Sojanomics: la batalla que se viene por los agro-dólares

Sojanomics: la batalla que se viene por los agro-dólares

Por Manuel Torino
A fines de la década del sesenta, la soja era una rareza por estos pagos. Hoy, la economía y el futuro político del país dependen de ella. En cuatro décadas, la oleaginosa pasó de cultivos experimentales en la provincia de Misiones con rindes insignificantes a convertirse en una dinámica cadena de valor que el último año aportó u$s 19.300 millones a la estructura económica. O si se quiere, el 5,8% del Producto Bruto Interno (PBI).
El explosivo crecimiento de la actividad sojera es aún más significativo durante los casi diez años de kirchernismo en el poder, cuando los excepcionales términos de intercambio llevan a la definitiva “sojización” de la economía local.
En una década, la cadena de valor creció un 380%. Pasó de facturar u$s 4700 millones en la campaña 2000/2001 a 22.400 millones en la campaña récord de 2009/10, con 55 millones de toneladas de producción.
Claro que el abrumador incremento de volumen y facturación tuvo también su contracara a nivel impositivo. El aporte del complejo sojero al fisco pasó de u$s 890 millones tributados en 2000/2001 a 9200 millones en la campaña 2009/2010. De esta forma, su importancia en la recaudación fiscal creció desde 1,6% al 8,4%.
La incidencia del “yuyo” -como lo bautizó la presidenta Cristina Kirchner allá por marzo de 2008, en pleno conflicto con el campo-, en el comercio exterior es aún más impresionante: se trata del principal complejo exportador nacional, con el 26% de ventas totales del país a mundo. De hecho, diez de las quince mayores empresas exportadoras argentinas estén vinculadas a la comercialización de granos.
Y mientras la cadena de valor de la soja sigue sumando eslabones -productores, proveedores, contratistas, logística, aceite, harinas, biodiesel y la lista continúa- y aumenta su participación en la matriz económica, crece también la dependencia del Gobierno por los agrodólares, indispensables para la inyección de divisas en una economía alicaída de cara a un año electoral clave para el oficialismo.
“El cambio estructural que aportó la soja en los últimos diez años permite mantener el balance de dólares en la economía y ése es su principal impacto. No sólo hay que medir la soja en términos del aporte al PBI o al empleo, sino del aporte de divisas que brinda y que permite financiar a otras actividades”, dice Luciano Cohan, economista jefe de la consultora Elypsis y autor del libro El aporte de la cadena de soja a la economía argentina, en el que analiza las causas y consecuencias del crecimiento de la actividad agroindustrial en las últimas cuatro décadas y de donde surgen los datos citados al comienzo de esta nota.

Mirando al cielo
Por el momento, lo que une al Gobierno y a los ruralistas es que ambos todavía miran al cielo a la espera de lluvias salvadoras que apuntalen la campaña. Luego de una cosecha 2011/2012 para el olvido, las perspectivas para la recolección que viene lucen mucho más favorables, afirman los expertos del sector consultados por El Cronista WE. “La estimación para la cosecha de soja es positiva ya que se parte de una base de comparación con una campaña pasada que fue bastante baja”, sostiene Carolina Schuff, analista sectorial de Abeceb, en referencia a la olvidable campaña pasada, que por los efectos de la sequía arañó los 40 millones de toneladas, según la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
Y si bien recién se están empezando conocer las estimaciones para la campaña 2012/2013, la cifra rondaría entre las 48 y las 50 millones de toneladas. “Por un lado el exceso de lluvias en el tercer trimestre del 2012 impactó al área núcleo y afectó los rindes esperados, pero por otro lado el área sembrada de soja aumentó un 5%”, agrega Schuff.
Con respecto a los precios, la situación es similar. Nadie cree que se vuelva a los estratosféricos u$s 650 por tonelada que se registraban en la Bolsa de Chicago en septiembre pasado, pero los pronósticos en torno a los u$s 500 no son para nada despreciables. Para Cohan, los precios “han sido mejores, pero son buenos. Y en términos de producción, será una cosecha promedio”.
Desde Rosario, el analista bursátil Juan Manuel Palacio es más escéptico. Sostiene que la campaña “fue atípica desde el punto de vista climático, por lo que aquellas predicciones de una cosecha récord de 55 a 58 millones de toneladas quedaron como una mera ilusión y vamos a rondar las 46 o 47”.
Precisamente, esta semana la Bolsa de Comercio de Rosario dio a conocer una pesimista proyección de la producción nacional: pasó de estimar 53 millones en enero a 48 millones.
Por su parte, al cierre de esta edición la Bolsa de Cereales de Buenos Aires reforzaba la tendencia bajista y también recortó sus estimaciones a 48 millones de toneladas. Tomando como referencia una proyección de 50 millones, desde la consultora Elypsis -que tenía como escenario base las mismas 53 millones que había publicado el Departamento de Agricultura de Estados Unidos en febrero- aseguran que la revisión en la producción “implica un impacto negativo en el PBI de entre 0.23% y 0.25%, considerando eslabonamientos directos en la industria, comercio y transporte”. Además, calculan que la caída de las exportaciones rondaría los u$s 2.300 millones.
En resumen, el ciclo que viene no alcanzaría el récord histórico de las 55 millones de toneladas de la campaña 2009/2010, pero igual se trataría de una muy buena campaña tanto en términos de cantidades como en precios, coinciden los expertos consultados por WE.

