La Cumparsita

La Cumparsita

Por Manuel Adet
Pertenece a los atributos del Espíritu Santo determinar por qué motivos la Cumparsita es el himno nacional del tango, la composición más grabada en el mundo, a la que más directores de cine, entre los que merecen mencionarse Billy Wilder y Woody Allen, han recurrido para musicalizar sus películas. Astor Piazzolla, a quien siempre le gustaba escandalizar a los tangueros veteranos, dijo que no es el mejor tango de la historia, pero no conforme con ello, agregó después, que es el peor, afirmación que no le impidió grabarlo cuatro veces, la última en 1967 para el sello Polydor.
Efectivamente, no se sabe por qué esa partitura improvisada por un jovencito que aún no había cumplido los veinte años, llegó a ser el himno del tango. Es más, el propio Gerardo Matos Rodríguez no terminaba de explicarse el éxito de su creación, sobre todo cuando recordaba que lo hizo casi de una sentada y que su máxima pretensión era que fuese la marcha oficial de la Federación de Estudiantes de Uruguay, un reclamo que los estudiantes exigían, para no ser menos, en los carnavales de 1916 (1917, dicen otros).
Para esa época, Matos Rodríguez -conocido por el apodo de Becho- era estudiante de Arquitectura y el único antecedente importante que tenía era ser hijo de Emilio Matos, el dueño del cabaret Moulin Rouge, en donde no hacía mucho se había estrenado ese otro gran símbolo del tango que fue “Mi noche triste” con letra de Pascual Contursi, el mismo autor que siete años más tarde le habrá de escribir la letra a la Cumparsita para disgusto de Becho, pero no nos adelantemos a los hechos.
Según la leyenda más creíble, el estudiante Manuel Barca una noche le acercó la partitura a Roberto Firpo, porque la timidez de Becho era proverbial. Firpo era entonces el director estrella de la orquesta que lucía sus dones en el café La Giralda. Se dice que la letra le interesó, pero consideró que era necesario hacerle algunos arreglos. Según sus propias palabras, a la composición original le agregó algunas melodías de dos tangos de su autoría: “La gaucha Manuela” y “Curda completa”, y unos compases de la ópera “Miserere”, de Giuseppe Verdi.
La Cumparsita se estrenó por primera vez en público en noviembre de 1916 en La Giralda. Sin embargo, otras versiones históricas aseguran que la primera grabación pertenece a Minotto de Cicco o a Juan Maglio, aunque la mayoría de los investigadores coinciden en reconocerle este honor a Firpo, acompañado en la ocasión por Juan Bautista “Bachicha” Deambroggio, Agesilao Ferrazano, Alejandro Michetti y David Tito Roccatagliatta.
Lo seguro es que la Cumparsita se estrenó en Montevideo y sus primeras presentaciones públicas se hicieron durante los años 1916 y 1917. Acuciado por las exigencias del juego y las corridas de caballos, Matos Rodríguez vendió por treinta pesos la partitura a la casa Breyer Hermanos de Buenos Aires.
Y así concluye la primera etapa de esta historia, la historia de un tango al que en su momento nadie le dio importancia, empezando por su propio autor que siempre considerará que lo suyo fue una inspiración menor y que en el futuro habría de crear composiciones de mejor calidad. Para ser justos, habría que agregar que la autoría del tango pertenece, además de Becho, a Firpo y Verdi, pero en su momento nadie se molestó demasiado en reclamar ese reconocimiento, porque consideraban que la partitura no valía la pena.
Años después, cuando la Cumparsita ya era el gran suceso, Francisco Canaro, un músico también uruguayo y de un increíble olfato para descubrir los grandes tangos, dijo al respecto. “La cumparsita tiene la particular virtud de que la estructura de su música se presta maravillosamente para ser enriquecida por orquestaciones de mayor vuelo. Todo le viene bien. Armonía para violines, variaciones de bandoneones, además de otros atrayentes efectos musicales que los orquestadores y directores aprovechan para lucimiento de sus respectivos conjuntos”.
Siete años más tarde se reinicia el segundo acto. La cumparsita dormía el sueño de los justos en un ignoto archivo, cuando la compañía teatral de Leopoldo Simeri estrena en el viejo Teatro Apolo, “Un programa de cabaret”, obra escrita por Pascual Contursi y Enrique Pedro Maroni. En el segundo cuadro, el actor y cantor Juan Ferrari inicia el canto con los versos que luego serán célebres, “Si supieras, que aún dentro de mi alma, conservo aquel cariño que tuve para ti”.
