Turbulencias puertas adentro

Turbulencias puertas adentro

Por Lorena Díaz Green
Un 40% de las consultas a psicólogos en los países de habla hispana se debe a problemas relacionados con la pareja. La gente, señalan las estadísticas, se equivoca más eligiendo pareja que comprando un departamento. El problema, se dice, es elegir con el corazón, seguir años y años la intuición romántica de teleno­velas y películas de princesas, y no actuar con la razón. Si bien la razón está fuera del paisaje del amor, cada vez más creen los terapeutas que es necesario integrarla y ponerla en primera fila cuando se trata de una convivencia.
Es que, para vivir en pareja, sostienen los especialistas, con el amor no basta. Es por ésta y otras razones más domésticas que la ciencia acuñó un término nuevo: el estrés conyugal, una patolo­gía de las emociones negativas que se desencadena en la vida de una pareja turbulenta. El estrés conyugal no sólo es una flamante materia nueva de estudio en terapia, sino que además ya tiene su propia gurú en el tema: la licenciada Patricia Faur, psicóloga, volcada desde hace 25 años al estudio de las dependencias afecti­vas. Faur acaba de registrar su experiencia en un estudio titulado “Estrés conyugal”, donde recoge datos hasta hoy impensados. Está comprobado: el amor, y más aún el desamor, se somatiza. No es poesía, ni metáfora de Pablo Neruda: es una realidad que se vive día a día en terapia. A veces, cuando la víctima no puede ponerla en palabras, su cuerpo mismo se encarga de hacerlo por ella: caída del pelo, manchas en la piel, infecciones, insomnio y malestar estomacal. Si bien las mujeres suelen padecer más el estrés conyugal que los hombres, revela Faur, son ellos quienes se enferman más luego del divorcio. Cuando hay una discusión de pareja, cae el sistema inmunológico -sobre todo en las mujeres-, y el daño persiste aún 24 horas después del episodio.
Al consultorio de Faur llegan cada vez más pacientes que padecen ansiedad, estrés y dolencias físicas, pero el culpable no es la adrenalina del trabajo ni el estruendo en que se convirtió la vida diaria: es producto de relaciones enfermizas. El ene­migo número uno lo tienen en su propia alcoba. Y los riesgos son inabarcables. “Las personas pueden enfermarse grave­mente como consecuencia de permanecer en relaciones con mala calidad de sostén y apoyo”, plantea Faur, magíster en Psiconeuroinmunoendocrinología y docente de la Universidad Favaloro. “El estrés conyugal tiene que ver con el crónico. Es una respuesta desadaptativa, que fun­ciona mal, que no sirve para defenderse correctamente. Que enferma”.
En un mundo donde todo el mundo considera su salud como un bien delicado a cuidar bajo siete llaves, se alimenta bien y descarta el tabaco y las sesiones maratónicas de alcohol, el paciente es víctima de algo aún más arrasador que el vino: el infierno de sus relacio­nes. Por otra parte, al no estar tan difundido el tema, el estrés conyugal, muchas veces, se pasa de largo. Es un síntoma que no se tiene en cuenta. Y cuando el estrés toma todo el cuerpo, ya es demasiado tarde. Los especialistas señalan que es el efecto de la gota que orada la piedra. Cuando llega el quiebre, ya nada vuelve a ser igual. “La historia previa de la persona, el ambiente en que vive, la trama de sus vínculos, los amigos, los familiares, el trabajo, su desarrollo espiritual, entre muchos otros factores, van a configurar un escenario que predispone a enfermar o no dentro de una relación”, dice Faur. “Atender la calidad de nuestros vínculos es tan importante como atender nuestro organismo o nuestro espíritu. Muchas personas creen que ya no pueden hacer nada para salir del laberinto en sus relaciones, y por eso se resignan a vivir mal”.
Pero ¿no era que los científicos habían demostrado que vivir en pareja aportaba mejor calidad de vida que vivir solos?
Faur: Es cierto. Los científicos basan estos datos en que las perso­nas que están en pareja suman recursos, cuidados y vínculos. Ahora bien, ¿qué pasa cuando la relación de pareja conlleva un sufrimiento sistemático? ¿Qué ocurre cuando alguien vive bajo una permanen­te amenaza de abandono? ¿Cómo se siente una persona cuando es descalificada, desvalorizada, burlada, aislada de sus familiares y ami­gos, desautorizada frente a sus hijos, hostigada psicológicamente? Cuando hablamos de estrés conyugal nos referimos a una respuesta del organismo frente a una situación sostenida en el tiempo que genera sufrimiento, tensión y amenaza y que se ha “naturalizado”, como si fuera algo normal. Llega un momento en que la persona que sufre esta violencia emocional bloquea sus emociones, su enojo, su rabia, para que el otro no la abandone.
¿Cómo se manifiesta?
El estrés es una respuesta normal de adaptación de nuestro or­ganismo, que está preparado para ajustarse a los cambios, desafíos y peligros, tanto internos como externos. Esto ocurre frente a un entorno en transformación. Pero el organismo no está preparado para defenderse tantas veces al día ni para armar esa respuesta de un modo sostenido en el tiempo sin espacio para recuperarse. Es allí cuando se produce el desajuste y los ejes hormonales comienzan a funcionar mal, dañando el corazón, las arterias, el cerebro y alteran­do la función inmune, entre muchas otras consecuencias nocivas. Lo mismo puede ocurrir con otro factor psicosocial: el trabajo. El estrés laboral también es una respuesta patológica que se da cuando las personas no logran afrontar con éxito el conflicto.
¿A qué nivel lo padecen hombres y mujeres?
Ellos lo viven como una pérdida de control que los altera, cuando viene el divorcio. Ellas, en cambio, sienten que pierden el control cuando no logran ser escuchadas por su pareja y sufren hostilidad. Los hombres quedan más afectados por el estrés laboral, mientras que las mujeres son más vulnerables a padecer el estrés conyugal.
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