Sólo Vélez es capaz de hacer rimar transición con campeón

Sólo Vélez es capaz de hacer rimar transición con campeón

Las paredes de los pasillos y salas que conducen a la platea Norte media del estadio José Amalfitani están tapizadas de murales con fotografías de los campeones de Vélez. Desde el primero, en 1968, cuando el club todavía no era la potencia institucional que es hoy, hasta el último. Si se repara en la imagen del último equipo que había dado la vuelta olímpica, en el Clausura 2011, sólo tres jugadores se mantienen con respecto al que ayer le dio el noveno título en el profesionalismo: Fabián Cubero, Sebastián Domínguez y Emiliano Papa.
Desde esa instantánea, cualquiera podría tentarse en señalar que Vélez es uno más entre los clubes que cambian todo de un año a otro, que no mantienen un proyecto y dan continuos volantazos sin encontrar el rumbo. Es una falsa impresión, alejada de la realidad. En Vélez hay ciclos dentro de una época marcada por la coherencia y racionalidad en la gestión. Cambia dentro de una continuidad. Se renueva sin debilitarse. Sólo de esta manera puede explicarse que en un torneo que parecía de transición, lo haya encontrado como campeón como una fecha de anticipación.
Si de modificaciones se trata, Vélez hasta tiene un presidente distinto respecto de la consagración de hace un año y medio (antes Raffaini y ahora Calello). Pero eso tampoco significa nada porque los lineamientos y criterios de conducción son los mismos. Para llegar al despacho presidencial, Calello hizo una carrera de 10 años de dirigente en el club.
Vélez no fue un campeón de punta a punta, necesitó acomodarse, su campaña tuvo su tiempo de maduración. Eso sí, cuando tomó la punta, ya bastante avanzado el Inicial, en la 14a fecha, no la soltó más. Sólo la compartió una jornada con Lanús cuando sufrió una inmerecida derrota contra Boca. Pero de ese golpe desestabilizador también salió entero, con una victoria sobre All Boys, en la que primero supo sufrir para luego imponer sus recursos futbolísticos, que no son incontables ni continuos, pero suele hacerlos valer en algunos momentos de cada partido.
Mediados de año fue momento recambio, de cerrar una etapa e inaugurar otra. Vélez sólo arrastra como espina la conquista de un título internacional, de otra Copa Libertadores que le haga compañía a la levantada en 1994, cuando Carlos Bianchi fue el pionero de este despegue deportivo que está cerca de cumplir dos décadas. Las semifinales en 2011 (increíble eliminación de local ante Peñarol con el penal que falló Silva) y los cuartos de final este año (el Santos de Neymar lo dejó al margen sin ser superior) establecieron una frontera para una generación de futbolistas que le dio mucho a Vélez. En la agenda del segundo semestre de 2012 no había competencia internacional. A la necesidad de vender que tiene toda entidad argentina , Vélez le agregaba la oportunidad de desprenderse de algunos contratos onerosos. Así fueron emigrando Barovero, Ortiz, Zapata, Augusto Fernández, el Burrito Martínez, el Mago Ramírez, el juvenil Canteros. El éxodo fue mayor a los ingresos (Facundo Ferreyra y el colombiano Copete, con el cual no pudo contar durante un par de meses por una fractura).

El estilo no se cambia
Ayer, en medio de los festejos, uno de los referentes, Sebastián Domínguez, reconoció lo que había por delante: “Tuvimos que empezar de cero”. Se abría espacio en una parcela que Vélez cultivo con esmero en los últimos tiempos: las divisiones inferiores. Aquellos que se habían mostrado de manera intermitente, como Tobio, Bella y Cabral, tuvieron la posibilidad de consolidarse. Y también se le dio pista a una hornada más juvenil, integrada por Peruzzi, Allione, Lucas Romero, Brian Ferreira.
La necesidad de reamarse, de cambiar piezas, no puso en entredicho el estilo de juego que predica Gareca en sus cuatro años en la dirección técnica: vocación ofensiva, volantes con buen manejo de pelota y con capacidad para asociarse y combinar, delanteros que participan del circuito de elaboración y llegan para definir. En el reino de la especulación y el cálculo que es mayormente el fútbol argentino, Vélez nunca duda en dar un paso al frente, en proponer en lugar de esperar. Y detrás de la figura de Gareca está el respaldo de quien lo eligió y lo sigue acompañando, Christian Bassedas, que revalorizó la función de manager que en nuestro fútbol suele estar distorsionada y difuminada.
Su estructura es una contención ideal para que cada jugador desarrolle su potencialidad. Chucky Ferreyra llegó con la etiqueta de ser uno de los delanteros con mayor futuro, pero también con el mazazo anímico de soportar un descenso con Banfield, el club que le permitió asomarse a la primera división. Aunque es incomprobable, no es descabellado imaginar que la adaptación de Ferreyra hubiera sido mucho más dificultosa en River, Indepediente y San Lorenzo, tres equipos que agobian con la presión que ejercen sus crisis.
Ferreyra se fue acoplando progresivamente hasta convertirse en el delantero del campeonato. Así como el equipo fue escalando, Chucky aceleró y, con los dos goles de ayer, desplazó a Scocco, que llevaba largo tiempo como máximo anotador del Incial. El sprint de Ferreyra coincidió con la arremetida de Vélez. Los once tantos del delantero fueron a partir de la 8a fecha (dos a San Lorenzo). Se hizo imparable desde la 13a, al marcar en cinco de los seis cotejos, con la única interrupción ante Boca, cuando no estuvo lejos del gol, sino que falló increíblemente en dos definiciones abajo del arco.
Ferreyra encontró el mejor socio posible en Pratto, siempre generoso para buscarlo. De caderas anchas y un físico que no entra dentro del arquetipo clásico del futbolista, Pratto posee una visión y panorama de juego que mejoran colectivamente a cualquier equipo.
Vélez es presente y futuro, y también historia. Ahí está Fabián Cubero como símbolo, convertido en este torneo en el jugador con récord de presencias, con más de 450 partidos. Batió la marca que Pedro Larraquy tenía desde la década del 70. Una muestra de continuidad y fidelidad a una camiseta que cada vez es menos habitual en un fútbol que lleva a la mudanza constante, a la pérdida de identidad entre jugador y club. Poroto tiene la V grabada en el pecho y puede quedarse tranquilo porque el relevo lo tiene asegurado con la aparición de Peruzzi, un lateral que por condiciones y contextura terminará más temprano que tarde en Europa.
Este nuevo título reafirma a Vélez en la fortaleza institucional y deportiva que fueron resignando otros grandes que últimamente sólo tienen para oponer su mayor movilización de hinchas. Con el Clausura 2011, Vélez ya había pasado a Racing en cantidad de títulos en el profesionalismo. Ahora ostenta 9 coronas contra 7 de la Academia. Y quedó a una de las 10 de San Lorenzo.
En este siglo, sólo Boca (seis vuelta olímpicas locales) y River (cinco) superan las cuatro consagraciones de Vélez. El 13 de noviembre, en ocasión de su flamante condición de puntero, en estas páginas se escribía el título “Para Vélez, transición rima con…”. Aunque conceptualmente parezcan términos antagónicos, sólo Vélez es capaz de conjugar transición con campeón.
LA NACION