12 Dec El caso de Kweku Adoboli, el último operador de bolsa condenado a prisión
Por Jane Croft
Hace casi cinco años, una amiga de Kweku Adoboli le envió un email sobre Jérôme Kerviel, el operador de bolsa que por medio de un fraude había provocado una pérdida de 4.900 millones de euros al banco francés Société Générale.
Sarah Moore le dijo que veía interesantes similitudes con la vida de Adoboli, y agregó: Por favor, no permitas que lea sobre vos en los diarios. Algo así, aniquilaría por siempre mi fe en la naturaleza humana. Sus comentarios fueron increíblemente proféticos.
Nueve meses después, en el banco UBS Adoboli (que nació en Ghana y estudió en Inglaterra) se embarcaría en un sendero similar al que había tomado Kerviel: comenzó a tomar posiciones sin cobertura y expuso a la entidad bancaria a enormes riesgos. Terminó haciéndole un agujero de u$s 2.300 millones, la pérdida por fraude más grande de la historia británica.
Motivado por su deseo de ser un operador estrella, Adoboli logró que durante más de tres años el banco suizo no descubriera su engaño.
Los fiscales lo describieron como un experto estafador y un apostador imprudente (recurría a adelantos de sueldo y haciendo apuestas financieras acumuló pérdidas por 123.000 libras en su vida personal), que también realizaba operaciones fraudulentas con el dinero del banco, engañando a la institución con deliberadas, detalladas y sofisticadas mentiras.
Sus actividades terminaron recién en septiembre del año pasado, cuando envió un email, que cayó como una bomba, en el que confesaba su accionar en UBS.
La noticia no podría haber llegado en peor momento para UBS, que estaba flaqueando en sus intentos por reconstruir su banca de inversión. Su casi quiebra durante la crisis financiera, cuando pasó a pérdida u$s 50.000 millones en préstamos hipotecarios incobrables, fue seguida de una prolongada investigación para determinar si había ayudado a clientes ricos de EE.UU. a evadir impuestos, mientras que al mismo tiempo quedó implicado en el escándalo por la manipulación de la tasa Libor. Al igual que Kerviel, su engaño empezó de a poco. Cuando tuvo una pérdida de u$s 400.000 en una operación de octubre de 2008, optó por esconderla en vez de avisarle a su gerente. En 2009 y 2010, Adoboli empezó a hacer operaciones más grandes.
El financista admitió en el juicio que había operado muy por encima de sus límites de riesgo autorizados y que había hecho anotaciones contables ficticias para ocultar sus verdaderas posiciones.
En agosto de este año, el back office del banco empezó a interrogarlo por discrepancias en sus operaciones. Un contador de UBS, William Steward, había alertado sobre una diferencia de u$s 3.570 millones en los libros contables.
Al crecer las dudas de ese sector del banco, el 14 de septiembre Adoboli desde su casa envió un email confesando y asegurando que nadie más estaba implicado en el fraude. Fue arrestado en las primeras horas del día siguiente.
Mientras Adoboli inicia su condena a siete años de prisión y UBS trata de reparar su golpeada reputación, el caso ofrece un aleccionador recordatorio de cómo los empleados deshonestos pueden explotar un sistema en el que los oficiales, aún asumiendo altos riesgos, son recompensados con enormes gratificaciones.
El caso oscureció aún más la reputación del sector de servicios financieros de Londres, que este año fue escenario de una serie de escándalos bancarios, como la manipulación de la tasa Libor, los seguros vendidos en forma deshonesta y las acusaciones de lavado de dinero proveniente del narcotráfico mexicano.
EL CRONISTA