“El deseo es una amenaza, por eso rara vez cedemos a él”

“El deseo es una amenaza, por eso rara vez cedemos a él”

Por Martín Lojo
Desde su blog El diario de un erotómano, el uruguayo Ercole Lissardi desafía al lector con una idea desconcertante: la Revolución Sexual no ha terminado. Mientras la industria pornográfica invade cada medio visual disponible para ofrecer “a bajo costo la ilusión de la sexualidad plena”, la reflexión sobre la naturaleza del deseo se empobrece.
“Tengo la impresión de que el resultado de esa actitud entre vagamente permisiva y vagamente reticente, entre vergonzante y pragmática con la que hoy encaramos lo sexual […] es que no prestamos suficiente atención como para oír lo que la erótica tiene para decirnos, precisamente en estos tiempos en que nos habla hasta por los codos.” Según Lissardi, los valores de la moral victoriana regresan porque no se les supo oponer “una nueva concepción de la naturaleza de la sexualidad humana”.
La obra de Lissardi, una veintena de novelas breves en poco más de quince años, es un intento colosal por liberar al fauno encarcelado por una cultura a la vez exhibicionista y pudorosa. Sus relatos, de notable precisión y una gran variedad de estilos y registros, explora al detalle los infinitos modos en que el deseo abre una brecha sin fondo en nuestra subjetividad. De visita en Buenos Aires para presentar El centro del mundo , que reúne sus tres últimas nouvelles , el autor contó a adncultura cómo cambió su identidad para que Ercole Lissardi, el erotómano, pudiese escribir.
-Desde la adolescencia tuve la sospecha de que sería escritor. Pero después, como les pasó a muchos en el siglo pasado, creí que la literatura estaba muerta y que el cine lo era todo. Entonces comencé trabajar en cine y televisión. Luego tuve que exiliarme en México, donde pude escribir algunos largometrajes y llegué a filmar uno. Pero al terminarlo vi que ese medio no era para mí. Los tiempos del cine son muy largos; un proyecto lleva dos o tres años, y yo soy una persona con otra dinámica. Escribo muchísimo, las tres novelas que publicó Planeta las terminé en cinco meses. El tiempo mental del cine no me cierra. Me di por vencido y me entregué a la vocación reprimida de escribir. Después vino el problema de desandar lo andado. Al principio no creí poder conformarme con palabras; el medio visual es muy fuerte y prepotente. Hice un esfuerzo teórico para buscar mi camino, pero teorizar me produjo tal desesperación que me puse a escribir sin reflexiones. En 1995 salió la primera novela y, desde entonces, publiqué unas veinte.

-¿Por qué se propuso escribir sobre sexo?
-No es exactamente así, lo que me interesa es la erótica. En particular, la cuestión del deseo más que lo estrictamente sexual. En mis libros no hay grandes performances ni técnicas amatorias, sino gente atrapada por la fuerza del deseo. Durante mi adolescencia, en los años sesenta, el erotismo ganaba cada vez más espacio cultural y despertó mi curiosidad e interés. Hasta que, entre 1973 y 1985, la dictadura uruguaya acabó con esa apertura. Que yo sepa no podría escribir otra cosa. Cuando comencé mi trabajo, puesto que ya no existía censura de ninguna índole, fue natural llamar a las cosas por su nombre, como realmente se habla en la intimidad. De manera que desde mi primer libro el lenguaje fue absolutamente franco.

-¿Cuáles fueron sus modelos?
-En los años sesenta me deslumbró el famoso capítulo noveno de Paradiso , de Lezama Lima, o los capítulos eróticos del Libro de Manuel . Por supuesto leía ya a Miller; Trópico de Cáncer y Sexus habían sido traducidos en la Argentina. Después descubrí a otros escritores que me marcaron, por supuesto Bataille, el gran escritor de erótica del siglo XX. También el norteamericano Marco Vassi. Las pocas cosas que escribió son extraordinarias. En la mera técnica de escritura, mi mayor influencia fue el policial. En particular Ross Macdonald y Mickey Spillane, un autor de una fuerza y un desparpajo que me impresionaron desde adolescente. De Macdonald siempre me fascinó su manejo de la metáfora y la precisión de las estructuras narrativas. Me pasé meses analizando la composición de sus novelas, esos policiales que son una especie de caída en el pasado.