En aquellos años, muchos tangos que después se hicieron famosos pienso, por ejemplo, en “La mina del Ford”- nacieron en el teatro y las revistas. La Cumparsita fue uno de ellos. De todos modos, la iniciativa habría concluido sin pena ni gloria, si ese mismo año Carlos Gardel no la hubiera grabado, una iniciativa que reiteró en Barcelona, en 1930. No hace falta decir, al respecto, que en aquellos años un tango que grababa Gardel tenía en el acto pasaje a la gloria. La Cumparsita fue uno de ellos.
Cuando Matos Rodríguez se enteró de lo ocurrido con Contursi y Maroni, la novedad no le causó mucha gracia. Estaba en París, enviado por un diario de Montevideo para cubrir las Olimpíadas de ese año, cuando Francisco Canaro le pasó el santo y seña. Inmediatamente se comunicó con un abogado de Buenos Aires e inició uno de los juicios más largos de la historia del tango, un juicio cuyo fallo final, Becho va a conocer casi cuando se esté muriendo.
El juicio en cuestión duró hasta 1947 y el arbitraje estuvo a cargo de Canaro, que en estos temas nunca daba puntada sin hilo. En la ocasión se resolvió que el ochenta por ciento de los derechos de autor pertenecía a los familiares de Becho y el veinte por ciento a los familiares de Contursi y Maroni. El fallo destacaba que también había que hacer una reparación a Razzano, ya que mientras duró el juicio, -casi veinte años- los discos de Gardel cantando La Cumparsita no podían exhibirse en público.
Así y todo, Matos Rodríguez convenció a un escritor para que improvisara una letra, El poema -irrelevante para ser suaves- fue grabado en 1926 por la orquesta Los Provincianos y la voz de Roberto Díaz. Y luego por el tenor Tito Schipa. No concluyen allí los experimentos poéticos. En noviembre de 1945, Angel Vargas estrenó su propia versión. Por último, está la versión de Julio Sosa con el poema de Celedonio Flores “Por qué cantó así”, para no mencionar la primera versión perteneciente al estudiante Alejandro del Campo. O las que se improvisaron en idiomas extranjeros.
Ya para los años cuarenta, la Cumparsita es definitivamente el himno del tango. Juan D’ Arienzo la grabó ocho veces. En las versiones clásicas merecen destacarse las de Osvaldo Pugliese, Francisco Canaro, Carlos Di Sarli, Mariano Mores, Alfredo de Angelis o José Basso. Más cerca en el tiempo, merecen mencionarse las de Horacio Salgán, Cacho Tirao, Sexteto Mayor o Juanjo Domínguez y Julio Pane. La lista es muy larga, al punto que no está mal decir que no existe orquesta de tango que merezca ese nombre que alguna vez no se le haya animado a ese tango de Gerardo Matos Rodríguez. Una asignatura le faltaba aprobar en los cuarenta: el cine. Y lo hizo. En 1947, se estrenó la película “La cumparsita”, dirigida por Antonio Momplet y la participación de Hugo del Carril. También con ese nombre se estrenó en España en 1961 la versión de Enrique Carreras, titulada en Argentina como “Canción de arrabal”. En 1952, ganó el principal premio de Japón a la música ciudadana. A partir de allí no paró mas. La Cumparsita recorrió el mundo y tanto para los uruguayos como para los argentinos, su música fue y es la carta credencial del tango en cualquier país. Exagerados como siempre, los uruguayos la declararon previo y solemne voto del Parlamento, himno popular nacional.
Gerardo Matos Rodríguez murió en 1948. Conoció la fama de su obra, pero cada vez que lo entrevistaban mencionaba las composiciones de “Che papusa oi”, “Mi mocosita” “La muchacha del circo”, entre otros. De todos modos, a la vuelta del camino se reconcilió con su creación y dijo. “Creo que nunca podré hacer un tango igual. Más adelante compuse otros tangos y otras músicas, algunas tal vez mejores, pero la Cumparsita encierra un mundo de ilusiones y tristezas, de sueños y nostalgias, que sólo se viven a los veinte años. Fue un momento mágico y mágico fue su destino”.
EL LITRAL