El hombre que quebró barreras físicas, psicológicas y legales

El hombre que quebró barreras físicas, psicológicas y legales

Por Gaston Saiz y Damián Cáceres
Sus padres jamás se compadecieron de él. Llenos de angustia, aunque obstinados y positivos, Henke y Sheila tomaron la valiente decisión de que su hijo, Oscar Leonard Carl Pistorius, se sometiera a la amputación de ambas piernas.
El chico tenía apenas 11 meses y sufría de una malformación congénita degenerativa. Si Oscar aprendía a caminar tal como había llegado al mundo, sin el peroné -el hueso largo y delgado que recorre cada pierna desde la rodilla hasta el tobillo-, todo empeoraría y habría tenido problemas físicos aún mayores. Por eso la urgente intervención, gracias a la disponibilidad económica familiar.
Desde su primer año se movilizó con prótesis de madera, que a cada rato se resquebrajaban porque era demasiado inquieto. Henke, ingeniero de profesión y a cargo de una mina de cal en su ciudad, Pretoria, siempre tuvo el bolsillo preparado para conseguirle nuevos dispositivos para sus extremidades.
Durante su crianza se le inculcó que no se considerara un discapacitado. Que se sintiera capaz de asumir cualquier obstáculo; que se enfrentara al mundo sin el cartel de extraño o distinto. Una filosofía de alta autoestima que trasladó luego a su carrera deportiva.
Practicó básquetbol, cricket, tenis, fútbol, waterpolo y sobre todo rugby, su verdadera pasión. Cierto día, un tackle alto le produjo una lesión en una rodilla y en junio de 2003 comenzó la recuperación en una pista de atletismo, hábitat del que nunca más salió. “Mi idea era regresar cuanto antes al rugby. Debía hacer cuatro meses de rehabilitación, pero una vez que empecé a correr, los tiempos que hacía eran increíbles”, contó Pistorius hace un año en una entrevista con La Nación Revista, en Punta del Este.
A partir de entonces empezó a forjarse el mito de “Blade Runner” (blade, lámina; runner, corredor) en el tartán de la Universidad de Pretoria, allí donde la selección argentina de fútbol se concentró en el Mundial de Sudáfrica 2010. Todo se desencadenó a gran velocidad, su mayor atributo. A los 17 años participó en los Juegos Paralímpicos de Atenas 2004 y ya corría los 100 metros más rápido que el récord mundial paralímpico de ese entonces.
Nada ni nadie lo detendría, pese a los prejuicios y la letra de los reglamentos. Deseoso de competir frente a atletas convencionales, en 2007 se encontró con el impedimento de la IAAF (International Association of Athletics Federations). En aquella oportunidad, el organismo le prohibió participar en su calendario, obligándolo a competir sólo en los certámenes paralímpicos. Las reglas indicaban que estaba prohibido “cualquier dispositivo técnico que incorpore resortes, ruedas u otro elemento que proporcione a quien lo usa una ventaja sobre otros atletas que no usen tal dispositivo”.
Sin embargo, Oscar apeló al Tribunal de Arbitraje Deportivo, que finalmente se pronunció en favor de que formara parte de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Pese a la euforia del Comité Olímpico de Sudáfrica, Pistorius no consiguió la marca mínima para esa cita y tuvo que conformarse con los Paralímpicos de Pekín, en donde descolló al obtener las medallas doradas en los 100, 200 y 400 metros.
Estos logros acrecentaron su fama mundial y una proyección fantástica hacia los Juegos Olímpicos de Londres 2012, su gran objetivo para seguir rompiendo barreras físicas, psicológicas y legales. Con todo, los críticos nunca dejaron de aparecer, como el experto en biomecánica Antonio Dal Monte, que opinó: “Una fibra de carbono le da movimientos biónicos y reacciones mecánicas como las de un animal prehistórico, como un velocirraptor”.
Aunque no logró la clasificación individual por tiempo en los 400 metros (marcó 45s52 y la marca mínima para Londres era 45s30), actuó por un pedido del Comité Olímpico Sudafricano aceptado por el COI. Allí también acompañó a su equipo en la posta 4x400m y sus rendimientos no fueron buenos, pero la prensa lo buscó incesantemente, a la par de muchas estrellas del atletismo. Jamás pasó inadvertido: antes por su perseverancia; ahora por la tragedia que lo rodea.
LA NACION