La larga evolución del piloto según un actor de métodos misteriosos

La larga evolución del piloto según un actor de métodos misteriosos

Por Dave Kehr
Denzel Washington regresa al cine con “El vuelo”, dirigida por Robert Zemeckis. El arte de la actuación es tan particular que incluso sus más habilidosos practicantes no pueden explicar del todo cómo hacen lo que hacen. Cuando ves una actuación como la de Washington en esta película, querés meterte y entender cómo lo hace y lo sostiene durante dos horas.
Pero cuando se le pregunta a Washington o sus coprotagonistas cómo se hace, casi que quedan sin palabras, o dan rodeos al tema intentando llegar a ese misterio a través de metáforas, anécdotas y generalidades al barrer. John Goodman, quien compartió dos veces cartel con Washington (en El vuelo y en Fallen, un thriller de 1998) dijo sobre él: “Es uno de esos gatos que no precisan gran preparación, cosa que hace que trabajar con él sea muy sencillo”. En esta nueva película, Washington interpreta a un piloto de aerolíneas a quien primero vemos intentando despertarse en la mañana: se da vuelta en la cama atontado, toma un trago de varias latas abiertas de cerveza, balbucea al oficial de vuelo que intenta despertarlo, inhala algo de cocaína y así se dispone a irse.
No es la clase de preparación de la que hablaba Goodman, obviamente. Presionado, Washington habló sobre las horas que pasó en un simulador de vuelo para aprontarse para las escenas en las cabinas del comienzo de la película. En ellas, su personaje Whip Whitlock, tiene que enfrentar un aterrizaje de emergencia. “Ahí tienes que sentirte cómodo”, cuenta, “tienes que saber cuál es la rutina”.
Y agregó: “Cada cosita que usás te ayuda a crear la realidad. Uno de los pilotos con los que trabajé me dejó usar en la película su valija de vuelos en la película, así que siempre estaba cargando esa cosa vieja y gastada. Siempre digo que lo universal sale de lo específico”.
Pero ¿cuánto de esa investigación explica la intensidad salvaje que pone en pantalla al hacer que el público descubra su adicción química y al mismo tiempo su habilidad para guiar el avión en una emergencia? Tal como su coprotagonista Don Cheadle explica: “Tiene que interpretar la dualidad de estar al tope de las cosas y al mismo tiempo mantenerse íntegro”.
Jonathan Demme, quien lo dirigió en Filadelfia (1993) y en El embajador del miedo (2004) hizo varios intentos al tratar de definirlo en su trabajo. “Yo lo llamaría un actor de inmersión”, dijo Demme.
“En Filadelfia permanecía tranquilo en el set, siempre con ocurrencias pero normal. Sin embargo estaba algo deprimido cuando filmamos El embajador del miedo, porque su personaje estaba deprimido. En esas dos películas vimos dos tipos distintos”.
Más adelante, Demme declare: “Lo veo como un arquitecto. Cuando llega al set de filmación está listo para comenzar a construir la escena… Fue Denzel quien me hizo darme cuenta que los actores son los narradores finales. Preparamos la producción, armamos las tomas, pero cuando la cámara se prende son los actores los que cuentan la historia. Todos los grandes actores son grandes narradores, tienen que serlo”.
Es una linda forma de mirarlo, pero aún así, ¿qué hace un actor como él y cómo lo logra? Washington, de cincuenta y siete años, dijo: “Es un proceso. No sé si un personaje es un destino al que llegás el día 1 o el día 15, o si llegás en algún momento; pero siempre estás trabajando en eso. Nunca pienso que puedo convertir un personaje en cualquier cosa que quiero. Si te metés en una escena sabiendo demasiado es probable que no salgas de ella con gran cosa”.
Norman Jewison, quien le dio su primer papel importante en Historia de un soldado (1984) y que luego lo dirigió en Huracán(1999), dijo “Me di cuenta de inmediato que tenía una enorme concentración. Es muy analítico. En Historia de un soldado pude ver qué tan curioso era sobre la relación entre el actor y la cámara. Interpretó el papel en el escenario y a medida que avanzaba el rodaje lo vi bajar los decibeles de la actuación, hacerla más sutil”.
Cuando era joven, “ser actor de cine no estaba entre mis objetivos” comentó. “Tomé un curso de actuación en Fordham y fue bastante fácil, o más bien debería decir que lo disfruté. La gente me decía que era bueno. Cuando comencé pensaba en el teatro, no tenía la meta de ir a Hollywood. Pero acá estoy”. En su primera película para televisión (Wilma, 1977) dijo que se sentía muy nervioso. Se ríe. “Había una escena en la que la cámara se iba hacia mí y me hico retroceder para no chocarla. No estaba acostumbrado a esta gran máquina y a toda esta gente dando vueltas a mi alrededor”. Ciertamente lo superó.

