07 Dec “Para entender la actualidad hacen falta nuevas ideas”
Por Gustavo Santiago
Sandro Chignola es un destacado investigador de la Universidad de Padua que se dedica a la historia conceptual. Entre sus libros traducidos al español se destaca Historia conceptual y filosofía política (Biblioteca Nueva), escrito en colaboración con Giuseppe Duso. Este año fue invitado a disertar en el coloquio “Configuraciones de vida”, organizado por la Universidad Nacional de San Martín. También participó en el seminario de posgrado “Historia conceptual. La construcción teórica de los conceptos sociales y políticos modernos”, dictado en el Centro de Estudios de los Mundos Eslavos y Chinos (Cemech) perteneciente a la Escuela de Humanidades de dicha universidad. En esta entrevista concedida a adn, el intelectual italiano analiza la situación política actual y expone las líneas centrales de su trabajo como historiador de los conceptos políticos modernos.
-La historia conceptual tiene una larga tradición, en particular en Alemania, que se remonta a los trabajos de Reinhart Koselleck. ¿Cuál es su campo de trabajo específico dentro de ella?
-Me ocupo fundamentalmente de filosofía política y de historia de los conceptos políticos a partir de la modernidad. Lo central de la historia de los conceptos políticos, a mi entender, no es tanto hacer la historia de las palabras, como una historia normal de las ideas, sino trabajar sobre la máquina conceptual de la modernidad política, a través de un análisis del lenguaje político, teniendo en cuenta cuándo comienza a funcionar esta maquinaria y cuándo finaliza. Mi trabajo tiene una doble estructura. Por un lado, realizar un trabajo de tipo genealógico. Ver cómo son producidos los conceptos modernos y cuáles son sus contradicciones fundamentales. Por otro lado, me interesa pensar positivamente esa transición: intentar pensar un nuevo derecho, nuevas instituciones, nuevos procesos de subjetivación. La crisis política es grande. También es grande la crisis del pensamiento político, porque están en crisis las palabras, los conceptos políticos modernos. Pero es eso lo que nos lleva a intentar inventar otros conceptos, otras palabras, otras categorías. Y esto hace que nuestro tiempo sea interesante para los filósofos.
-¿Por qué ese particular interés por los límites de la modernidad?
-Los conceptos son términos de la política, palabras fundamentales. El problema es que Terminus, el dios latino, es el dios del confín, de la frontera. Por eso, analizar los términos de la política quiere decir analizar una experiencia determinada, confinada, que tiene un inicio y, probablemente, un punto final. Un trabajo sobre los términos de la política quiere decir, en un punto, trabajar sobre los confines.
-A propósito del fin de la modernidad no hay entre los especialistas el mismo consenso que existe en relación con su inicio.
-El inicio, claramente, está en Hobbes. La imaginación política de Hobbes hace estallar la noción aristotélica de política, que es la que domina no sólo todo el Medioevo sino también la premodernidad. El “animal político” de Aristóteles, dotado de palabra y con tendencia natural a relacionarse con otros, se transforma en un lobo, una bestia solitaria que recorre su territorio con miedo; la philia , esa amistad que para el pensador griego era fundamental, se vuelve desconfianza. Es esta contraposición la que produce una nueva configuración de la política.
-¿Cuáles serían las características más destacables de esa nueva configuración?
-Por ejemplo, el nacimiento del individuo abstracto y del poder soberano. Los lobos se convierten en sujetos recíprocamente funcionales, indiferentes entre sí, iguales desde una perspectiva jurídica universal sólo porque están atados a un dispositivo que promulga y ejecuta la ley. Es el poder absoluto del soberano el que crea al pueblo y no al revés. Si los lobos pueden llegar a ser sujetos es porque están conectados por su sujeción al soberano. Este sujeto es una persona jurídica. Todos son iguales, porque son sujetos abstractos.
-Ése es el comienzo de la modernidad. ¿Cuáles son los signos en los que usted encuentra su finalización?
-En Hobbes no hay sociedad sin el poder soberano. Es la guerra de todos contra todos; los hombres son lobos de los hombres. Su idea es que el poder hace la sociedad, organiza la cooperación social. Yo pienso que en el capitalismo contemporáneo esto ya no sucede así. La cooperación es cooperación libre, en red. Es imposible manejar la cooperación social cuando la cooperación social produce riqueza, valor en redes. Es como si el poder estuviera retrocediendo, perdiendo la presa. Por eso, pienso que el desafío para los intelectuales es imaginar las instituciones, la forma de política a la altura de esta nueva relación, que no se da solamente del lado del gobernante.
-¿Podemos ubicar su propio trabajo en torno a ese desafío?
-Toda mi labor filosófica, desde hace muchos años, coincide un poco con lo que Foucault llamaba una “ontología de la actualidad”: captar esto que pasa, lo que está sucediendo ahora. Y yo creo que lo que está sucediendo ahora es la crisis de los modos de pensar la política que venimos utilizando desde hace trescientos años y que coincidían con la época del surgimiento del Estado moderno. Hoy, por ejemplo, los flujos de la economía global o los movimientos de las personas están desterritorializados. Hay una nueva articulación entre orden, territorio y derechos. Son estas cosas que caracterizan nuestra actualidad las que nos hacen pensar que estamos entrando en otra configuración de la realidad. Y para entenderla hacen falta nuevos conceptos, nuevas ideas.
-¿Esos conceptos pueden surgir de una relectura de pensadores como Deleuze o Foucault?
