25 Feb “La lengua es una especie de sopa boba”
En 50 años, los lectores tendrán dificultades no sólo para entender El Quijote sino también lo que escriben los novelistas actuales.” Así lo sostiene el novelista Javier Marías, hijo del filósofo Julián Marías, que desde el año 2006 es miembro de la Real Academia Española (RAE). Con motivo de la publicación de un nuevo libro, Lección pasada de moda, que reúne los ensayos que escribió en relación con las vitalidades y debilidades del idioma español (muchos de ellos aparecidos en diarios y revistas), la agencia Efe dialogó con el autor. Al parecer, según la agencia oficial española, nadie con más autoridad para opinar sobre la lengua. Marías es autor de unas 15 novelas muy traducidas (la última, de 2011, Los enamoramientos, fue también un éxito de ventas) y ha sido multipremiado por sus obras de ficción y de no ficción.
En esta, su nueva obra, Marías ataca la “marea continua de disparates” que se escriben, y lo que es peor, se publican, todos los días, dañando el uso del español. “Tradicionalmente, los hablantes han tratado de dominar la lengua, unos con mayor soltura y otros con menos conocimientos”, dijo el real académico de la lengua, “pero ahora da la sensación de que la lengua domina a los hablantes, de que es una especie de magma. La lengua es una especie de sopa boba en la cual la gente chapotea. Todos los dichos, frases y modismos se utilizan indiscriminadamente”. Y allí nomás pasa a ilustrar la cosa: “Hace unos días escuché la expresión ‘la relación de esta pareja va miel sobre hojuelas’. Eso no significa nada. Miel sobre hojuelas quiere decir una cosa buena sobre otra cosa buena, pero ya se confunde con ‘ir como la seda’.” ¿Detalles de un lingüista demasiado preocupado por menudencias, de alguien con un oído demasiado fino que no tolera la fusión de metáforas impuras, que se asombra con una pareja hecha de cosa buena sobre otra cosa buena?
La propia RAE ha llegado a admitir, cada vez más, antiguas incorrecciones que se han vuelto masivas, privilegiando el uso antes que la reglamentación. Justamente eso a Marías no le gusta nada: “Evidentemente, la Academia no puede imponer nada; su función es orientar, sugerir y responder dudas” pero, “si se rinde ante los usos incorrectos, la gente se siente con permiso para utilizarlos. Recientemente descubrí con estupefacción que la Academia ha aceptado la expresión ‘hacer aguas’, que se emplea ahora continuamente en prensa y televisión para lo que es ‘hacer agua’.” Pero tradicionalmente “hacer aguas menores sería hacer pis y aguas mayores, hacer caca”. Por eso, señala Efe, cuando en un partido de fútbol dicen que “el Barcelona empezó a hacer aguas a mitad de tiempo”, a Marías le suena “como si el equipo entero se hubiera puesto a orinar”. Naturalmente, ante el argumento de que lo que más importa en la lengua es la comunicación, Marías dice: “Es cierto que nos entendemos, pero acabaremos haciéndolo como los hombres de las cavernas.”
Alguien podrá alegar que es difícil lograr un consenso sobre qué conservar y qué modificar, fatalmente, en una lengua hablada por 400 millones de personas. Una cifra que indica la salud y vitalidad de una lengua común, pero también la inevitable diferenciación dialectal, de la que goza la lengua de Cervantes y de Nebrija, pero también de Carlos Monsiváis y de Washington Cucurto. Tanto más cuanto que las nuevas tecnologías, con Internet a la cabeza, la están sometiendo a notables tensiones, que sin embargo significan, muchas veces, una revitalización de la lengua escrita junto a la lengua hablada: tanto el chat como los mensajes de texto requieren, y generan, nuevas formas de redacción y sintaxis. No sólo importa que el mensaje sea eficaz, que se entienda; también se crea, y por qué no, regula, una nueva estilística, con su gramática y su retórica propias: ¿desde qué punto de vista se puede deplorar, en términos de maestra de la antigua escuela primaria, el uso del K (por QUE) en el chat, en los mensajes de texto? En todo caso, es la facilidad de la confusión y la indistinción aquello que inquieta a Marías; nunca el cambio lingüístico en sí.
TIEMPO ARGENTINO