Gobierno vs. ruralistas
El desempeño del “yuyo” en 2013 está enmarcado en una disputa cada vez más áspera entre sectores ruralistas y el Gobierno nacional. “Nos están presionando para que liquidemos todo el grano que queda”, dice fuera de micrófono un reconocido productor de la provincia de Buenos Aires.
A diferencia de otras campañas sojeras durante la gestión kirchnerista, esta vez el auto-infligido cepo cambiario parece haber metido la cola en una fuente de divisas crítica para el andar aceitado del modelo económico K.
Por estos días, el control de cambios surge como un factor adicional en la ecuación del sector sojero. La cosecha se liquida a dólar oficial y las expectativas devaluatorias del tipo de cambio oficial -por más seductores que se presenten los precios internacionales- generan un incentivo al productor a no vender. Es decir, los productores que tienen margen para esperar, tienen incentivos para hacerlo.
La tendencia choca de frente contra la necesidad de la administración nacional de adelantar la liquidación de divisas. Y además, la menor disponibilidad de grano puede impactar en la industria para la elaboración de aceite, harina y biodiesel.
“Si uno ve que los ingresos se toman a un dólar de $3.25 (los $5 del oficial menos las retenciones) mientras que el dólar paralelo cotiza cerca de $8 y los insumos suben 30% en un año, la ecuación empieza a no cerrar para muchos productores”, ilustra Palacio.
“Obviamente que el productor tiene que vender una parte para financiar los gastos de la campaña, pero hay una tendencia a guardarse el grano”, agrega Schuff.
Si bien las innovaciones del sector en las últimas décadas aseguran la capacidad tecnológica para guardar la cosecha, para Cohan, más allá de las intenciones de la dirigencia rural, al final del día el productor decide con el bolsillo. “Es cierto que la situación cambiaria desincentiva y puede que los productores guarden una parte de la soja. Pero como forma de ahorro en dólares y no como una estrategia conjunta del sector”.

Compras en baja
Ya hay algunas señales al respecto: las compras del sector exportador para la campaña 2012/2013, que suelen adelantarse con contratos a futuro, cayeron un 53% en comparación con el año pasado. Los exportadores declararon tres millones de toneladas, según datos del Ministerio de Agricultura al mes de febrero.
Otro gran incógnita por estos días en el sector es el volumen de stock disponible de la temporada pasada. Es decir, cuánto grano queda por vender. Inquietos, desde el Gobierno acusan a los ruralistas de estar reteniendo más de tres millones de toneladas.
Del otro lado, la dirigencia rural se escuda en la magra cosecha pasada y alegan que la merma en la comercialización en los primeros meses del año se debe simplemente a que los remanentes son bajos. Según los analistas consultados, el stock final rondaría entre una y dos millones de toneladas.

Tira y afloje
Ante la amenaza de un paro sojero por parte de los ruralistas, el kirchnerismo respondió inflando el globo de ensayo de la reedición de una Junta Nacional de Granos. El mecanismo de regulación, disuelto durante el menemismo, otorgaría un virtual monopolio de la compra de soja al Gobierno.
Si bien el rumor de volver a intervenir el mercado de cereales suena entre los productores desde tiempos de la resolución 125, la idea recobró fuerza por la cercanía de las elecciones y la inminente necesidad de agrodólares para cambiarle la cara la economía.
Para Schuff, de Abeceb, un avance en ese sentido no sería “una buena noticia para el sector y tampoco ha sido una experiencia exitosa en etapas anteriores”.
Por su parte, Cohan apunta a las dificultades estructurales de revivir semejante organismo estatal. “No la veo factible por una cuestión de logística. Implementar una Junta Nacional de Granos implicaría rearmar la capacidad de acopio y de transporte que tenía el organismo, entre otras cosas. Hoy toda esa infraestructura es privada y devolvérsela al Estado implicaría un descalabro gigantesco”, analiza el economista.
“En esta costumbre del Gobierno de repetir los errores de la historia, no suena descabellado que se reflote una medida de este tipo, que todos sabemos cómo terminó”, opina Palacio. Y agrega: “Un organismo de esas características, en manos de funcionarios como (Guillermo) Moreno o (Axel) Kicillof, nos llevaría a terminar de matar al sector más dinámico de nuestra economía. No olvidemos lo sucedido con el mercado de la carne, el trigo y más recientemente con el biodiesel.”
Si la postura de los ruralistas se endurece, otra herramienta disponible para el Gobierno ante la necesidad de caja es volver a aumentar las retenciones. Sin embargo, el riesgo de tocar una fibra sensible en la memoria reciente del campo es demasiado alto, coinciden en el sector.
Con las actuales reglas de juego, por cada dólar de soja que se vende en la Argentina, al productor le quedan alrededor de $3,5 en el bolsillo. Ante la creciente brecha cambiaria, el llamado dólar soja aparece cada vez más retrasado y los expertos no descartan un aumento de las transacciones informales. “El incentivo es altísimo. Al triangular la mercadería por países limítrofes, la soja se vende a precio de dólar blue”, se lamenta un analista. Y concluye: “No sería raro que este año los rindes en Paraguay dieran anormalmente altos”.
EL CRONISTA