Primeras damas de la pantalla

Primeras damas de la pantalla

Por Joaquin Vismara
En Argentina, la televisión lleva más de sesenta años de transmisión en carácter público, y más de cincuenta en formato privado. En todo ese tiempo, la mujer jugó un rol más que importante para la existencia y renovación del medio. Por un lado, durante sus primeros años de existencia, la televisión estuvo orientada a la platea femenina en gran parte de su grilla, cuando las telenovelas atrapaban a las mujeres que lograban desligarse de las actividades del hogar para así tener, durante treinta minutos o una hora, la válvula de escape de una rutina agotadora. Pero también, del otro lado de la pantalla, ellas fueron quienes tuvieron que superar adversidades, dejar de ser una figura secundaria, para hacer valer su peso e importancia, ganar su merecido terreno propio y, en algunos casos, imponer estilos y formatos para diferenciarse de sus contrapartes masculinas.
A fines de la década del 50, mientras la televisión abierta ya había establecido sus programas y sus figuras, la pantalla comenzó a colmarse de nombres que comenzaban a hacerse conocidos para el público. En materia de programas de humor, sin embargo, hubo alguien que supo marcar la diferencia a partir de su paso por otros medios. Marina Esther Traverso, más conocida como Niní Marshall, ya se había ganado un nombre con peso propio gracias a su inconmensurable talento para la comedia tanto en radioteatros como en el cine. De la mano de su galería de personajes tan entrañables como hilarantes (Catita Langanuzzo, Doña Pola, Cándida Loureiro Raballada), Marshall construyó su humor a partir de la observación de los distintos usos y abusos del lenguaje, y pasó de ser parte del varíete Philco Music Hall, para tener dos programas propios, Niní Marshall y Cosas de Niní. En la década siguiente, fue una pieza elemental en los Sábados circulares de Pipo Mancera, entre 1966 y 1969. Y tanto en el ámbito periodístico como en el de producción, un nombre pisó fuerte con sus zapatos de taco. La entrerriana Paloma Efrón comenzó su carrera como cantante de jazz a los 21 años, en la década del 30. Tras viajar a los Estados Unidos para formarse profesionalmente, regresó a la Argentina en los 50 cargando con el apodo que sería inmortalizada: Blackie. Después de retomar su carrera artística, decidió dar un giro drástico. Pasó a ser la primera referente femenina en el periodismo con el programa Cita con ¡as estrellas, y su labor fue tan notorio que, al poco tiempo, quedó al mando de la dirección de Canal 7. Desde allí, se abocó a la producción integral de ciclos que hicieron historia en la pantalla. Entre ellos, Titanes en el ring, de Martín Karadagian, y Odol pregunta, de Cacho Fontana. La aguda visión comercial de Efrón fomentó la carrera, por entonces incipiente, de talentos como Tato Bores, Roberto Galán, Bernardo Neustadt y Susana Rinaldi. Una vez que la televisión argentina tuvo definidos y establecidos sus formatos, hubo alguien que supo ofrecer una idea que perduró a través de muchos años. En 1968, Alejandro Romay, por entonces director de Canal 9, le ofreció a una actriz de extensa trayectoria la conducción de un ciclo llamado

Almorzando con las estrellas
La premisa era básica: en cada emisión, la conductora del programa recibía a diversos invitados ilustres para almorzar en pantalla, en el marco de una entrevista distendida. De manera abrupta, la anfitriona ganó más protagonismo que el ciclo en sí mismo. El programa cambió su nombre para convertirse en Almorzando con Mirtha Legrand, y se convirtió en un producto que siguió vigente en pantalla durante cuarenta y cuatro años hasta volverse el centro de la atención pública a partir de declaraciones de sus invitados, o bien por los temas que se trataban en la mesa. Una vez que el programa dejó de emitirse, Mirtha “la Chiqui” Legrand’ volvió a su primer amor, la actuación, como protagonista de La dueña, una telenovela que emitió la pantalla de Telefe y en donde encarnó a una poderosa empresaria.
Y como toda reina tiene su heredera, en 1987, otra actriz devino en figura televisiva cuando en la pantalla del viejo ATC debutó Hola, Susana, el programa de entretenimientos conducido por Susana Giménez. En un principio, el ciclo estuvo inspirado en Pronto, Raffaella, una emisión italiana conducida por Raffaella Carra, pero año tras año, fue la conductora misma quien supo imponer sus ritmos, su estilo y su gracia propia, que le valió el título honoris causa de “la diva de los teléfonos”. De a poco, el ciclo fue incorporando rutinas de comedia musical, entrevistas a personalidades reconocidas, shows en vivo y sketches con diversos capocómicos de primera línea.
La década siguiente significó también un replanteo del público a quien se dirigían los productos. Cris Morena, que contaba con una notoria carrera como modelo, compositora y actriz, debutó como conductora de Jugate conmigo, un ciclo de juegos, entretenimientos y actos musicales orientados a los adolescentes. A partir del éxito de esta experiencia, Morena creó su marca distintiva como autora, productora y empresaria de diversos ciclos orientados a los jóvenes (tanto niños como adolescentes) en donde se alternan el melodrama y la comedia musical. Productos como Chiquititas (y sus spin-off Rincón de luz y Chiquititas sin fin). Rebelde Way, Verano del 98, Alma pirata, Casi ángeles y Jakc & Blake, entre otros, llevan su inconfundible rúbrica, y han probado ser éxitos por sí solos. El cambio de milenio representó un paradigma particular. Por un lado, la mujer pasó a ser mostrada en pantalla como un objeto de codicia, de una manera tan ridícula como misógina. De aquí parte un término bastante empleado en los últimos años: la cosificación, en donde el sexo femenino es presentado como un objeto. Tal vez por eso, valga la pena recordar un ciclo unitario que fue emitido por El Trece y que sirvió para combatir esta idea. Inspirada en los casos reales que figuran en el libro homónimo de Marisa Grinstein, la ficción Mujeres asesinas mostró que eso mismo a lo que se cosifica, también puede hacerse valer y llevar las situaciones a un límite trágico. A lo largo de cuatro temporadas, actrices de primera línea como Betiana Blum, Cristina Banegas, Leonor Manso, entre otras, se encargaron de poner los puntos sobre las íes en la cuestión de género, en un trabajo que ayuda a erradicar esa noción errada que encasilla a las mujeres en un término tan poco feliz como errado: el sexo débil.
REVISTA MIRADAS