14 Feb “El amor no parece hoy la principal razón de la gente para tener hijos”
Por Claudio Martyniuk
¿Los hijos llegan siempre por amor? Mario Sebastiani, un experimentado obstetra, pone en duda el lugar central de amor. Se basa en las frases de las embarazadas que atiende en el hospital: “Pensaba esperar, pero llegó antes”, dice una; “yo no quería, pero mi marido no quiere parar hasta tener un varón…”, dijo otra. Directa, una paciente afirmó: “No quería tener hijos, pero quedaba embarazada o perdía a mi marido …”. También recuerda este pedido: “Necesito ayuda, no sé de quién es, me encontré con un compañero de colegio y en el mismo día tuve relaciones con mi marido y con él” (casi, casi, el guión de “Graduados” …). Sebastiani enumera más ejemplos que muestran cómo tantas veces no es la responsabilidad lo que da origen a una vida: “Fue un accidente, nos cuidamos con preservativos, pero una noche, luego de una fiesta, no lo usamos.” Otro caso es el de la mujer que decide: “Lo voy a tener: ya estoy grande”. El médico confirma así que hay hijos que llegan por un deber que no se cuestiona o para cubrir vacíos afectivos.
¿El amor es la principal razón para tener hijos?
A juzgar por lo que uno observa en la sociedad no parece, por lo menos, en la mayoría de los casos. ¿Cómo explicar que por amor los niños son explotados, maltratados, abandonados, victimizados, abusados? ¿Cómo explicar la alta incidencia de abortos o la falta de planificación de la mitad de los embarazos? Muchos pueden nacer por amor, pero es enorme la cantidad de hijos que viven en situaciones alejadas de la protección y el afecto. Se suele decir que tenemos hijos para proteger a nuestra especie; sin embargo, y aun siendo esto cierto, no veo que el espíritu humanitario influya a la hora de tener hijos. La frase “quiero tener un hijo” no surge por amor en la mayoría de los casos y abunda el egoísmo.
¿Cuáles son las causas de la compulsión a garantizar nuestra descendencia? ¿Habría acaso una programación genética?
Me parece una buena mirada. Relacionamos nuestros órganos sexuales con el placer y el sexo lúdico, pero en realidad están programados para reproducirnos, al igual que los animales. Por lo tanto, el programa está hecho para reproducirse y nuestro esfuerzo debe ser el de controlar esta capacidad a través de la planificación familiar. Una mujer invierte cinco años en tener dos hijos y necesita cuidarse treinta años para evitar futuros embarazos. Sin embargo, tener algo propio y que lleve nuestras características individuales y de linaje tiene mucho peso en la formación y en los sentimientos de nuestra cultura .
¿Pero por qué debe ser un hijo biológico? ¿No se debería promover la adopción? ¿Pesa el egoísmo? ¿Es búsqueda narcisista de otro igual a uno?
La dimensión biológica y genética hace que la sociedad considere verdaderos a los padres biológicos y deje en un segundo plano a los adoptivos. En las maneras distintas de enfrentarse a un bebé imaginario, lo biológico le gana a lo elaborado por la ley. En general, a los padres biológicos se los acepta y festeja por haber cumplido con lo que la naturaleza manda. A los padres adoptivos se los mira como partiendo de una falta o de un fracaso biológico. Muchos son los duelos que se deben resolver para adoptar un niño. Sin embargo, estos últimos construyen paternidades con enorme esfuerzo y sacrificio y merecen toda nuestra admiración; en cambio hay paternidades biológicas que nunca llegan a madurar. Los casos más inconcebibles de abuso o violencia se dan con hijos biológicos o con afectos relacionados a ellos.
¿No somos ya muchos en el planeta? ¿Por qué no se debate más por qué tener hijos?
Vivimos en una sociedad pro natalista que festeja el embarazo y el nacimiento de un bebé. Tiene raíces culturales y religiosas muy sólidas. Intervenir en este escenario reproductivo es algo que la sociedad, y en especial la religión, no hacen con tranquilidad. A veces hasta la planificación familiar es considerada aún inmoral. En algunos lugares de nuestro planeta los esfuerzos están dirigidos a que las políticas tiendan a disminuir el índice de natalidad, tal es el caso de América del Sur, África y Oriente Medio. En otros, en cambio, el estímulo se dirige hacia la necesidad de levantar los índices de nacimiento dado que mueren más personas de las que nacen. Esta no es una visión amorosa sino claramente utilitarista de la reproducción. Hacia esta dirección apuntan las políticas de los países europeos, donde los mayores -atemorizados- promueven que los jóvenes tengan hijos. En cada lado existen estrategias, con menor o mayor logro de los objetivos, dado que intervenir en las personas y en la esfera reproductiva no es algo sencillo. Si hay dinero y educación, los índices de natalidad bajan. Se suele decir en los ámbitos relacionados con la salud reproductiva que la educación es el mejor anticonceptivo. Si hay condiciones socioeconómicas desfavorables, los índices de natalidad aumentan de manera alarmante.
