Miguel Abuelo, el poeta del rock que siempre quiso ir a más

Miguel Abuelo, el poeta del rock que siempre quiso ir a más

Por Marcelo Fernández Bitar
Trovador inspirado, juglar trotamundos, poeta alucinado, cantante único, aglutinador de talentos, petiso agrandado y peleador callejero. Hay infinidad de maneras de describir a Miguel Abuelo, uno de los grandes personajes y músicos en la historia del rock en Argentina, pero ninguna logra definirlo la totalidad de una personalidad tan brillante como cambiante.
Hoy se cumplen 25 años de su muerte, un 26 de marzo de 1988, tras una enfermedad veloz y brutal que sorprendió a toda una generación de fans que lo vieron convertirse en estrella del panorama local de los años ’80, al frente de Los Abuelos de la Nada. Pero Miguel Ángel Peralta fue mucho más que un rockstar del boom post Malvinas, porque en realidad su historia musical arrancó de la mano del nacimiento del rock nacional, a fines de los años ’60. Luego pasó toda la década del ’70 recorriendo Europa como hippie transhumante, haciendo canciones y grabando un disco antológico, aunque también sobreviviendo como artesano y hombre de mil oficios.
Con semejante prontuario, la experiencia de vida de Miguel Abuelo se reflejó en un estilo único, fruto de vivencias que iban más allá del rock. De hecho, se integró al pequeño grupo de músicos, poetas y bohemios de pura casualidad: los conoció en una pensión del Bajo. donde cantaba folklore a los gritos y tomaba hectolitros de vino en busca de inspiración para escribir un libro. En 1966 tenía 20 años, conoció a integrantes de Los Beatniks como Moris y el poeta Pipo Lernoud, que lo llevaron al legendario reducto La Cueva, donde sorprendió a todos cantando una baguala a capella.
Tras la etapa en la pensión, Miguel se fue a vivir a la casa de la familia Lernoud, y estuvo presente en una reunión de Pipo con el productor discográfico Ben Molar, que se entusiasmó con el éxito de Los Gatos y preguntó si alguno tenía un conjunto. Ahí mismo, Miguel inventó que tenía una banda y al instante apeló a una cita de Leopoldo Marechal para bautizarlo: Los Abuelos de la Nada. Fue el comienzo de una leyenda que lo signó por siempre, y que al mismo tiempo marcó a fuego un género musical que recién daba sus primeros pasos. Basta con escuchar su primer simple grabado vía Molar para CBS, “Diana divaga”, para descubrir una creatividad única, digna de los Beatles de “Penny Lane”, con violonchelo, pandereta y una banda de rock tan increíble que se adelantó a su tiempo y fue ignorada. La banda, que poco después había sumado a Pappo como guitarrista, se separó y las siguientes grabaciones de Miguel Abuelo fueron como solista, dentro del marco pionero del lanzamiento de los primeros tres simples del sello independiente Mandioca.
Pero la ilusión de viajar y seguir su instinto trotamundos fue mayor que la apuesta por consolidar una carrera en Argentina, y gracias a la ayuda de la onmipresente madre de Pipo puso rumbo a Europa, alejándose de cierta locura y reviente que sobrevolaba el panorama del rock local.
Así comienza una nueva etapa en la vida de Miguel Abuelo, la menos conocida fuera del ambiente del rock, donde pasó largas temporadas en Francia y España, alternando una pasión fuerte por la literatura sufi con algunas experiencias musicales y mil oficios para sobrevivir con su mujer y su hijo, Gato Azul, que nació en 1972. La poesía y la composición de canciones nunca se detuvo, pero solamente se plasmó en un disco, el legendario Miguel Abuelo et Nada que lanzó la compañía discográfica de Moshé Naim, que decidió apostar por este pequeño arlequín de poesía y prosa inspirada, capaz de seducir a cualquiera que le prestara un poco de atención.
El arte de actuar, escribir, recitar y cantar no tenían secretos para Miguel, que una vez más, en cuestión de días, dio forma a otro grupo prácticamente inventado, que tomó forma concreta después de una reunión con un productor que lo escuchó con paciencia y convicción. Así, Miguel armó el disco y se animó a preparar una extensa gira financiada por Naim en 1974, pero diferencias internas desembocaron en una nueva frustración, de la cual –una vez más– sólo quedó como testimonio un vinilo que hoy es joya preciada por coleccionistas.
El vagabundeo parece signar sus próximos años, con escalas en París, Amsterdam, Barcelona e Ibiza. Se sumó a la versión española del musical Hair, quizás intentando reactivar su carrera musical, pero no consigue concretarlo y lentamente se va frustrando. Pero por suerte se junta con un grupo de amigos y músicos argentinos como Kubero Díaz y Miguel Cantilo, incluso armando una nueva y efímera formación de Los Abuelos, hasta que conoce a un joven bajista, ex entrenador de rugby en colegios privados de Buenos Aires, que le propone volver a la Argentina.
Carta va, carta viene, Miguel se anima a regresar al país. La tercera será la vencida: esta nueva versión de Los Abuelos de la Nada termina conquistando al país y se convertiría en una leyenda, con canciones que marcaron a fuego una generación entera que se sumó al rock argentino tras el boom post Malvinas. La formación que armó junto a Cachorro López fue definida por el propio Abuelo como “una estrella de seis puntas”, porque lograron reunir a un pequeño seleccionado de talentos, todos capaces de componer y cantar, repartiendo la primera voz con una generosidad inusual, aunque quizás esa característica luego condujo a acentuar las peleas internas por el dominio del grupo. Los otros cuatro integrantes eran Daniel Melingo, Gustavo Bazterrica, Andrés Calamaro y Polo Corbella.
Hubo un primer disco, con producción de Charly García, donde la punta de lanza fue el insólito hit “No te enamores nunca de aquel marinero bengalí”, aunque también sonaron fuerte en las radios los temas “Sin gamulán” y “Tristeza en la ciudad”, cada uno con una voz diferente al frente.
Tocaron en pequeños teatros, fueron teloneros de Charly en Ferro y cada mes iban consolidando su crecimiento, disfrutando de la fama con el desenfreno de rockero en un interminable viaje de egresados. Hubo un segundo álbum (Vasos y besos), otro hit de proporciones mayúsculas (“Mil horas”) y shows multitudinarios en Obras y junto a Rubén Blades.
Ya consagrados y en la cima de la popularidad, junto a bandas como Los Twist, Zas, Virus y Soda Stereo, Los Abuelos de la Nada dejaron su última huella fuerte en Himno de mi corazón, aunque luego hubo un álbum en vivo y una despedida con Miguel al frente pero sin Cachorro, Melingo, Bazterrica ni Calamaro. Aun así, el hit “Cosas mías” se popularizó entre las hinchadas de fútbol, con una melodía que aún hoy sigue asomando en los tablones. También sacó un disco solista, pero una enfermedad silenciosa lo atrapó. Y desde entonces, se lo extraña.
TIEMPO ARGENTINO