-Hay elementos importantes en Deleuze, sobre todo su visión sobre los flujos, la desterritorialización, el nomadismo. También encuentro estimulantes algunos planteos de Antonio Negri. En cuanto a Foucault, uno de sus principales aportes conceptuales ha sido la aplicación del concepto de biopolítica a una ontología de la actualidad. En su momento, él pretendió esclarecer mediante ese concepto el apogeo de las políticas neoliberales. Él hablaba de “gubernamentalidad”. Suponía que habíamos ingresado en una época en la cual el neoliberalismo podía ser pensado en términos gubernamentales y que había una posibilidad de pensar una política de resistencia de tipo gubernamental. Si bien Foucault no llegó a escribirlo de manera muy clara, esto puede leerse en los artículos en los que habla del resguardo de la libertad.
-Con el concepto de “gubernamentalidad” Foucault alude a instituciones y procedimientos que permiten ejercer el poder de un modo específico. Y, según él, no hay ejercicio del poder sin resistencia.
-No sólo eso. Para Foucault, la existencia misma del poder está comprobada por aquello que le resiste. Lo que Foucault ve es que la libertad está tomando una nueva forma, que ya no es la de las formas clásicas de la representación. Responde a otros deseos, a otras necesidades. Por ello ya no se ajusta al esquema abstracto y formal del dispositivo hobbesiano de soberanía. Para Foucault, el emblema de la época de la “gubernamentalidad” es el disidente perpetuo que pretende ser gobernado lo menos posible. Foucault hace el esfuerzo por comprender la relación entre esa forma de libertad y los dispositivos que intentan hacerla gobernable.
-Es allí donde podría surgir una nueva manera de pensar la política.
-Creo que podemos imaginar la política como una elipsis que tiene dos focos. Están los grandes: los grandes oligopolios, las grandes instituciones financieras globales, que son una parte de esta gubernamentalidad. Pero están, por otro lado, los gobernados, que no se expresan políticamente en partidos o en representantes políticos. Toda la contemporaneidad es una gran queja de las dificultades de los mecanismos de representación. Hay desconfianza en la política tradicional. Hay una demanda de democracia radical que no está en los parlamentos, está en los gobernados, que son uno de los focos de la elipsis, que toman una iniciativa política que puede ser muy dinámica y que expresa una idea diferente de la libertad respecto a la libertad puramente privada y negativa, que es la libertad de la máquina política moderna. Es decir que en esta elipsis hay una oposición entre la governance (administración) mundial, global, de riqueza, y el otro foco de la elipsis que es el de los gobernados. Son ellos los que subjetivan demandas, reivindicaciones que son vitales: el medioambiente, la libertad de movimiento de inmigrantes, etcétera.
-Lo que desaparece en esta perspectiva es el papel del Estado.
-Creo, en efecto, que el Estado ha perdido su relevancia. No totalmente. No es tan simple. Pienso que el Estado pasa por una rearticulación de su especificidad política a partir de una perspectiva global. La globalización se sirve del Estado para hacer sus operaciones, como ha hecho en el este de Europa durante la crisis del ex bloque soviético. Es un proceso de reconstrucción del Estado, no que el Estado no exista más. Pero creo que con la configuración de la política actual, se va haciendo progresivamente evanescente.
-Sin embargo, la crisis financiera parece poner de nuevo en escena las diferencias entre los Estados que conforman Europa. ¿Esto no es un llamado de atención sobre una perspectiva globalizante?
-Es cierto que hoy en Europa parece haber un reflorecimiento del Estado. La crisis económica ha reforzado la circulación de lo que Spinoza llamaba las “pasiones tristes”: el miedo, la desconfianza. Y sobre estas pasiones se implementa el poder del Estado. Es una reacción sintomática pero no afecta la cuestión principal. Tenemos crisis en Grecia, en Italia, en España. Pero detrás de esas crisis, ¿hay Estados fuertes? Lo que hay es un proceso de ajuste que tiene que ver con lagovernance técnica de la banca. La pregunta es quién gobierna en realidad. En Europa, sin duda, gobierna el Banco Central. Porque esa institución decide cuánto dinero se destina a la Universidad, a las pensiones, a la salud. Y aquí se deja a un lado totalmente la representación política. Lo importante es posicionarse dentro de esa situación y elaborar instrumentos para pensar la política. Estamos ante una forma distinta de economía, y esto es decisivo. Y estamos ante una crisis del Estado, sobre todo, de su carácter representativo.
-¿Ve, en este sentido, diferencias entre Europa y América Latina?
-Los amigos con los que trabajo y yo mismo vemos con mucho interés lo que está sucediendo en América latina. En especial, la relación particular que encontramos aquí entre los gobiernos y los movimientos sociales, por ejemplo, en Venezuela o en Bolivia.
-Pero en esos países no parece haber un proceso de debilitamiento del Estado. Al contrario, parece haber un movimiento de recuperación del control de la economía por parte del Estado.
-Creo que eso es imposible. El Estado sólo puede funcionar dentro de una realidad sistémica que es conducida desde otro lugar pero que utiliza el Estado, de tanto en tanto, para organizar formas de acumulación y de circulación periféricas. No obstante, el Estado poco puede hacer en un sistema globalizado en el que los flujos económicos, inmateriales, digitales circulan de un lado a otro. Esos intentos no pueden sustraerse al proceso global. En América latina se están haciendo experiencias interesantes. Pero creo que estamos en una zona, en un punto de pasaje epocal, que es muy importante. Y en todo punto de pasaje importante el proceso está marcado por una fuerte ambivalencia: por un lado, perduración de aquello que es puesto en crisis, en este caso el Estado, y por otro, los procesos de innovación que pueden surgir de esa crisis.
LA NACION