Los riesgos del tecno fundamentalismo

Los riesgos del tecno fundamentalismo

Por Natalia Zuazo
Aleks Krotoski es, para todos los que la vimos en su serie La revolución virtual de la BBC (2010), la periodista-arqueóloga de pelo rojo que viajaba por el mundo con el creador de la Web, Tim Berners-Lee, buscando los orígenes de ese último invento que cambió al mundo. Su nombre real es Aleksandra y ya no tiene el pelo rojo, pero sigue mirando con curiosidad analítica ese universo digital, y en especial cómo influyen sus diseños en las relaciones humanas. De esto habló en dos conferencias que dio en 2012 en Argentina, invitada por la Fundación Osde, y de ello tratará en profundidad su próximo libro, Untagling the Web (Desenredando la Web), que editó en septiembre Guardian Books. El año pasado, la periodista estadounidense produjo su podcast para The Guardian Tech Weekly y The Digital Human para BBC Radio, además de continuar con su actividad académica en el Oxford Internet Institute.
Durante su visita a Buenos Aires, en diálogo con Ñ , conversamos sobre las ideas centrales de su nuevo libro, el peligro en la uniformidad de la información y sobre cómo enfrentar el momento actual de tecnofunda mentalismo para pasar a una próxima etapa de nuestra relación con las tecnologías entendiendo las ideologías que las conciben.

El subtítulo de su nuevo libro es “Qué es lo que Internet te está haciendo a VOS”. Eso sugiere a la Web como un objeto que nos ataca si quedamos atrapados en su lógica, pero al mismo tiempo resalta el valor del individuo en los efectos que tiene la Web. ¿Cómo explica esa dinámica?
El título está inspirado en todos los temores que la Web genera, en toda la gente que piensa que la Web sí les está haciendo algo a ellos, a sus hijos, a su salud, a la política. Y lo que hago es ir a trabajos empíricos de la psicología y la sociología y buscar si, efectivamente, Internet nos “ha hecho” algo o no. Como estamos tan metidos en la Web, al estudiar, trabajar, hacer las compras del supermercado, pedir un taxi, conectarnos con amigos o nuestra familia, la pregunta de cómo nos afecta como sociedad y cómo afectamos como individuos a la sociedad, se vuelve válida. Y en donde yo sí veo que la Web nos afectará es en dos áreas: la privacidad y la identidad.
Respecto de la privacidad, si miramos el historial y los contenidos de todo lo que publicamos en Internet para comunicarnos, para comprar, todo eso es una construcción individual de la identidad, y al mismo tiempo es una construcción social. Pero un aspecto muy importante de la construcción social de la identidad es la capacidad de ser olvidados y reinventarnos a nosotros mismos. Eso está desapareciendo y es una de las fronteras que tendremos que negociar en el futuro. Lo segundo que tendremos que negociar es cómo buscamos, desde información hasta amor. Y sobre todo, cómo nos afecta en nuestros puntos de vista, en confirmar lo que creemos, desde nuestra opinión política hasta cómo criar a nuestros hijos o qué ponernos para salir a la calle. Tendremos que ser conscientes sobre cómo queremos que Internet nos afecte. Porque lo hará.
Sabemos más que antes que los resultados de los buscadores no son azar sino una construcción de los algoritmos de buscadores como Google. Pero mientras encontremos lo que buscamos, ¿vamos a cuestionarlo o la comodidad pagará la uniformidad de información?
Eso no es culpa de la tecnología en sí, sino de la tecnología adaptándose a algo que naturalmente hacemos: unirnos a grupos que piensan más o menos lo mismo que nosotros. Lo irónico de eso es que cuando Internet surgió la pensábamos utópicamente como el camino para una diversidad infinita de información, una especie humana más evolucionada y hasta el fin de las guerras (risas). El problema es que la Web evolucione hacia un ecosistema cerrado que incentiva la intolerancia, los grupos que no se abren a lo distinto, la individualidad extrema.

