Juan Espil: adiós a las armas

Juan Espil: adiós a las armas

A casi siete meses su retiro, recordamos al mejor tirador de la historia de la Liga Nacional de Basquet.

Por Darío Palavecino
El 19 de abril, Juan Espil se despidió con el reconocimiento propio y merecido de quienes se ganan un lugar en la historia: con el aplauso de más de 5000 personas de pie que corearon su nombre a dos minutos del final del quinto partido de los cuartos de final que su equipo, Bahía Estudiantes, perdió anteanoche ante Peñarol. Y aplaudían sus últimos rivales…
En la cancha, la noche no lo trató como se lo merecía. Fueron tres puntos y 0 de 4 triples. La planilla personal del partido es de esas que, hechas un bollo, preferiría lanzar y olvidar en el cesto de basura. Porque eso nada tiene que ver, a los 44 años, con los 24 de carrera que dejó atrás.
Se fue primero con brazos en alto y, luego, la palma derecha golpeando sobre su corazón antes de apuntar con el dedo índice a ése codo de la tribuna del polideportivo Islas Malvinas, hasta donde llegaron unos 300 bahienses, quizá no tan tentados con el milagro de seguir en carrera en esta Liga Nacional sino dispuestos a ver por última vez en la cancha a una de las glorias aportadas por la cuna del básquetbol argentino.
Como ese hincha que le colgó una bandera en la que se leía: “Juan #10-Respeto-Esfuerzo-Dedicación”. “Creo que es un premio a haber hecho las cosas bien, a una carrera en la que siempre intenté ser mejor y en la que dejé todo de mí en cada juego”, dijo a La Nacion apenas sellada la eliminación de su equipo.
El sueño, claro, era otro. Quería repetir esas mágicas noches de los últimos días en Bahía Blanca, donde su mano caliente y cataratas de triples pudieron remontar una serie que habían comenzado 0-2 en Mar del Plata. Fue como si algo dentro suyo lo empujara, negándose al retiro. En el tercer y el cuarto juego anotó 21 puntos en cada uno para ganar y poner la serie 2-2. “Sabíamos que para eliminar a Peñarol había que jugar perfecto, como en casa, pero nada salió como esperábamos”, describió anteanoche.
A falta de cinco minutos ingresó por última vez y a 2m14s del final, embocó el libre con el que cerró su carrera. Una trayectoria que completó casi sin lesiones y con un estado físico admirable. Hace un par de años, Manu Ginóbili publicó en Facebook una foto que se sacó con Espil y comentó: “Me encontré con uno de los mejores jugadores de la historia de nuestro básquet, don Juan Espil. La verdad que da un poco de bronca que mi ídolo de la adolescencia parezca más joven que yo”.
Cómo hizo para estirar su carrera es un misterio que nadie sabrá resolver. Hace unos días, su compañero Pepe Sánchez escribió en su blog: “Siempre es el primero en retirarse después de un entrenamiento o partido. O sea, no usa hielo, ni masajes, ni estiramientos musculares (todo eso lo hago yo, por ejemplo, y tardo entre 30 y 40 minutos hasta que llego a la ducha). Para cuando salgo del vestuario Juan ya esta pidiendo el postre junto a Mara, su mujer. No toma vitaminas, ni ingiere licuados de proteínas, ni nada… ¡Sólo una ducha caliente!”
Pepe Sánchez es su aliado y ladero junto con un grupo de gente que empieza a templar la sangre de una ciudad que había perdido peso en el deporte que era su luz y bandera. ¿Cómo sigue la aventura? ¿Ser técnico? Descartado. Lo que más lo convence es ser director deportivo de Weber Bahía Estudiantes y a eso dedicará, de ahora en más, todo su esfuerzo. Siente que es una misión que se debe y vale la pena. “Se nos estaba cayendo esa tradición basquetbolística de Bahía Blanca y de la mano de este proyecto comenzamos a recuperar protagonismo y el acompañamiento de la gente”, explicó.
Dejar las canchas para siempre, admite, era un pedido que, desde hace tres o cuatro años, escuchaba cada vez más seguido en su casa. En especial, dice, de parte de su madre. Pero él, apasionado y entero desde lo físico, siguió hasta aquí. “Me voy muy pero muy tranquilo porque uno sueña con terminar bien su carrera, haciendo un buen papel, y creo que lo he conseguido”, repite sin soltar la pelota de su último partido, entregada como reconocimiento por el plantel de Peñarol.
Sin llorar, al menos en público, quiso reconocer a todos quienes lo acompañaron a lo largo de su carrera. Desde los más íntimos hasta sus compañeros en cada escala deportiva. Los que estuvieron en las buenas y en las malas porque, como admite, hubo “momentos divinos y momentos muy duros. Es en esas instancias difíciles cuando hay que ser fuerte para levantarse y creo que siempre supe afrontar esos escollos para salir adelante”, cuenta Espil y le da valor a cada triunfo y cada título. “Los campeonatos no son para cualquiera”, sostiene.
No se cansa de agradecer al premio que para él significó la gratitud y respuesta de la gente del básquet en cada una de las canchas que le tocó pisar en los últimos cuatro años, desde que regresó de Europa. Le da un valor especial porque siente que, por característica del público argentino, hay tendencia de hacerle sentir la localía al que llega como visitante. En su caso aparece la excepción: dice que en todo el país el recibimiento que le tributaron fue maravilloso y en Bahía, “fantástico”.
“Irme del básquet en una ciudad como Mar del Plata y con semejante reconocimiento de la gente es lo más valioso que me llevo de esta carrera”, explica el hombre que vistió la casaca argentina, que jugó dos mundiales y un Juego Olímpico. Y que siente, además, contribuyó a abrir un camino que luego se traduciría en títulos grandes. “Creo que le empezamos a marcar el rumbo a la Generación Dorada. A un nuevo horizonte y lugar en el mundo para el básquet argentino”, aseguró.
Ahora que dio un paso al costado, se puede recordar al tirador imparable que junto con el Gallo Pérez destrozó redes para ser campeón con GEPU en 1993, o al rival enjundioso que no se daba nunca por vencido, como aquel que jugando con Atenas en 1996 estiró hasta el séptimo juego una serie final con Olimpia, en la que seguía metiendo triples uno tras otro cuando el marcador y el reloj le indicaban que dar vuelta la cosa era imposible.
También tiene cientos de instantáneas con la selección. ¿Cuál elegir? La bandeja volada tras evitar una tapa de Michael Jordan en Portland 92, en el primer duelo de la Argentina contra el Dream Team ( www.youtube.com/watch?v=maISB2I52c4 ), o la tremenda actuación con 27 puntos a los NBA en Atlanta 96.
Después de más de veinte años de carrera se abraza a ese puñado de recuerdos. A esas citas inolvidables con la celeste y blanca. A la Copa del Rey que ganó en Europa. A la chance que este deporte le dio para estar cara a cara ante figuras gloriosas como Magic Johnson y Michael Jordan. Y, por sobre todo, a esa ovación que baja espontánea de las plateas del polideportivo. Bahienses y marplatenses unidos en un largo aplauso que premia a un inolvidable Juan Espil.
LA NACIÓN