27 Feb Manuel Ugarte, un luchador silenciado por la historia oficial
Por Norberto Galasso
El Mercosur, el Alba, la Unasur, la frustración del ALCA, la CELAC y la agonía de la OEA nos indican que estamos, como nunca antes, en el camino hacia la reunificación latinoamericana, es decir, en la concreción del proyecto de la Patria Grande que sustentaron, entre otros, Bolívar y San Martín.
Por eso es interesante recordar que, en el diario El País, el 9 de noviembre de 1901, un joven de 26 años escribía lo siguiente: “A todos estos países no los separa ningún antagonismo fundamental. Nuestro territorio fraccionado presenta, a pesar de todo, más unidad que muchas naciones de Europa. Entre las dos repúblicas más opuestas de la América Latina, hay menos diferencia y menos hostilidad que entre dos provincias de España o dos estados de Austria. Nuestras divisiones son puramente políticas y por tanto, convencionales. Los antagonismos, si los hay, datan apenas de algunos años y más que entre los pueblos, son entre los gobiernos. De modo que no habría obstáculo serio para la fraternidad y la coordinación de países que marchan por el mismo camino hacia el mismo ideal. Sólo los Estados Unidos del Sur pueden contrabalancear en fuerza a los del Norte. Y esa unificación no es un sueño imposible.” Señalaba, también: “El acuerdo se establecería, por voluntad colectiva” y “la primera medida de defensa sería el establecimiento de comunicaciones entre los diferentes países de la América Latina. Actualmente, los grandes diarios nos dan, día a día, detalles a menudo insignificantes de lo que pasa en París, Londres o Viena y nos dejan, casi siempre, ignorar la evolución del espíritu en Quito, Bogotá o México. Estamos al cabo de la política europea, pero ignoramos el nombre del presidente de Guatemala…” Y finalizaba, sosteniendo: “La concentración de las fortunas y el aumento de los monopolios tienen que provocar en Estados Unidos, quizás antes que en Europa, esos grandes conflictos económicos que todos han previsto. Estados Unidos soporta un antagonismo de razas que, bien utilizado, por un adversario inteligente, puede debilitarlo mucho.” El autor del artículo se llamaba Manuel Baldomero Ugarte y había nacido el 27 de febrero de 1875.
En el mismo diario, 20 días antes –el 19/10/1901– había denunciado “El peligro yanqui”, ante el cual “la prudencia más elemental aconsejaría hacer causa común con el primer atacado. Somos débiles y sólo podemos mantenernos apoyándonos los unos sobre los otros. La única defensa de los quince gemelos contra la rapacidad es la solidaridad.” Y agregaba: “Hay que desechar toda hipótesis de lucha armada. Las conquistas modernas difieren de las antiguas en que sólo se sancionan por medio de las armas cuando ya están realizadas económica o políticamente. Toda usurpación material viene precedida y preparada por un largo período de infiltración o hegemonía industrial capitalista y de costumbres, que roe la armadura nacional, al propio tiempo que aumenta el prestigio del futuro invasor… El partido que gobierna en Estados Unidos se ha hecho una plataforma del ‘imperialismo’… Los asuntos públicos están en manos de una aristocracia del dinero formada por grandes especuladores que organizan trusts y exigen nuevas comarcas donde extender su actividad. De allí el deseo de expansión… Se atribuyen cierto derecho ‘fraternal’ de protección que disimula la conquista… Hasta los espíritus más elevados que no atribuyen gran importancia a las fronteras y sueñan con una completa reconciliación de los hombres, deben tender a combatir en la América Latina la influencia creciente de la América sajona.” Explicaba, asimismo, que el nacionalismo tiene carácter reaccionario cuando resulta la expresión avasallante del capitalismo en función conquistadora de colonias, pero tiene un carácter progresivo en las colonias y semicolonias, donde la reivindicación primaria es la liberación nacional y finalizaba afirmando: “Los grandes imperios son la negación de la libertad.”