-En 2007, publicó en la revista Brecha una nota en la que diferenciaba literatura erótica de literatura pornográfica, y se definía como narrador de “relatos sobre relaciones sexuales”. ¿Qué implica esa posición?
-Fue un artículo de barricada. En una sociedad pequeña y muy pacata como la uruguaya, mi trabajo molestó a mucha gente. Las críticas solían coincidir en que, a pesar de estar bien escritas, mis novelas eran “pornografía”. En Uruguay decir “pornografía” equivale a estar influenciado por el demonio. En el artículo pedía que pensáramos juntos los conceptos que se jugaban en las críticas. El objetivo de la pornografía es mostrar el acto sexual. No le interesa el contexto cultural, político ni filosófico. El consumidor de pornografía sólo quiere ir al grano, si le dan algo más lo rechaza. El arte erótico tiene un objeto que, para empezar, ni siquiera es visible. Intenta representar el deseo, una fuerza de la psiquis humana que nos lanza hacia determinadas personas como si en ellas hubiera algo esencial para nosotros. Me parece difícil equivocarse, la pornografía muestra un acto con tanto detalle como puede; el arte erótico puede mostrar o no, pero su tema es el deseo. Siempre menciono dos películas de mi generación que todos vieron. Muerte en Venecia , de Visconti, es una película erótica sin ninguna escena de erotismo físico . El imperio de los sentidos , de Nagisa Oshima, muestra de todo, pero su intención es probar que el deseo sin límites conduce a la locura. Son arte erótico del más alto nivel que puede producir el cine y son en extremo diferentes, pero ninguna se puede confundir con pornografía.

-En sus novelas la reflexión sobre el deseo siempre recurre a la representación sexual explícita. ¿Cuál es la importancia de ese modo de mostrar la sexualidad en el efecto que busca producir?
-La desnudez, la objetividad de las cosas, tiene un efecto muy intenso en lo que se dice al lector. Mi discurso sobre el deseo y su misterio llegaría con menor profundidad al espíritu si quitara lo que ocurre al nivel del cuerpo, que es incontestable y radical. Me interesa representar esa fuerza porque sin conmoción no hay cambio en las convicciones del lector. De otro modo no me interesa escribir.

-¿Cómo surgieron los relatos de El centro del mundo?
-Los escribí entre enero y mayo de 2011. Cada novela me lleva entre veinte días y un mes. Me parece bien editarlas juntas porque muestran las vertientes más importantes de mi trabajo. El primero, “El centro del mundo”, es fantástico, afiligranado y un poco barroco. El segundo, “La diosa idiota”, muestra el sustrato de angustia metafísica que hay en mis libros, y “La educación burguesa” es el filo político que también intento explorar

-“El centro del mundo” es un relato en cierta medida paradójico, que narra la sexualidad extrema de los personajes con un lirismo muy elevado. El protagonista decide morir al no poder entregarse a la pasión incontenible de su amada, pero en cualquier caso muere por amor.
-Elías no puede enfrentar el lado abyecto que hay en su goce. Su deseo es lo que ella hace y él no puede sostener. Entonces elige morirse.

-El relato también tiene una escena muy perturbadora, aunque está tratada con cierto humor.
-Me di cuenta inmediatamente de que la historia corría por dos caminos. Una es la peripecia que lleva a la muerte del personaje y la otra es la del cadáver mismo. Como suele suceder cuando se trabaja en contrapunto, si trataba demasiado en serio la escena con el cadáver el relato se desbalanceaba. Por eso la situación sexual se diluye ligeramente en la comedia.

