Las megaciudades se mudan a Asia y cambian el centro de gravedad del mundo

Las megaciudades se mudan a Asia y cambian el centro de gravedad del mundo

Por David Pilling
En 2008, por primera vez en la historia, la mitad de la población del mundo vivía en ciudades. En 2011, China superó el mismo hito. Conforme a un estudio de la consultora McKinsey, un quinto del planeta reside en solo 600 ciudades que generan hasta 60% de la producción mundial. Muchas proyecciones indican que para mediados de este siglo tres cuartos de las personas vivirán en zonas urbanas.
Muchas de estas personas se están mudando a ciudades de segundo nivel. China tiene más de 100 ciudades —casi 200, según algunas definiciones— con un millón de personas o más. Pero algunas personas se sienten atraídas por las megaciudades, esas “ciudades que consumen esteroides”, según Edward Glaeser, profesor de economía en Harvard, cuya población supera los 10 millones de personas. Esto crea enormes problemas potenciales de vivienda, transporte, creación de puestos de trabajo y prestación de servicios de salud y seguridad.
Muchas de las ciudades más grandes del mundo tienen una ubicación desafortunada, vulnerable a inundaciones, tifones y terremotos. La mayor parte de Bangkok quedó bajo el agua en 2011, lo mismo que Manila n 2012. Tokio, la urbe más grande del mundo, con 36 millones de personas, fue sacudida por el enorme terremoto de marzo de 2011.
Muchas megaciudades, mayormente de países pobres, también están sujetas a severos daños causados por el hombre. Muchas crecieron en forma precipitada cuando la velocidad de la industrialización empujó a las personas de las zonas rurales y las llevó a ciudades que ofrecen la posibilidad de un nivel de vida mejor, y casi siempre lo hacen realidad. En su lucha por mejorar su nivel de vida, muchos recién llegados viven en condiciones precarias en viviendas o con servicios sanitarios inadecuados. En ciudades como Mumbai, México, Lagos y Dhaka, barrios marginales enormes se volvieron parte de la estructura urbana.
En 1975, según el National Geographic, el mundo tenía tres megaciudades: Nueva York, México y Tokio. Hoy en día, hay, como mínimo, 20 megaciudades, si bien es difícil hacer comparaciones precisas dados los diversos modos de medir los límites de las ciudades.
Como el escenario cambia tan rápido, vale la pena mirar hacia adelante. Según un estudio de McKinsey de 2025, 14 de las megaciudades del mundo estarán en Asia. Solo cuatro de ellas —Nueva York, Londres, Los Angeles y París— estarán en América del Norte o Europa, y las otras siete, en África y Latinoamérica. Según la consultora, el centro de gravedad del mundo se está moviendo al “sur y decididamente al este”. Las siete ciudades con mayor población —Tokio, Mumbai, Shanghai, Beijing, Delhi, Calcuta y Dhaka— estarán en Asia.
Además de ser grandes, estas siete ciudades tienen más diferencias que similitudes. Tokio es próspera y está bien planificada, con un sistema de transporte de categoría mundial (y, por ende, por poca congestión) y aire de buena calidad. Beijing y Shanghai también están planificadas y son modernas. Shanghai es una ciudad vertical con más rascacielos que Nueva York y con un sistema de subterráneos dentro de los más largos del mundo. Aún así, la calidad del aire y la congestión en ambas son terribles. Las viviendas son caras. Sin embargo, a diferencia de las ciudades sin planificación y mayormente bajas del subcontinente indio, hay pocos barrios marginales. El nivel de delito también es relativamente bajo.
“Las megaciudades combinan lo mejor y lo peor de la densidad urbana a escala gigantesca”, afirma Glaesar, autor de Triumph of the City. “En el mundo desarrollo, las megaciudades son bastante atractivas. Huelgan las palabras para referirse a Nueva York, Londres y París.” Pero en el mundo en desarrollo, afirma, las desventajas de la densidad son más evidentes. “Esto se debe mayormente a que estas grandes ciudades precisan mucha gestión, y los gobiernos del mundo en desarrollo dejan mucho que desear.”
La división política del mundo —salvo por pequeñas ciudades como Singapur— es en estados nación más que ciudades. Muchos gobiernos de ciudades son débiles, y carecen de autoridad para aumentar impuestos o establecer sus propias prioridades de gastos. Sin embargo, hay cosas que los líderes de ciudades pueden lograr.
Bajo el mandato del alcalde Rudolph Giuliani, Nueva York dio vuelta su problema con el delito. Shintaro Ishihara, el gobernador derechista de Tokio que se desempeñó durante cuatro mandatos, presentó un esquema de comercialización de carbón obligatorio. Bo Xilai, el deshonroso secretario del partido de Chongqing, cambió la naturaleza de esa megaciudad (población oficial: 30 millones) tomando medidas enérgicas contra el crimen organizado, construyendo viviendas públicas y plantando árboles. Su desafío a la autoridad del partido comunista, además de sus indudables excesos, lo llevó a la ruina.
De algún modo, los alcaldes y gobernadores deberían ser tan importantes como los presidentes y los primeros ministros. A veces hay una correlación. En Corea del Sur, ser alcalde de Seúl fue una escala a la presidencia para Lee Mying-bak. En Indonesia, ya sea habla del recientemente electo alcalde de Jakarta, Joko Widodo, como un posible candidato a la presidencia. Ajeno a la política, hizo a un lado al titular del cargo gracias a sus antecedentes de gobernación transparente, justa y eficaz en la ciudad mediana de Solo.
Robert Zoellick, antiguo presidente del Banco Mundial, arguyó que las ciudades deberían trabajar en conjunto a fin de diseminar las mejoras prácticas. En 2011, le dijo en una conferencia en San Pablo que las ciudades deberían cooperar para contrarrestar el cambio climático, dado que las poblaciones urbanas dan cuentan del 80% de las emisiones de gas de efecto invernadero. “Cuando las ciudades más grandes del mundo se comprometan a trabajar juntas en la eficiencia energética, programas de energía limpia, estrategias de adaptación y mitigación, pueden transformarse en una poderosa fuerza de cambio”, sostuvo.
Glaesar, de Harvard, afirma que las ciudades, en general, y las megaciudades, en particular, tienen una mala reputación. Bien gestionadas, sostiene, son los lugares más creativos, dinámicos e interesantes de la tierra.
“Estas megaciudades son gran parte del futuro de la humanidad”, afirma. “El panorama debería ser excitante y atemorizante a la vez, y un llamado a mejores políticas urbanas.”
EL CRONISTA