09 Mar Mujeres que se atreven a escribir sobre sexo sin pelos en la lengua
Por Ivana Romero
El sexo como una explosión, un trámite, como moneda de intercambios difusos, como una calentura pasajera que incendia la parte trasera del auto o del colchón, lo mismo da. Los besos nombrados con sutileza o descriptos con lujo de detalles, con sus salivas, sus lenguas, sus lubricidades. Los orgasmos interrumpidos o ilimitados, en soledad, con otro, con otra, con otros. Los olores y los sabores que las propagandas de perfumes íntimos femeninos pretenden disciplinar. La infancia como exploración de ese deseo innombrado que crece entre las piernas antes que los vellos del pubis. La adolescencia habitada por el sexo como experimentación. La adultez como lo bello y lo oscuro, según quién lo escriba. Todo esto puede entrar en una cama. Pero cabe también en un libro, aunque de lo que se trata aquí es más bien, del desborde. Porque de eso, del modo en que el sexo toma las riendas cuando todo lo demás no importa, hablan los diez relatos que componen Cuarenta grados a la sombra (Diez relatos calientes escritos por chicas), editado por Emecé, que se presenta esta semana.
Las “chicas” son autoras de novelas, relatos, poemas, investigaciones periodísticas, obras de teatro o varias de estas combinaciones: Mercedes Halfon, Flor Monfort, Virginia Cosin, Mariana Chaud, Domitila Bedel, Gabriela Bejerman, Lola Arias, Violeta Gorodischer, Fernanda Nicolini y Daniela Pasik. La antología estuvo a cargo de otra escritora, Julieta Bliffeld, licenciada en Letras nacida en Buenos Aires, que vive desde 2004 en el DF mexicano. Según cuenta en el prólogo, todo comenzó cuando escribió unos cuentos que consideró “subidos de tono”, luego de ser madre por tercera vez. Si la escritura fue para ella un modo de reencontrarse con su deseo, ¿por qué no invitar a otras mujeres de su generación (todas las convocadas nacieron entre los setenta y comienzos de los ochenta) a escribir cuentos porno?
“Creo que el sexo, por más increíble que parezca, sigue generando morbo y curiosidad. Y creo que tal vez no hay tanto disponible como uno pensaría (aunque ahí siguen Sade, Miller, Anaïs Nin…)”, responde Bliffeld vía mail desde México cuando se le pregunta sobre la fascinación que ejerce este género con más referencias en el pasado que en el presente. Quizás ahora el sexo prolifera en las pantallas.
Pero la sociedad se sigue refugiando en prejuicios y silencios cuando las mujeres aluden a sus cuerpos y su sexualidad. Si esto ocurre cada vez que se abordan temas políticos como la legalización del aborto o la trata de personas, no es extraño que la literatura –que también deviene política aunque no se la considere “problemática”– quede a la zaga al momento de pensar en una tradición.
La responsable de la antología prefiere hablar de “porno” más que de erotismo. Por un lado, explica, “podríamos pensar que hasta Corín Tellado escribía literatura erótica”. Y, por otro, porque “el porno es eminentemente masculino. Las mujeres no suelen volcarse hacia la escritura tan explícita, al menos no tan frecuentemente.” De allí, la apuesta de este libro: contar historias sobre sexo más allá de los estereotipos y los preconceptos.
En ese sentido, hay dos cuentos singulares: “Esa troncha trenza de cana”, de Bejerman, y “Belgrano y la creación de la bandera”, escrito por Chaud. En este –el único relato de la antología escrito en tercera persona–, el prócer cae rendido ante dos mujeres que lo desean a él, pero más se desean entre ellas. La apuesta por el contraste entre la imagen heroica y el barro que Belgrano besa con placer a orillas del Paraná (espiado inclusive por la soldadesca) resulta perturbadora. Bejerman cuenta la historia de una ex presa que le practica una felatio a una mujer policía en la piecita de una villa.
Así se arriesga en una puesta en escena hilarante pero también genuina en su exceso. En los dos casos, se ve con claridad que no son los hombres los exclusivos proveedores de placer.
Bliffeld extiende esa idea a la totalidad de los textos seleccionados: “Todas las autoras se posicionan desde la igualdad en relación al deseo y me parece que ese es un quiebre interesante en relación a una mirada que creo que caducó, pero que tal vez siga operando en ciertos sectores de las sociedades, en la cual las mujeres tienen un papel sexual pasivo y deben plegarse al deseo masculino.”
Otra característica es el tono confesional de los relatos. En algunos, el sexo es el mar de fondo sobre el que se recuestan las separaciones inevitables, subrayadas por viajes que se saben últimos (como “Buquebus” de Virginia Cosin o “Exilio naturista” de Violeta Gorodischer).
En otros, el viaje es la excusa para el sexo casual y para describir las manías masculinas a través de una mirada distanciada, antropológica, corrosiva. Cualquiera de esos encuentros se relatan con impudicia, claro, porque salvo en las telenovelas mexicanas, nadie le dice a su partenaire “ven a hacerme el amor”. Es el caso de “Acapulco”, de Flor Monfort, o de “Temporada”, escrito por Fernanda Nicolini, donde la protagonista pide “sacudime, mojame, toda adentro, más, metemelá”.
“Sigue habiendo muchos prejuicios hasta en la enunciación de los genitales, de las prácticas sexuales, mismo entre grupos de amigas. Como si el goce siguiera siendo vergonzante. Desde esta antología y desde mi propia literatura intento desarmar esos prejuicios. De hecho, es cuasi por esto mismo que decidí armarla, como una forma de utilizar lo explícito para vencer algunos tabúes que, lamentablemente, siguen vigentes”, enfatiza Blifford.
“El tratamiento” de Lola Arias es casi un experimento sobre cuán lejos pueden estar dos personas mientras se van sacando la ropa. Y “Sexo con ovejas” de Mercedes Halfon también indaga la distancia, pero esa que se quiere romper a toda costa. Porque su historia se detiene en la adolescencia de un grupo de amigas, el miedo a que “no te venga”, y “la primera vez” que no siempre resulta como susurra el mito. A la complicidad de las chicas de este relato se le opone la rivalidad entre hermanas, una que a los 16 es la perfecta Lolita y la otra, de ocho años apenas. Estas dos protagonistas de “New Order”, de Domitila Bedel, se excitan con el mismo varón y la menor confiesa: “aunque por culpa de personajes muy influyentes como Rainbow Bright y Hello Kitty lo que pensábamos era que estábamos enamoradas; claramente estábamos calientes”. Tampoco falta el relato que combina sexo, drogas y rocanroll. De otorgarle a esa alquimia un sabor explosivo se ocupa Daniela Pasik con su relato “Las putas fiestas”.
TIEMPO ARGENTINO