El cónclave, marcado por la figura de Benedicto XVI

El cónclave, marcado por la figura de Benedicto XVI

Por Luisa Corradini
El cónclave que debe elegir al futuro papa estará signado por la omnipresencia de Benedicto XVI. Por primera vez en la historia moderna de la Iglesia, se producirá la paradoja de que los cardenales deberán designar a un sumo pontífice bajo la “mirada silenciosa” de su predecesor.
Joseph Ratzinger, que el 28 del actual concretará su renuncia y se recluirá en un convento de clausura dentro de la Ciudad del Vaticano, estará ausente de la Capilla Sixtina, donde se reunirán los 117 cardenales electores. Pero la herencia intelectual, política y doctrinaria del hombre que gobernó a 1200 millones de católicos en los últimos ocho años sobrevolará las deliberaciones, agregando un peso adicional a ese difícil ejercicio. Y ésa no será la única circunstancia excepcional.
Para muchos especialistas, a partir de ese gesto fundamentalmente terrenal de Benedicto XVI de renunciar ya nada será igual. “No sólo la función papal acaba de humanizarse. También lo hicieron los enigmas que la rodeaban, a comenzar por el cónclave”, afirma el francés Philippe Levillain, historiador la Iglesia.
Sin el peso metafísico de un papa muerto, para muchos la sucesión tendrá visos de traspaso de poder entre dos presidentes. A pesar de ese cambio revolucionario, que probablemente pocos perciban, la Iglesia respetará la tradición. El conclave se realizará según un ceremonial instaurado en el siglo XIII y que, con algunas modificaciones, se ha mantenido hasta nuestros días.
Aunque la asamblea debería comenzar oficialmente entre el 15 y el 20 de marzo, los 117 cardenales electores ya comenzaron sus preparativos para llegar a Roma lo antes posible. Es probable, incluso, que la mayoría llegue antes de fin de mes para asistir a la última aparición pública del Santo Padre, el 27 de febrero, y al acto invisible de renuncia efectiva que se concretará al día siguiente, cuando abandone el Palacio Apostólico que ocupó desde 2005.
“A partir de ese día, a las 20, el trono de Roma y el trono de San Pedro quedarán vacantes y deberá ser convocado el cónclave para la elección del nuevo sumo pontífice”, anunció Benedicto XVI.
En ese preciso momento, los cardenales y jefes de dicasterio -suerte de ministros de la Iglesia- deberán renunciar a sus funciones, como habría sucedido si el Papa hubiera muerto. Dos hombres estarán encargados de evitar el “vacío” de poder.
El primero es el cardenal camarlengo, Tarcisio Bertone -actual secretario de Estado-, que deberá ocuparse de la administración de bienes y derechos temporales de la Santa Sede, ayudado por tres cardenales asistentes. Bertone deberá obtener una vez -para las cuestiones menos importantes y cada vez para las más graves- el voto del Colegio de Cardenales.
El segundo hombre es el decano del Sagrado Colegio, Angelo Sodano. El 28 de febrero será el encargado de presidir las llamadas “congregaciones generales”, una suerte de minicónclaves preparatorios a la elección del nuevo papa. También convocará el cónclave para la elección en Roma. Al término de ese proceso, también será Sodano quien hará al futuro papa la célebre pregunta (en latín): “¿Aceptas la elección que te designa sumo pontífice?”.

Congregaciones
Para quienes conocen los intrincados meandros vaticanos, esas congregaciones generales son decisivas para el resultado del cónclave, pues de allí surge una suerte de lista con los nombres de los favoritos al trono de Roma.
Hay dos tipos de congregaciones de cardenales. Una es “general”, en la que deben participar todos los cardenales que no tienen un impedimento legítimo en el momento de ser informados de la vacante de la Santa Sede, y que dura hasta el inicio de la elección.
La segunda congregación es denominada “particular”. Está compuesta por el cardenal camarlengo y otros tres purpurados, uno de cada orden, sorteados entre los electores presentes en Roma.
Oficialmente, esa congregación se ocupa de cuestiones ordinarias, mientras que los temas más graves deben ser sometidos a la congregación general. Sin embargo, nadie ignora que es precisamente en ese ámbito donde se definen las líneas rectoras del futuro de la Iglesia y, a través de ellas, se perfila -como en un identikit- la personalidad del futuro pontífice.
Esta vez, en todo caso, cada una de esas asambleas estará condicionada por un peso suplementario. “Aunque ausente, la omnipresencia de Benedicto XVI planeará sobre el espíritu de todos los príncipes de la Iglesia, electores o no”, afirma Bernard Lecomte, autor de Los secretos del Vaticano .
Los católicos del mundo entero acaban de descubrir que Benedicto XVI, malquerido y criticado por su aparente indiferencia, era un hombre excepcionalmente sagaz e inteligente, cuya capacidad política quedará sin duda plasmada en los manuales de diplomacia: convencido de que partir no es abandonar, en sus ocho años de pontificado Joseph Ratzinger nombró a dos tercios de los cardenales que votarán en el próximo cónclave.
LA NACION