17 Mar Marktl, el pueblo donde nació Benedicto
Por Miriam Campos
En el sur de Alemania, a 20 kilómetros de la frontera con Austria, descansa Marktl, un pueblito con cuatro iglesias y donde el 80% de sus habitantes son católicos. En abril de 2005, se hizo famoso por ser “la cuna de Joseph Ratzinger”, el Papa Benedicto XVI. Siete años después, tras el sorpresivo anuncio de su renuncia al trono de San Pedro, en Marktl se miran unos a otros con desconcierto. Sus coterráneos acompañan al Papa con enclaustrado silencio y esperan que los turistas no dejen de visitar la casa de su ciudadano más ilustre.
Joseph Aloisius llegó a la familia Ratzinger cerca de las ocho de la mañana apenas iniciada la primavera de 1927. El niño no tenía más de 24 horas de haber nacido y, fieles a sus creencias religiosas, sus padres María y José, dignos del catolisísmo hasta en el nombre, lo bautizaron en la iglesia de San Osvaldo, a cuarenta metros de donde vivían. Posteriormente, a 78 años de ese sábado, Joseph se convirtió en la máxima autoridad de la religión que profesaban sus progenitores y pasó a llamarse Benedicto XVI, el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica.
A Marktl llegan pocos. Menos aún en pleno invierno alemán, cuando la temperatura se hunde a diez grados bajo cero y la nieve lo cubre todo. La ciudad queda a cien kilómetros de Munich, la capital de Baviera, la región sureste de Alemania que limita con Austria y República Checa, y cuyos habitantes llevan un acento tan áspero como las montañas que los rodean. Una zona de antiguos asentamientos celtas donde el cristianismo arrivó con los avances del Imperio Romano y fue casi erradicado en el siglo V con las invasiones germánicas. Al parecer, algunas semillas quedaron y curiosamente florecieron porque en la actualidad Baviera tiene un 56% de su población de creencia católica romana, según las últimas Kirchliche Statistik Eck-daten (estadísticas eclesiásticas) realizadas en 2007.
Desde que se escucha uno de los típicos saludos bávaros “Grüss Gott!” (Saludos a Dios) uno puede establecer una perspectiva del peso que tiene la religión en esta zona. Es por ello que el 19 de abril de 2005, cuando el cónclave reunido en el Vaticano pronunció el nombre del cardenal alemán Joseph Ratzinger como el nuevo Papa, el pueblito de 2700 habitantes se colmó de orgullo, entusiasmo y, sobre todo, periodistas.
“Estamos muy agradecidos de haber podido participar en la misa de alegría que se realizó espontáneamente la misma noche que fue electo Benedicto XVI. Además, hemos podido viajar dos días a Roma para presenciar el nombramiento, dos experiencias inolvidables e indescriptibles”, cuentan Konrad e Ilse Schifferer, dos lugareños sonrientes.
Si uno desafía el invierno y se sumerge en el pueblo del Sumo Pontífice, puede disfrutar de las especialidades de la casa: el “Pan del Vaticano”, a 3,50 euros el medio kilo con forma oval, harina integral y una estampa de cruz hecha con almidón que da la impresión de santificar cualquier desayuno. Las “Salchichas Ratzinger”, para apaciguar de forma ligera el hambre, se pueden consumir hervidas o asadas, servidas con mostaza y salsa de tomate al plato o en una porción pequeña de pan que deja al aire los extremos del embutido. Como no puede dejar de ocurrir en Baviera, también para los que conjugan tradición y fé, la “Cerveza Papal”, se consigue hasta en la panadería a 4,50 euros el pack de cuatro botellas de Helles (cerveza rubia) de medio litro, cuya estampa ilustra la casa natal de Ratzinger.