¿El deseo de tener un hijo acaso garantiza la entrega y cuidado para acompañar su crecimiento?
De ninguna manera. Tan es así que primero tenemos los hijos y luego vemos cómo resolvemos sus vidas y las nuestras. Si compramos un departamento, un auto o planificamos un viaje, la mayoría de las variables están consideradas. No se firma una escritura y después se ve cómo se paga una propiedad. En los hijos es exactamente al revés. No hay planificación en la mitad de los embarazos: puede no haber pareja estable, somos productos del error contraceptivo o de una sugerencia o imposición de algún miembro de la pareja. Provenimos de distintas situaciones y sentimientos, y lo que menos está garantizado es el afecto, el tiempo, el acompañamiento y también el dinero que se necesitan para compartir la vida con los hijos.
¿Cómo el tener un hijo puede ser una decisión seria, reflexiva? ¿Qué se debe considerar para planificar tener un hijo?
Hay que mirar el escenario en el que se recibirá al nuevo hijo, analizar el estado de una pareja, ver los aspectos económicos y el tiempo libre para dedicarle. Hay que estar preparado, más que a lo que se gana con un hijo en cuanto a los sentimientos, a lo que se pierde en la vida cotidiana por dedicarse a los hijos. Existe un silencio cómplice por parte de padres y abuelos por el que nadie nos explica demasiado lo que significa dedicarse a los hijos.
¿Los hijos han significado lo mismo para los padres a lo largo de la historia? ¿Qué rasgos de la relación entre padres e hijos han cambiado más en nuestra época?
Los hijos, en los tiempos más oscuros, llegaban por mera brutalidad biológica. También para paliar las mermas poblacionales propias de las guerras y las pestes. Hoy debería ser por decisión propia, ya que hay maneras para controlar la reproducción. Con respecto a la relación padres e hijos, hace medio siglo aún éramos criados por nuestras madres, con mucho tiempo en la casa. Hoy los hijos viven una mayor soledad familiar, un mayor apego a sus amistades, más tiempo fuera de casa con los dobles turnos escolares o las múltiples actividades que desempeñan niños y jóvenes.
¿Qué salvarían los hijos? ¿Por qué tanta devoción de los padres? ¿Sería entrega amorosa, ocupación del tiempo libre, compensación y cura de las heridas de la infancia?
Se me ocurre una miríada de situaciones pero no puedo alejarme de la automaticidad que tenemos a la hora de pensar nuestras vidas. Es muy difícil que dos jóvenes no se imaginen, en el futuro, rodeados de hijos. Es lo que se debe cumplir para honrar esta vida. Distinto sería si una joven pensara que no desea tener hijos; aun teniendo la posibilidad de revertir su idea en cualquier momento, tendría que esforzarse el triple para sostener lo que socialmente está visto como política y moralmente incorrecto. Sería catalogada por la mayoría como sin sentimientos y egoísta. Damos por sentado que hacer nacer, sin que importe en qué casos y cómo, es mejor que no hacer nacer.
¿Cómo intervienen los factores socioeconómicos?
No se debe intervenir en los aspectos íntimos de una familia, pero sí darle los elementos para que tanto el hombre como la mujer puedan planificar el tamaño de familia que desean y el momento en el que quieran tener a sus hijos, independientemente de su situación socioeconómica. Tener dinero no garantiza tener afecto hacia los hijos. El dinero les garantiza una mayor presencia en la sociedad de consumo. Si bien el dinero es importante, en un hogar humilde puede haber una escenografía más apta para los afectos que en una mansión.
¿Todo lo que la técnica promete en materia de fertilización y embarazo es bueno?
Es bueno porque les da respuestas a las parejas o personas que no pueden tener hijos. Una cosa es decidir no tener hijos y otra es que mi propia naturaleza biológica me lo impida. Como en todas las estrategias médicamente asistidas, existen pros y contras. Las personas que deben atravesar este camino merecen toda nuestra admiración, dado que los costos emocionales y económicos son muy importantes.
¿Y si no se quiere tener un hijo?
Es una decisión seguramente más ponderada que la de tenerlo y como tal merece todo nuestro respeto. Suele confundirse con egoísmo, pero no es así. Al contrario: es pensar realmente en el otro, ponderando el no sentirse inclinado a hacerse responsable de una vida.
¿En qué sentidos un bebé condiciona las vidas de la madre y del padre?
La madre, cuando tiene un hijo, se hace un tatuaje para toda la vida. Lo que gana será bienvenido; deberíamos estar alertados sobre lo que perdemos, o sobre lo que deberemos compartir, antes de tenerlos, de manera tal que la organización y planificación permita que los “costos” sociales y afectivos sean menores. El desempeño de nuestra vida individual se ve afectada por la llegada de los hijos. Como en todas las cosas, habrá ganancias y pérdidas. En el hombre sucede lo mismo que en la mujer, pero al participar mucho menos en la crianza las pérdidas son menores.
¿El embarazo es, entonces, un dulce amargo?
Buena reflexión: por ello la planificación de los mismos debiera ser un acto de responsabilidad más que de amor y deseo.
CLARIN