Usted dice que hay que reclamar nuestro derecho a la “serendipia”, entendida como un descubrimiento o un hallazgo inesperado que se produce cuando se busca otra cosa. ¿Cómo se hace?
Cuando trabajé en mi proyecto Serendipity Engine (“Motor de Serendipia”, theserendipityengine.tumblr.com) quería entender los sesgos o las agendas que construyen las tecnologías que usamos diariamente. Cuando escuchamos una canción, probablemente sabemos en qué momento histórico o en qué país fue compuesta. Con la tecnología todavía no tenemos ese tipo de conciencia, pero de hecho pasa lo mismo.
Google tiene una mirada particular del mundo, construida desde el norte de California por Larry Page y Sergey Brin, educados en la burbuja de Stanford, y con cosas que para ellos son relevantes. Eso es lo que Google es hoy, pero más importante es lo que Google quiere ser en el futuro. Sobre eso, cuando era CEO de la empresa, Eric Schmidt declaró que quería que Google fuera “no sólo un motor de búsqueda, sino un motor de serendipia”, es decir, que pudiera predecir lo que la gente iba a preguntarse. ¡Y me pareció escalofriante! Porque la serendipia no se puede predecir. Es un fenómeno individual, que se produce por accidente y que termina teniendo valor. Y encontré que el propósito que tenían era juntar toda la información que vos les dabas a través de tus búsquedas, tu teléfono, tu ubicación, palabras claves, interacciones, para terminar definiendo qué es lo que querrías en el futuro. Entonces si escribías un mensaje a un amigo con “salgamos esta noche”, y ayer habías buscado “recetas thai”, cuando buscabas un restaurant y tu teléfono te sugería “Ey, a dos cuadras hay un restaurante thai”, no había ninguna coincidencia, sino un servicio para una necesidad. El problema es que la serendipia es esencial para la creatividad y para los descubrimientos científicos, para hacer que las cosas den saltos hacia adelante. Por eso hay que reclamar la serendipia y cuidarla de que sea totalmente direccionada por la tecnología: porque es importante para el progreso de la sociedad.

En un artículo reciente, Ud. cita a Rebecca Mackinnon diciendo que “entendemos cómo el poder funciona en el mundo físico, pero todavía no entendemos claramente cómo lo hace en la esfera digital”. ¿Cuán lejos estamos de ver el poder de las corporaciones en lo digital? ¿Y cómo podemos enseñarlo a las nuevas generaciones críticamente?
Creo que allí está uno de los puntos fundamentales en cómo la tecnología va a afectarnos en el futuro: en poder verla no sólo instrumentalmente, sino críticamente en su poder. Hay una escuela de pensamiento que sostiene que nos hemos convertido en tecno fundamentalistas, en personas que vemos a las máquinas con poderes mágicos y eso es algo de lo que tenemos que ser más críticos. Una forma muy sencilla de hacerlo es viendo a las personas que crean las tecnologías. Con esto no estoy diciendo que Mark Zuckerberg, Larry Page o Jeff Bezos tienen un “nuevo orden mundial” en la cabeza, sino de entender algo más simple que es qué ideologías están detrás de lo que crean y a partir de eso ser más críticos con lo que depositamos o no en esas tecnologías.
Todo esto también tiene que ver con tu pregunta sobre el poder en el mundo online y las batallas que se dan. Es un proceso clásico de construcción de las comunidades, donde primero existe una primera etapa muy idealista. Luego, comienza a verse un “enemigo” que fuerza a la comunidad a redefinirse, a preguntarse: “¿En qué cree este software que estoy usando?”, “¿Yo creo esto mismo o creo otra cosa?”. Y entonces ahí podemos empezar a construir nuestra identidad, pensando si también concebimos nuestra identidad o privacidad de la misma forma, si creemos que la privacidad o las relaciones son esas cosas que nos proponen o son cosas distintas. Y eso, como usuarios de una comunidad de Internet, es lo que crea conflictos que reactivan la forma en que usamos los servicios.

¿Y en qué momento estamos ahora?
Todavía estamos en la etapa tecno fundamentalista, consumiendo, en una etapa de enorme saturación de tecnología, de acceso a la tecnología, en muchos países, también aquí en la Argentina. Pero con un altísimo potencial de pasar a otro nivel. Y ciertamente, esa es mi esperanza.
REVISTA Ñ