Para los amantes de los dulces, las pastelerías ofrecen una porción de torta alemana bañada en chocolate llamada “Benedicto” que tiene un precio pecaminoso (4,20 euros cada una) y unas poderosas calorías. Los adornos con motivo religiosos y algunas baratijas afines como alajeros, prendedores, velas y hasta vasos con la cara de Benedicto están a la orden del día. Un rosario en el pueblo del Papa cuesta 5,90 euros. En el museo local, la máxima estrella es un cáliz regalado a la ciudad, por el propio Ratzinger en su visita en 2006, como símbolo de agradecimiento por tanto afecto recibido de los pobladores locales.
Tras el fenómeno de euforia y márketing rural llegó el documentalista Mickel Rentsch para registrar parte de la locura de un pueblito de montaña devenido en estrella. El film de Rentsch fue llamado inicialmente “Wir sind Papst!” (¡Somos Papa!), en analogía a la famosa expresión con la que tituló su tapa el periódico Bild, al dia siguiente de que el mundo tuviera por sexta vez a un germano como el Vicario de Cristo. Esa frase quedó en el imaginario colectivo de los alemanes y para muchos reflejó el estado anímico del momento.
Luego del anuncio de la renuncia las cosas en Marktl han cambiado mucho. “La gente ya no tiene más entusiasmo. Ellos huyen de las cámaras y las fotografías, están hartos de eso”, así lo explica el cineasta Bávaro quien incluso después de un tiempo tuvo que cambiar el nombre del documental para evitar algunos inconvenientes y lo redujo a “Marktl es Papa!”.
Si uno asoma la cabeza por las calles del pueblo, los sitios de interés son la Pila Bautismal donde Ratzinger inició, en cierto modo contra su voluntad, el camino religioso y la casa donde nació, en la que solo habitó sus dos primeros años de vida y de la que, uno puede apostar, el Papa no recuerda nada.
La Geburtshaus (casa de nacimiento), se ubica en pleno centro del pueblo y se puede acceder a través de cuatro calles, a su izquierda se encuentra la municipalidad y su respectivo museo y al frente hay una obra artistica con forma de un papiro gigante enrollado en homenaje al Papa. Desde su fachada de dos pisos, se proyecta una de las calles principales donde se alinean los negocios más concurridos: el bar, la panadería, el correo, la farmacia y la iglesia.
La residencia, como no podía ser de otro modo, lleva los colores del Vaticano y peculiarmente es la misma casa donde nació en 1779 Georg Lankensperger, el constructor de transporte que ideó en 1816 un sistema de dirección para las ruedas delanteras de los vehículos que impedía que estos tuvieran accidentes. Claro que de su historia no hay ningún turista que se percate.
En Marktl no hay mucho para ver, pero todavía se aprecia el entusiasmo de los lugareños en los primeros años del reinado del Sumo Pontifice alemán. Sin embargo, ¿qué es lo que ha aniquilado el fervor de los lugareños?
Nadie lo explica directamente pero quizás no se trate de una falta de fe sino básicamente de algo más preocupante: falta de turistas. En los últimos años, los visitantes al pueblo del Papa se redujeron a más de la mitad y ahora, por lo visto, seguirá en caída libre.
El alcalde Hubert Gschwendtner , un símbolo de todo el pueblo, salió a reconocer su decepción: “En Marktl estamos todos muy tristes” y en las redes sociales, el día del anuncio circuló entre bromas y nostalgia la expresión “no somos Papa!”. Esa frustración se puede vislumbrar incluso en la propia casa natal de Ratzinger que tiene las paredes descascaradas.
Pese a todo, Marktl entero, o al menos el 80% de creyentes católicos, el primer domingo posterior a la renuncia, saldrá a las calles para despedir del trono del Vaticano a su hijo predilecto. La municipalidad ya ha organizado una elevación a los cielos, no de ningún santo, claro, sino de cientos de globos amarillos y blancos para decirle a Benedicto XVI “auf wiedersehen!”. O, en criollo mismo: “Hasta la vista!”. Adiós Papa y adiós turismo.
TIEMPO ARGENTINO