La evolución
A lo largo de la siguiente década Washington aprendió cómo amigarse con esa gran máquina. Y más que un amigo: desarrolló esa clase de intimidad con la cámara que hace que un buen actor sea otra cosa, una estrella de cine. Pasó seis años interpretando a un joven doctor en la serie St. Elsewhere, la que lo ayudó a sentirse más cómodo a la hora de hacer películas. Al final de los ochenta ya tenía un Oscar a Actor Secundario por Tiempos de gloria, un drama sobre la guerra civil de Edward Zwick.
Esa película, junto con Grito de libertad (1987) de Richard Attenborough, evidenciaron su inusual habilidad de proyectarse en personajes de tiempos pasados, cosa que dio como resultado que se ha convertido en un actor favorito para películas históricas. Interpretó a Malcolm X en la película de Spike Lee, al boxeador preso Rubin Carter en Huracán y a otros personajes históricos menos famosos como el entrenador de fútbol de Duelo de titanes (2000), el mafioso de Gangster americano (2007) y el escritor de The great debaters (2007, dirigida por él).
A lo largo del camino, en parte, ha intentado evitar ser encasillado como actor de biografías, así que ha protagonizado varios thrillers y películas de acción, cinco de ellas dirigidas por Tony Scott. “Necesitás también tener entretenimiento descerebrado”, dijo.
Verlo en todas esas interpretaciones distintas o incluso en Día de entrenamiento (2001), en la que interpreta al peor policía imaginable en un papel que le hizo ganar un Oscar, vas a notar algunas técnicas recurrentes. Washington tiene dos sonrisas: una muy grande que saca a relucir cuando su personaje está auténticamente encantado; otra chica y ajustada, que implica algo considerablemente más siniestro (que es la que usa en Día de entrenamiento y en Gangster americano). Abrirá leve o ampliamente sus ojos con fines similares.
Cuando interpreta a un militar, como hace a menudo, su actitud se vuelve más rígida, más correcta. Pero estos son solamente trucos que él domina, ases que saca de la manga. Los momentos más misteriosos de sus actuaciones, de los que hay muchos en El vuelo, dependen menos de la técnica que de un instinto educado, es una extraña mezcla de cálculo y espontaneidad.
Jewison citó una escena en Huracán en la que Washington, cuyo personaje recibe a sus abogados en una visita carcelaria, “sin que yo supiera que lo iba a hacer, tomó el micrófono que usaba y lo estrelló contra el vidrio con tal furia que asustó a los otros actores”. Demme, riéndose, recordó un momento parecido y sin planificación en Filadelfia, donde interpretaba a un abogado homófobo: “Su personaje tiene una conversación con un joven en una tienda y de repente se da cuenta que lo está intentando levantar; toma al chico por la remera, lo sacude y lo estrella contra la pared. Esa es la clase de cosas que pueden pasar con Denzel, una explosión de realidad”.
Cuando Washington intentó por última vez explicar cómo hace que esos momentos sucedan, termina por apoyarse en metáforas de aviación. “El momento para preocuparse por el vuelo es cuando estás en tierra. Si no confiás en el piloto, o sea el director, no subas. Cuando filmo una escena no puedo estar fuera de mí haciendo críticas. Tengo que confiar en el piloto”. Si bien un comentario así puede sonar algo raro por su retrato ambiguo de un piloto, tiene sentido desde el punto de vista de la actuación.
Aunque los métodos de preparación del piloto que hace en esta película son distintos a los del actor, apuntan a un propósito similar: asegurarse de que estás dispuesto para cualquier cosa, sin importar qué tan inesperada sea. Sabes que podrás actuar (en ambos sentidos) sin tener que parar a pensar. Y cuando la escena termina y el gran avión aterriza, incluso el piloto puede no saber exactamente cómo lo llevó hasta allí. Es como traajan los mejores actores, ahí en la cabina, fuera de la vista de los pasajeros que confían en él. El vuelo sugiere que tal vez está bien que no sepamos qué están haciendo.

Un director que cruza técnicas
“Todo el mundo piensa que no he hecho una película en doce años” dice el director Robert Zemeckis (61). El vuelo es su primera película con actores de carne y hueso desde Náufrago, en 2000, pero este director que ganó un Oscar por Forrest Gump y que es responsable de favoritos como Volver al futuro y ¿Quién engañó a Roger Rabbit? no se quedó cabalgando con las valquirias. Ha dedicado la última década a experimentar con nuevas tecnologías en tres películas como El expreso polar, Beowulf y Los fantasmas de Scrooge y así explorar la nueva alianza entre computación y cinematografía.
Zemeckis, con todo, no ve una interrupción entre sus formas de trabajar, que implican usar tecnología de punta al servicio de narrativa cinematográfica clásica. “Es lo mismo”, dijo de El vuelo. Casi sin 3D, la película usa todo el espectro de técnicas digitales que han aparecido en la última década, desde los storyboards tridimensionales en la preproducción hasta los retoques en la posproducción. Las computadoras están ahí, pero esta vez se revuelven al servicio del naturalismo en lugar de la fantasía.
“Hice cosas que no vas a ver”, dice el director. Por ejemplo: “Tenés un actor acá y otro acá, pero tenés que esperar y filmar hasta que el actor gira la cabeza tal como querés. Inserté un corte en el cuadro y digitalmente apreté la mitad de la toma para que se diera al ritmo que yo quería. Los actores nucan sabrás que hacés esa clase de cosas”.
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