Una vuelta por el corazón de Salta

Una vuelta por el corazón de Salta

Por Tomás Natiello
Hay pocos sitios en el país en los que se pueda respirar la Historia con mayúsculas como en Salta. No solo en el Valle de Lerma, donde se asienta la capital con sus iglesias, museos y fincas, sino también, y especialmente, en esos valles Calchaquíes en los que la tradición y el saber se transmiten desde antaño.
En esos parajes, Cafayate es la estrella mediática, pero pequeños pueblos como Seclantás, Molinos o Cachi conforman un conjunto de joyas imperdibles. Cachi, por ejemplo, está ubicado a 150 kilómetros de la capital provincial y es la mejor opción para iniciar una travesía. Para sumar interés a la zona, el entorno natural se revela igualmente atractivo, con puntos altos en todas las acepciones del término, como el Parque Nacional Los Cardones.
Hacia ese paraíso de altura se dirige el inicio del viaje. Partiendo hacia el sudoeste de la capital, se toma la ruta 33, que lleva hasta la zona del río Escoipe. Parajes como El infiernillo o La cueva del gigante llaman la atención por su belleza, pero también por la prudencia con que se deben recorrer por lo difícil del terreno.
A la media hora de andar, empieza a dominar el paisaje típico del valle, con cerros coloridos y algunos cardones que declaran el fin del parque húmedo. El camino asciende hacia Cuesta del Obispo, cuyo punto culminante es la Piedra del Molino, a más de 3600 metros sobre el nivel del mar. Luego, el camino atraviesa el increíble Parque Nacional Los Cardones, con su Recta del Tin Tin, hoy asfaltada pero construida originalmente por los ingenieros incaicos.
Las 70.000 hectáreas del parque protegen tres tipos de ambientes. La sierra, con su relieve pronunciado y cerros aquí y allá; el de piedemonte, con sus superficies suavemente inclinadas; y las depresiones. En todos lados, los cardones son los que llaman la atención, pero también lo hace el Valle Encantado con sus pinturas rupestres y la rica fauna compuesta de guanacos, zorros, pumas, chinchillones, pericotes andinos y quirquinchos.
Siguiendo la Recta del Tin tin se llega a Payogasta, sede de la tradicional Fiesta del Pimiento. Luego quedan 25 kilómetros hasta Cachi, un pueblo mágico y una buena alternativa para alojarse, especialmente en sitios como La Merced del Alto. Arrancar el día en este paraje implica mezclar el café con la visión del nevado de Cachi, custodio de más de 6000 metros de altura. Desde aquí se puede optar por rumbos norteños para descubrir.
A sólo 30 kilómetros se llega a Seclantás, un pueblo nacido a mediados del siglo XIX, cuando las casas comenzaron a rodear a la iglesia construida por el hacendado local Don Antonio de Ibarguren. Cerca del templo, dos pequeñas calles sirven para recorrer la mayor parte del caserío, formado por pintorescas fachadas de estilo italiano. En un sitio llamado El Colte abundan los tejedores y las tejedoras.
Más allá está Molinos, con una población que no llega a los 1000 habitantes. Su origen también fue un oratorio, hoy Capilla de San Pedro Nolasco. El primer templo data del año 1659 y a partir de entonces se desarrollaron en esta porción del valle varias encomiendas, cuya producción abastecía a centros urbanos como Salta o Tucumán.
El recorrido continúa y se vuelve un verdadero tour entre bodegas. San Pedro de Yacochuya, El Divisadero y finamente Cafayate aparecen como mojones en los que habrá que elegir cómo y dónde vincularse con los viñedos y sus productos. Nadie debiera dejar de visitar a la familia Mounier en su finca para probar su Torrontés o su blend Finca Las Nubes; los vinos orgánicos de la bodega Nanni también sorprenden, y la lista se puede ampliar a bodegas como Domingo Hermanos o El Esteco, vecina del fantástico hotel Patios de Cafayate.
En cuanto a la ciudad, el primer paso es visitar la catedral, obra del catalán Pedro Coll, construida sobre el final del siglo XIX. Pero, dejando de lado el capítulo vinos, desde Cafayate vale la pena tomar el camino de la ruta 68. A sólo dos kilómetros de la ciudad aparece La Alameda, un sector flanqueado por árboles centenarios. Media hora más tarde se ingresa a la Quebrada de Las Conchas. Por aquí discurre la ruta que lleva al Valle de Lerma y a la ciudad de Salta. Se va ganando altura, dejando atrás el valle y enfrentando estructuras sorprendentes. El agua fue modelando el material rocoso hasta construir Los Castillos, La Yesera, el Fraile y otras formas. Pero es la Garganta del Diablo la que más impacta, ya que cualquiera puede pararse en el fondo de un pequeño corte en las montañas de colores ocres, rojizos y terracota.
Desde aquí se puede descender hasta Salta. En apenas dos horas se llega al Dique de Cabra Corral, donde bungee jumping, puenting, tirolesa y rafting aparecen como una nueva toponimia hija de la adrenalina que permite evadirse un poco de tanta historia.
EL CRONISTA