La revancha de Ben Affleck

La revancha de Ben Affleck

Por Natalia Trzenko
Este año hacer pronósticos y aventurar vaticinios sobre los ganadores de la gran noche de Hollywood era una tarea tan entretenida como destinada a la decepción. Si tratar de desentrañar la dirección de los votos de la Academia siempre es difícil, esta vez parecía imposible teniendo en cuenta la alta calidad de los mayores candidatos, además del comportamiento de las tendencias que fluctuaron de Lincoln a la finalmente triunfadora Argo.
Tal vez por eso muchos optaron por concentrarse en imaginar cómo sería la ceremonia más esperada de la temporada de premios. Una fiesta que tenía todo para ser una de las más frescas y divertidas de los últimos años gracias a la variedad de los films nominados y la elección de Seth MacFarlane como maestro de ceremonias.
Lamentablemente la suma de unas prometedoras partes dio como resultado un todo que resultó en una de las ceremonias de entrega más tediosas, autoindulgentes y sin gracia de los últimos años. Una hazaña si se tiene en cuenta el desastre de la conducción a dúo de Anne Hathaway y James Franco en 2011.
Claro que aquel papelón por lo menos provocó cierto revuelo que el show de anteanoche no alcanzó a generar.
Frente al desafío de estar a la altura de la gran tarea de Tina Fey y Amy Poehler en los Globo de Oro, Seth MacFarlane y los productores de los Oscar, Craig Zadan y Neil Meron, prepararon una mezcla que no convenció a los que esperaban la irreverencia del primero ni a aquellos que confiaban en la vasta experiencia de los segundos en el género musical.

Con una ayudita del capitán Kirk. Todo comenzó bien, con un par de comentarios graciosos sobre los presentes, un chiste sobre la dinastía Coppola por allí, una referencia al desaire de la Academia a Affleck por allá y las cosas parecían ir bien para MacFarlane hasta que se puso a hablar de él mismo. Un William Shatner interpretando a su personaje más famoso, el capitán Kirk de Viaje a las estrellas , apareció para anunciarle que visto desde el futuro lo suyo terminaría en desastre. Y así comenzaron 17 minutos en los que el conductor no hizo más que cumplir con la profecía. Ni siquiera el encantador baile de Channing Tatum y Charlize Theron y la aparición de Daniel Radcliffe y Joseph Gordon-Levitt pudieron salvarlo. Ni un milagro alcanzaba después de la misógina canción sobre los desnudos de las actrices en el cine.

Un homenaje con sabor a poco. Anunciado con bombos y platillos, el segmento dedicado al 50° aniversario de la serie de James Bond en el cine era uno de los momentos más esperados de la noche. Sin embargo, el montaje de las imágenes de la saga fue poco elaborado, y aunque la interpretación del clásico tema “Goldfinger” por Shirley Bassey sumó interés no alcanzó para elevar el momento, que sonó más a compromiso que a homenaje.

Una sorpresa y una certeza. Mucho antes de la ceremonia pocos dudaban de que Anne Hathaway se llevaría el premio a la actriz de reparto por su participación en Los miserables , un pronóstico que se cumplió al pie de la letra incluido el soso discurso de agradecimiento a los que la talentosa Hathaway nos tiene acostumbrados. Un poco más sorpresivo fue el triunfo de Christoph Waltz como actor secundario, un premio que los pronósticos ponían en manos de Tommy Lee Jones o Robert De Niro. El actor de Django sin cadenas agradeció a Quentin Tarantino, que unas horas después subiría al escenario para hacerse con su propia estatuilla al guión original y para demostrar que el adjetivo tarantinesco no sólo se puede aplicar al cine, sino también al estilo personal de su propio creador.

Musicales hasta en la sopa. Por primera vez en su historia la ceremonia de los Oscar tuvo un tema, y el tema fue la música en el cine. O más bien los musicales, si se tiene en cuenta la machacona insistencia con los cuadros dedicados a Chicago -playback flagrante de Catherine Z Jones-, Dreamgirls y Los miserables que despertó más risas que admiración. Por momentos los Oscar fueron los premios Tony, impresión que terminó de confirmar la canción de cierre dedicada a los perdedores a cargo del conductor -mejor cantante que cómico stand up- y la estrella de Broadway Kristin Chenoweth.

Gracias al cielo por Daniel y Jennifer. Pasada más de la mitad de la ceremonia y con la sensación de que duraría para siempre, aunque en realidad no fue más larga de lo usual, finalmente llegó el turno de los actores protagonistas. Es decir llegó el turno del candidato de todos, Daniel Day Lewis, y la chica maravilla, Jennifer Lawrence. Y ninguno -cada uno a su manera- decepcionó al agotado público. Ella, con un vestido de Dior tan imponente como incómodo, logró, sin buscarlo, crear la imagen de la noche. Un tropiezo, camino al escenario, que en su caso no fue caída si no ascenso al lugar que su talento irreprensible le ganó como la joven reina de Hollywood. En el caso de Lewis, cuando todos esperaban un discurso solemne del único actor en ganar tres Oscar como protagonista, al tipo se le dio por hacerse el gracioso. “En su momento yo iba a interpretar a Margaret Thatcher y Meryl era la primera opción para hacer de Lincoln . Me hubiera gustado ver esa versión”, cerró Lewis, en uno de los escasos momentos de brillo de una noche bastante opaca que ni la aparición de la primera dama Michelle Obama desde la Casa Blanca pudo salvar de la mediocridad.
LA NACION