13 Mar La diplomacia del ping pong
Por Ezequiel Fernández Moores
La noticia, en medio de las competencias deportivas, pasó casi inadvertida. Pero Zhuang Zhedong, que murió hace casi un mes por un cáncer, a los 73 años, en Pekín, fue protagonista central de “La Diplomacia del Ping Pong”, una historia clave entre los vínculos de la política y el deporte. En 1971, era la estrella del equipo chino, que retornaba a las competencias internacionales. Llegó al Mundial de tenis de mesa de Nagoya, Japón, como tricampeón mundial de 1961 al 65. Todo cambió en 1966. Las persecuciones de la Revolución Cultural contra cualquier atisbo de capitalismo incluyeron al ping pong, un deporte inventado por los británicos. El entrenador Fu Qifang, el jugador Jiang Yongning y Rong Guotuan, primer chino campeón del mundo en cualquier deporte, “ícono de las virtudes revolucionarias”, según lo había elogiado Mao Tse-tung unos años antes, fueron acusados de espionaje y se ahorcaron en 1968. Zhuang, el más conocido de todos, fue dado por muerto por su familia. No fue así. Estableció fuertes vínculos con Jiang Qing, esposa de Mao, ocupó cargos políticos y volvió a las competencias. Cayó otra vez en la cárcel tras la muerte de Mao, en 1976. Nuevamente rehabilitado, Zhuang vivió sus últimos años como una celebridad en China, obligado a recordar todos los 4 de abril un nuevo aniversario de La Diplomacia del Ping Pong.
El 4 de abril de 1971, el jugador de tenis de mesa de Estados Unidos Glenn Cowan, el otro protagonista de la historia, 19 años, flaco, pantalones ajustados y aire de hippie, sale tarde y sube al primer micro que ve con el logo del Mundial. Es el micro del equipo chino. El demonio rojo en años de Guerra Fría. Hay diez minutos de absoluto silencio. Hasta que Zhuang se levanta de su asiento trasero, conversa con Cowan a través del intérprete y le regala un grabado con las montañas de Huangshan. Decenas de periodistas aguardan cuando ambos bajan juntos del micro. “¿Le gustaría visitar China?”, pregunta un cronista japonés a Cowan. “Por supuesto”, responde el norteamericano. Seis días después, Cowan y sus compañeros se convierten en la primera delegación de Estados Unidos que pisa China desde 1949, cuando Mao asumió el poder. Al año siguiente, Richard Nixon se convierte en el primer presidente de Estados Unidos que visita Pekín. Ese mismo año, las Naciones Unidas admiten a China. Cuatro décadas después, todavía sin democracia, pero en plena explosión capitalista, China se encamina a ser la potencia número uno. Hoy todos quieren ser socios de China.
Mao y Nixon son los otros dos protagonistas de nuestra historia. “La educación física -escribió Mao en su primer artículo publicado- debería ser prioridad número uno.” Pero el aburguesado Comité Olímpico Internacional (COI) nunca fue de su agrado. Menos aún su presidente, el cruzado anticomunista norteamericano Avery Brundage. El equipo chino llegó a los Juegos Olímpicos de Helsinki 52 apenas un día antes de la ceremonia de clausura. En 1963, China organizó en Yakarta unas Olimpíadas paralelas, los Juegos de las Nuevas Fuerzas Nacientes (Ganefo), con unos 3000 atletas de 70 países. Castigado durante la Revolución Cultural de 1966, el deporte chino volvió al gran escenario en los 70. Mao, ya muy enfermo, decidió invitar al equipo de ping pong de Estados Unidos, según cuenta la historia oficial, entusiasmado tras ver la foto de Zhuang y Cowan en el Mundial de Nagoya. Dio la orden -cuenta Henry Kissinger en su libro sobre China- al volver en sí “después de un largo narcótico”. Roy Evans, presidente durante veinte años de la Federación Internacional de Tenis de Mesa, sugirió sin embargo en su libro de memorias que el episodio tal vez estuvo lejos de ser tan espontáneo. Cuenta que en su paso previo por Pekín aconsejó al presidente Chou En-lai que China, ya decidida a retomar relaciones internacionales, debía aprovechar el Mundial de Nagoya para invitar a su país a equipos extranjeros. En 1972, después de que Nixon visitó China, Evans fue condecorado con la Orden del Imperio Británico.