-Tanto en esta nouvelle como en “La diosa idiota”, la escena de máxima intensidad erótica culmina con una iluminación real y metafórica. Los cuerpos se iluminan porque los personajes llegan a la comprensión de sí mismos en ese acto. ¿Cómo piensa la relación entre éxtasis sexual e iluminación?
-Sí, tienen algo en común. Recorrer la oscuridad y llegar a la luz implica disolverse como vampiros en la mañana. En las dos escenas se trata de la salida de la sombra, de la lucha física. Es el agotamiento, el fin de la relación y de lo que cada uno era hasta ese momento. Así termina el “Paraíso” en la Comedia de Dante, de la que soy muy lector. En Dante también la idea es ésa: se termina el ciclo de lo humano y se disuelve en la luz.

-En “La educación burguesa”, en cambio, el rol del descubrimiento sexual es opuesto. Mientras los padres de la pareja conspiran para que se casen, el clima es casi el de un relato de terror. Pero cuando la pareja descubre la oscuridad de sus propios deseos, el matrimonio se realiza.
-Me han dicho que esta tercera novela recuerda a El bebé de Rosemary . Soy fanático de Polanski, así que es posible que haya algo de eso. La superficie del relato es aterciopelada, pero por debajo se oculta algo hasta cierto punto terrible. La educación burguesa implica que todos tenemos un lugar que cumplir en el sistema. No importa qué tan fuera de lo común sea nuestro deseo, lo crucial es que funcione. Al menos en apariencia: debemos intentar aparecer en la foto de familia. En esta novelita, Ernesto es un tipo perfectamente sumiso a la concepción de la familia burguesa. Ama a sus padres y está dispuesto a seguir el camino que se le indique. Pero cuando le proponen enlazarse con Mónica, por quien no siente nada, se le hace difícil. La razón por la que cede es que él y Mónica se convierten en el objeto de deseo del “otro”, de Quilone, el ex marido de ella. En función de ese tercero ocupan su lugar en el orden burgués. Entonces Ernesto descubre que ese orden, aun en las relaciones aparentemente transparentes de sus padres, tiene un sustrato menos prolijo de lo que creía.

-Aunque con distintos resultados, los tres relatos sostienen una idea clásica de la literatura erótica: el deseo es el modo más profundo de autoconocimiento pero, a la vez, es una amenaza.
-Es la mejor manera de decirlo, el deseo es una amenaza. Por eso nosotros, personas civilizadas, rara vez cedemos a él. Cuando sentimos que todo nuestro ser responde a una persona a la que no conocemos, muchas veces la dejamos pasar. ¿Qué vamos a hacer? ¿Saltarle encima? Hay algo de salvaje y brutal en ese impulso, que necesitamos controlar. Esa noción de peligro, el filo del deseo, es el aporte de Bataille. En la cultura occidental lo cubrimos con la noción del amor. Decimos que amamos a una persona y que parte de ese amor es la caricia, la sexualidad, la procreación… Pero el deseo, dice Bataille, está del lado de la muerte. Siempre hay un límite en que el erotismo nos implica de una manera tan radical que nos pone al filo del peligro; en ese sentido, mis libros son literatura erótica estricta. Explorar ese filo del deseo es necesario, porque es una de las fuerzas más poderosas y genuinas del espíritu humano.

-¿Por qué eligió firmar con seudónimo?
-Empecé a escribir a los 45 años. No me sentía muy seguro. No es usual que la gente escriba sin censurarse de ningún modo. Mi incapacidad para frenar lo que escribía me ponía nervioso. Por eso decidí bajar la cortina y mantenerme al margen. La primera medida que tomé fue cambiar de nombre. No es un seudónimo; si alguien me llama por mi nombre anterior en la calle, no le voy a responder. Cuando sentí que mi escritura estaba haciendo un camino firme, al séptimo u octavo libro, empecé a aparecer en público. Mi personalidad es así, soy muy retraído. Una cosa es un escritor y otra un hombre de letras. Un hombre de letras es un personaje público que ejerce un papel social.Yo soy un escritor.
LA NACION