Por entonces, este joven pretendió deslumbrar a una muchacha porteña de ‘familia bian’ y ajena a la política, diciéndole: –Tengo tres objetivos por los cuales lucharé toda mi vida: el antiimperialismo –contra Estados Unidos u otro imperio que pretenda dominarnos–, la reunificación latinoamericana en una sola Patria Grande y el socialismo, que necesariamente deberá ser nacional… La chica quedó perpleja, seguramente porque no entendía la importancia de estas tres grandes banderas –como todavía no la entienden algunos porteños que votan a Macri– y sólo se le ocurrió contestar con una notable predicción: –Me parece demasiada carga para andar por la vida.
Efectivamente, los grandes poderes del país semicolonial y sus cómplices hicieron caer el más absoluto silencio sobre Ugarte y sus ideas. Los grandes diarios le cerraron sus columnas, las Academias lo ignoraron a pesar de que publicó 40 libros en Europa, el Partido Socialista lo expulsó por su posición nacional (en 1912, Ugarte sostuvo, en una conferencia dada en El Salvador: “El socialismo tiene que ser nacional” (y no internacionalista abstracto). Poco después, lanzó el diario La Patria, en Buenos Aires donde ratificó sus banderas y agregó que los ferrocarriles ingleses eran, en la Argentina, el instrumento de la dominación ejercida por el Imperio de su Graciosa Majestad.
El silenciamiento se intensificó. Poco después fue el orador central al fundarse la FUA en plena Reforma, pero los estudiantes universitarios lo olvidaron muy pronto para caer en la izquierda abstracta. Y fue neutralista durante la Guerra, por lo cual el boicot se acentuó. Se exiló entonces “voluntariamente” en 1919, al cerrársele todas las puertas, y dijo: “En otros países se fusila… Es más noble.”
A partir de ese momento, mientras en la Argentina sus ideas eran acalladas, él se carteaba con Augusto César Sandino, compartía la dirección de la revista Monde con Alberto Einstein, Miguel de Unamuno, Henri Barbusse, Máximo Gorki y Upton Sinclair y publicaba en los principales diarios de Francia, España y América Latina. Pero el gobierno argentino presidido por el general Justo le niega el Premio Nacional de Literatura, le niega una cátedra y la jubilación de periodista. Acorralado por la miseria, vende su biblioteca con libros dedicados por Rubén Darío, Ingenieros, Santos Chocano y otros.
Regresó al país en 1935, lo invitaron a reincorporarse al Partido Socialista y así lo hizo, pero dio una sola conferencia titulada “El imperialismo”. Lo volvieron a expulsar y sin madero donde sostenerse, se fue al poco tiempo a Chile, para seguir desde allí su lucha de siempre. La Revolución Mexicana le puso su nombre a una calle, un mural de Guayasamín lo colocó entre los grandes latinoamericanos, Francia le otorgó la Legión de Honor y la URSS lo invitó para festejar un aniversario de la Revolución. Pero en su país siguió condenado al silenciamiento, quizá porque imperaba la llamada “libertad de prensa”.
Volvió, sin embargo, en 1946 y allí se sorprendió al recibir el primer reconocimiento de un gobierno argentino: Perón lo hizo embajador en México, y luego en Nicaragua y en Cuba. Un entredicho con la burocracia lo llevó a renunciar al cargo, pero regresó, sin embargo, en noviembre de 1951 para votar por la reelección de Perón y se volvió a Niza, solo y sin recursos económicos. Poco después, el 2 de diciembre de 1951, lo encontraron sin vida –de una manera extraña que hizo sospechar un suicidio– pero los medios de comunicación de la Argentina le dieron escasa importancia al trágico suceso. ¿Para qué preocuparse de un profeta loco –y peligroso– a quien la oligarquía ya le había dado muerte en 1901?
Sin embargo, sus ideas -en la línea de nuestros patriotas indoamericanistas- asumen hoy un notable vigor y van por el camino al triunfo. Por esta razón, recordamos, 112 años después, aquel artículo del diario El País que revela la osadía de un joven de 26 años que ya señalaba el rumbo de nuestra historia, por el cual ahora transitamos.
TIEMPO ARGENTINO