19 Apr Cooperativa La Esperanza de Monte Grande, el sueño que crece
Por Gabriel Martín
Mi señora me decía que estaba loco cuando le hablaba de la cooperativa” cuenta Elías Robledo, presidente de la Cooperativa La Esperanza de Monte Grande, una metalúrgica que fabrica purificadores y extractores de aire.
La fábrica había nacido en 1978 como un emprendimiento de los hermanos Carlos y Ernesto Paludetto y llegó a tener 70 empleados. Carlos, nacido en Italia, cuentan que tenía una gran capacidad de innovación, constantemente diseñaba modelos y logró abarcar todo el proceso productivo, desde el diseño y desarrollo de las matrices para fabricar las piezas, hasta el producto terminado.
“Cler” llegó a producir lavarropas, estufas, secarropas, turbos, purificadores y extractores de aire para cocina, y alcanzó a conformar una cartera de seiscientos clientes que vendían sus productos por todo el país. Los hermanos Paludetto habían logrado amasar una fortuna a partir de la fábrica.
A finales de los ’90 lograron colocar los productos en una cadena de hipermercados francesa, entre las más importantes del país. La producción mantenía un ritmo creciente pero habían comenzado a desatender la histórica cartera de clientes, no obstante lo cual usaron ese aval comercial para conseguir créditos que en parte destinaban a la planta, pero también la usaron para comprar campos y otras propiedades. Este salto, que suponía un crecimiento, fue al vacío. Robledo relata que en 2000 los hermanos Paludetto se ausentaron por tres días, lo cual era raro, pero más extraño resultó lo que ocurrió un día viernes en que aparecieron las esposas de ambos para anunciar lo inexplicable: la empresa entraba en convocatoria de acreedores.
Los bancos buscaron cobrar la deuda de la patronal, que habría llegado a los 7 millones de pesos, y la bicicleta financiera se descontroló ante demoras en la cadena de pagos por parte del hipermercado. Ya casi sin clientes y en una situación nacional con la recesión en auge, hundió el futuro de la pujante fábrica.
Así comenzó una pesadilla, conocida por tantos trabajadores. Ajuste salarial, recorte de beneficios, impago de haberes. Los sueldos que se pagaban cada quince días pasaron a ser liquidaciones semanales, y sólo cuando había plata. “Los viernes cobrábamos 200 o 300 pesos, nunca más que eso, y si teníamos la suerte de cobrar”, cuenta Robledo.
Entre despidos y renuncias, quedaron 24 laburantes, que todos los días iban a la fábrica y se la rebuscaban con changas en los barrios para sobrevivir. La falta de un sueldo digno, forzó a muchos a buscar otros trabajos también mal pagos, las crisis familiares se multiplicaron y el panorama demolía los ánimos. La síndico designada, Isabel Carrizo, encabezó el ajuste.
La segunda síndico, Alicia Zurrón, nombrada por el juez Julio César Palacio del Juzgado Nº10 en lo Civil y Comercial, presionó a los trabajadores amenazando con la ejecución de la quiebra, el desalojo y el despido masivo.
La historia de Palacio es emblemática. En 2011 la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires lo denunció por arreglar quiebras de manera irregulares y dar por concluidos procesos “sin encontrarse debidamente acreditado el cumplimiento de honorarios, aportes previsionales o la tasa de justicia, sino que sistemáticamente violó la ley de concursos y quiebras”.
Fue la primera vez en la historia en que el máximo tribunal provincial se constituye como denunciante para pedir la destitución de un magristrado. Entre las perlitas del juez, estaba un plazo fijo que compartía con una abogada que intervenía en las quiebras a su cargo. El jury no prosperó porque Palacios falleció al poco tiempo.
“Nuestra preocupación era cómo llevar la comida a casa” cuenta Robledo”. En la planta, las herramientas de trabajo ya habían sido el eje de uno de los mayores conflictos entre la patronal y los trabajadores.
