25 Jan Una cara, mil rostros
Por Bernardo Stamateas
Todos en algún momento hemos usado “máscaras” para que no nos reconozcan. Sabemos bien cuál usar de acuerdo con los demás y con la situación que debamos enfrentar, pero nos olvidamos de mejorar quien realmente somos.
Hay capacidades, recursos potenciales que sólo nos pertenecen y los tenemos para ponerlos en marcha. Sin embargo, en muchas ocasiones preferimos no dar la cara y simular o no mostrar nuestro verdadero yo. Hay tipos de “máscaras” y podemos clasificarlas:
Máscaras de poder: son usadas por personas que necesitan convencer a los demás de su poder diciendo de quiénes son amigos o a quiénes conocen.
Máscaras de superioridad: las usan los que necesitan sobresalir. Por ejemplo, aquellos que llevan su currículum a todas partes y hablan todo el tiempo de sus capacidades intelectuales.
Máscaras de víctimas: son usadas por quienes quieren demostrar que sufrieron mucho. Nunca sonríen, todo les sucede a ellos y nunca podrán igualarlos en fatalidades.
La persona que se acostumbra cada vez más a necesitar de máscaras simplemente para actuar el papel que quiere que otros le crean, sin darse cuenta que así termina ridiculizando su vida, se convierte en víctima de ellas.
Imaginá que vas a una fiesta y te ponés una máscara. La usás toda la noche y la pasás bien, pero cuando llegás a tu casa estás tan cansado que te olvidás de sacártela. Al otro día, te levantás, te mirás al espejo y te asustás. Te querés sacar la máscara pero el pegamento es tan resistente que no podés. Vas al médico y este te da la noticia de que estás condenado a usarla para siempre. ¿Te imaginás saliendo a la calle? ¿Yendo al trabajo, a estudiar, a buscar a tus hijos al colegio? ¿No sería triste? Sucede que las máscaras terminan adhiriéndose a tu piel y terminás necesitando más de ellas. Por eso, cuando decidís quitártelas y mostrarte ante todos tal cual sos, ahí comienza tu verdadero cambio.
TIEMPO ARGENTINO