Nixon, el último personaje de la historia, era un fanático del football americano. Tanto que el equipo de los Redskins (Pieles Rojas) evaluó pedirle que dejara de llamar aconsejando jugadas inútiles. Nadie podía molestarlo cuando veía football por TV. Durante la Guerra de Vietnam, su apodo en todos los comunicados internos del gobierno de Estados Unidos era “Quarterback”. Nixon se negó a perdonar a los atletas del Black Power de México 68, sancionó una ley histórica sobre apoyo económico igualitario al deporte femenino para frenar el avance de la URSS en los Juegos y, tras “La Diplomacia del Ping Pong”, él, un anticomunista furioso, viajó en 1972 a China para iniciar el deshielo. Ese mismo año, Nixon-Kissinger creyeron que la partida por el título mundial de ajedrez entre Bobby Fischer y Boris Spasski también contribuiría a aflojar la tensión con la URSS. Pero Fischer, imprevisible en su locura, terminó convirtiendo el duelo en un nuevo capítulo de la Guerra Fría. Nixon viajó igualmente ese año a Moscú. Al año siguiente derrocaría al chileno Salvador Allende. Y en 1974 se iba él, acusado por el escándalo de Watergate. Cowan, que murió en 2004, con apenas 52 años, en plena operación de corazón, fue durante una semana portada de la prensa mundial con sus compañeros mientras duró su visita de abril de 1971 a Pekín. Posó en la Muralla China con una famosa remera de Let it Be, preguntó en medio del estupor de los chinos si Mao estaba vivo o muerto e intentó convencer a Chou sobre la seriedad del movimiento hippie. Los partidos contra el equipo chino fueron televisados a todo el país. “Fuck you”, gritó enojado cuando advirtió que el anfitrión le dejó ganar algunos puntos. El deporte, se sabe, era simplemente una excusa. Mucho tiempo antes, en la Argentina de 1912, el general Julio Argentino Roca bajó en el entretiempo a los vestuarios, con el marcador 3-0, para pedirles a los jugadores argentinos que aflojaran, porque el partido, de carácter amistoso, había sido organizado para mejorar la relación con Brasil. Fue inútil. Argentina terminó ganando 5-0. El fútbol, y menos ante un rival vecino, no suele ser el mejor escenario para la distensión. Pocos, por ejemplo, pensarían hoy que un amistoso Argentina-Inglaterra sería una buena idea para destrabar Malvinas. Y no sólo por La Mano de Dios.
Al Mundial de 1966, primero y único ganado por Inglaterra, que además fue el anfitrión, la memoria popular lo recuerda como el de la expulsión polémica de Antonio Rattín en Wembley. Pero hubo más: la caída del campeón Brasil primero, con Pelé y sus compañeros molidos a golpes en la primera rueda y, luego, la doble eliminación de Argentina contra Inglaterra con árbitro alemán y de Uruguay contra Alemania con árbitro inglés, con expulsiones y goles anulados incluidos. La “conspiración contra los favoritos sudamericanos” provocó oleadas de indignación en toda la región. “Ya no creen más en nuestro concepto de fair play y sportmanship”, admitieron los informes que las embajadas británicas enviaron a Londres. El escenario supuestamente puro, neutral y apolítico del deporte siempre sirvió de herramienta al poder político, pero las pasiones del fútbol, por mucho arreglo de apuestas clandestinas que se denuncie estos últimos días en el mundo, siguen siendo difíciles de controlar. No podría aplicársele al fútbol la célebre frase de Mao sobre La Diplomacia del Ping Pong, cuando “la pequeña pelota -dijo el líder chino- impulsó a la grande”.
LA NACION
ILUSTRACION: @domenechs