cuestión. Pero en marzo de 1993 fracasaba. En dos semanas se quedaba fuera de los cines. En los Estados Unidos estuvo entre las diez más vistas de ese año, pero acá Groundhog Day no funcionó en su estreno, pasó inadvertida. Luego fue un éxito en cable, donde tuvo una gran rotación y fue de esa manera -y con el VHS- como consiguió su público, sus fieles argentinos. En cable el título solía ser Día de la marmota o El día de la marmota , pero en los cines argentinos su título fue Hechizo del tiempo ( Atrapado en el tiempo en España). En esta nota, en honor a la fidelidad del sentido, llamémosla El día de la marmota .
Ya 20 años, muchos, y sin embargo el tiempo que relata la película quizá sea mayor a dos décadas. Un tiempo singular, el tiempo vivido por el protagonista, que se levantaba siempre el mismo día, el 2 de febrero.
En esa fecha se festeja el día de la marmota, una fiesta tradicional de los Estados Unidos y Canadá en la que se toma como meteorólogo a una marmota, animal que según el folklore puede determinar si el invierno que queda por delante será suave o riguroso. A la festividad de la marmota en Punxsutawney se dirigía el meteorólogo televisivo Phil Connors. Y allí, en Punxsutawney, un pueblito que despreciaba, Phil se despertaba una y otra vez para vivir el mismo día, con conciencia de haberlo vivido ya, mientras para el resto del mundo se trataba de un día que vivía por primera vez. Una genial idea argumental que se ha caracterizado no pocas veces como borgeana. La historia era de Danny Rubin, y el guión fue escrito por él y el director Harold Ramis. El día de la marmota es uno de esos ejemplos de cómo el cine, a veces, entrega obras maestras en función de una combinación irrepetible de elementos. Ni Rubin ni Ramis lograrían otra vez películas así de perfectas. Y sí, contaron con un elenco en estado de gracia, tal vez con la mejor actuación de Bill Murray.
No era fácil llevar al cine semejante historia. Para contar cómo Phil quedaba atrapado no sólo en el tiempo, sino también en el espacio (una tormenta de nieve le impedía salir del pueblo), las opciones narrativas a la hora de preparar la película incluyeron flashbacks y voz en off . Felizmente, se decidió relatar en orden cronológico y sin voz en off , y se logró una claridad notable, mediante un sistema de situaciones y elementos clave y bien planteados -mayormente exprimidos para el humor y sin forzarlos jamás con inteligibilidad y lógica. Si el personaje de Phil necesitaba establecer algún tipo de emoción nueva, se podía presentar algún diálogo extraordinario, como el de “soy un Dios”, mientras tomaba una merienda digna de La gran comilona , o se apelaba a un montaje que cambiaba de día por corte directo para ilustrar, por ejemplo, los intentos de suicidio: en realidad, muertes efímeras, que sólo duraban hasta que Phil recomenzaba a vivir el 2 de febrero. Ese hechizo se convertía así en una condena: “No hay manera, Phil, de que no vuelvas a vivir una y otra vez el mismo día”, parecía decirle sin palabras algún poder superior a él. En ese sentido, también, la película fue muy valorada desde diferentes posiciones religiosas que, por lo menos para esta nota, no vienen al caso.

AYER, HOY Y MAÑANA
Phil estaba obligado a vivir otra vez el mismo día, con la memoria de cómo lo había vivido ayer. Para él había mucho ayer, pero nada de mañana. Por lo menos hasta que? Pero no vamos a contar la resolución de la película. El día de la marmota planteaba, con una pirueta fantástica que jamás se explicaba, y con tono y forma realista -a esto ayudaban sabias decisiones de montaje o, más bien, de no montaje, de no cortar donde no había que cortar-, una forma de entender el sueño americano, una forma en la que el héroe, como en el western tenía que lograr ser mejor porque partía de la falla. Phil comenzaba como un ser en extremo egocéntrico, y a partir de esa caracterización se generaban una gran cantidad de chistes memorables como el del capuchino en el hostal, de una maldad radiante. A ese ser despreciable y poco querible, pero atractivo en su arrogancia todoterreno, le llegaba ese 2/2 (lo capicúa como señal de lo mágico) con apariencia de eternidad: le llegaba la oportunidad de hacerse experto en ese día. Una de las tantas secuencias perfectas era la de Phil llevándose una bolsa de dinero de un camión de caudales, que se contaba solo una vez pero entendíamos (por la precisión para saber en qué momento iba a ladrar un perro, por ejemplo) que ya había vivido esa situación infinidad de veces. Phil tenía la oportunidad de conocer ese día como nadie, de aprender a vivirlo a la perfección. En ese aprendizaje, finalmente, tal vez podría aprender a vivir sin necesidad de precisar un día en particular.
Más allá de todo esto, de la parte fantástica y hasta metafísica en forma de comedia brillante, El día de la marmota tiene también otros encantos: el de la comedia romántica con química sublime entre los protagonistas (Murray y Andie MacDowell), con chispas bien sembradas desde el inicio, con la contradicción entre lo que Phil dice y su mirada en el comienzo de la película (observen bien cómo la mira la primera vez que la ve). Y, por supuesto, también está el encanto de un invierno noble y resplandeciente en un pequeño pueblo. Y, sobre todo, el encanto mayor de una película hecha con una maestría tal que uno se pregunta si sus responsables no habrán tenido la oportunidad de vivir infinidad de veces el rodaje hasta lograr la comedia perfecta.
LA NACION