Robledo se había convertido en delegado metalúrgico elegido por los compañeros de la fábrica en 2007, y poco tiempo después los hermanos Paludetto vendieron un balancín con la promesa que la utilizarían para pagarle 1500 pesos a cada uno, algo que no cumplirían nunca. A partir de entonces, la lucha comenzó una nueva etapa para defender las herramientas de trabajo.
El 16 de junio de 2009 se ejecutaría la quiebra de Cler SA, que incluía el predio y las máquinas. Había fermentado un negocio a espalda de los trabajadores para liquidar todo. El predio de Monte Grande, valuado en alrededor de un millón de pesos, sería ejecutado en la habitual maniobra de las liquidaciones judiciales digitadas por “La Liga”, un grupo mafioso que compra por un valor mucho menor. La base en ese caso era de 600 mil pesos, pero cuando el remate se declaró desierto, porque nadie se “animó” a ofertar, se llamó a una segunda instancia con un piso menor. La operación buscaba llevar la venta a 400 mil pesos, lo que hubiese generado una ganancia inmediata del 120% sólo con un pase de manos.
Hugo Corpo, por aquel entonces titular de la Cooperativa de Trabajo Envases Flexibles Mataderos, tuvo una reunión con Robledo y le dijo: “Tenés dos alternativas, o se organizan como cooperativa o les ponen la faja y no cobran un peso”. “La cooperativa es una lucha de cada día” explica Robledo, porque “es un cambio de mentalidad, de que todos asuman que no hay patrones y que esto es de todos por igual y no nos va a salvar nadie más que el compañero de al lado”. Tuvieron que correr contra reloj para lograrlo antes de la ejecución.
El 24 de agosto de 2009 los laburantes recibieron la matrícula 35.968 del I.N.A.E.S. y empezaron a trabajar como cooperativa de forma oficial. Uno de los empleados del área comercial propuso crear un pozo entre todos para comprar materias primas. Así fabricaron 30 purificadores que vendieron, reinvirtiendo la ganancia para ampliar de a poquito la producción entre los siete que quedaban.
Hoy producen 500 purificadores por mes que distribuyen entre 60 clientes de Capital Federal, Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba. Además, compraron un utilitario para realizar los fletes en el conurbano y Capital Federal. Sueñan con llenar la enorme planta de nuevos compañeros y esperan conseguir un subsidio para comprar un torno y una prensa para poder seguir creciendo(pedido hecho al Ministerio de Desarrollo Social de la Nación); como así tambien solicitan materia prima al Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación, dicho organismo los viene asistiendo desda la conformación de la Cooperativa.
La matriz de la memoria
Una de las principales fortalezas de La Esperanza es que cuentan con un matricero propio. Es decir, pueden fabricar los moldes para la producción. Este trabajo lo realiza Fabián Torres, que a los 16 años comenzó a aprender el oficio.
Fabián tiene 36 años y una historia pesada al hombro. Su papá Dardo César, y sus tíos Edgardo Buenaventura y Armando fueron secuestrador por la dictadura cívico militar el 7 de diciembre de 1976.
Los tres hermanos, obreros de la química Mebomar de Esteban Echeverría fueron torturados y asesinados y permanecieron desaparecidos hasta el año pasado, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense pudo realizar el análisis de ADN a los restos exhumados entre 1983 y 1985 del cementerio de Lomas de Zamora. Integraban la comisión interna de la planta y habían logrado reducir la jornada laboral por el trabajo insalubre.
Bajo la excusa de la actualización de legajos, Mebomar fotografió a todos los operarios y en la gerencia les advirtieron a algunos de ellos el destino que podía tocarles cuando la dictadura desataba el terror. Tras la desaparición de la comisión interna, integrada por los hermanos Torres, Oscar Sarraille y Raúl Santillán, la gerencia remitió los telegramas de despido.
En el caso de Santillán, el telegrama llegó cuando aún no se sabía que estaba secuestrado.
Junto a Raúl Manrique, los hermanos Torres fueron secuestrados en El Vesubio. El 23 de diciembre de 1976 fueron fusilados junto a otras seis víctimas en una esquina de Banfield. Se reportó como un enfrentamiento. El año pasado, Fabián pudo enterrar los restos de su papá.
TIEMPO ARGENTINO