10 Nov Graduados, en anestesia, y sin poder amar
Por Patricia Slukich
La moda le está pasando factura a la construcción cultural. Y, totalmente ignorantes de esto, felices con la posibilidad de rememorar lo que fuimos (o, mejor dicho, nos hubiera gustado ser), los argentinos de edad media (entre 30 y 50) nadamos cada noche en las aguas del pasado ‘teen’ que nos propone “Graduados”, su música, sus yeites, sus ‘ideales’. Y, no contentos con la experiencia, después buscamos cuanta marca ‘vintage’ pueda nutrirnos la cotidianeidad: las fotitos de Instagram, los suecos de corcho y los ‘palazzo’. ¡Y dale que va!: que hay que vivir el presente, que hay que disfrutar el ‘ahora’, que el ‘mañana’ no existe.
Y que, según nos han adoctrinado desde la industria (que todo lo toca: hasta a la quinoa o la soja de los vegetarianos), “todo tiempo pasado acuna lo mejor de nuestras vidas: la adolescencia”. Lo que nadie nos insta a pensar es que en aquel lindo ‘ayer’ que hoy se nos ofrece, tentador y dorado (no sabemos de caducidades), sucedieron cosas bien drásticas. A nivel ‘macro’, entre otras cosas, el Muro de Berlín marcó el rumbo de la hoy esplendorosa globalización; y el arbitrio de los mercados como instancias únicas para dirimir hechos colectivos.
A nivel ‘micro’, la cancelación de ‘lo íntimo’ como posibilidad de resguardarnos; la fragmentación del afecto como único modo posible de relación (el compromiso es una amenaza que pocos pueden soportar).
El pensador francés Alain Badiou, arduo analista de las políticas económicas y políticas, escribió un libro ‘revelador’ para estos tiempos (“El ser y el acontecimiento”): reflexiona sobre el tema del amor como “una categoría de la verdad y al sentimiento amoroso como el pacto más elevado que los individuos puedan plasmar para vivir”. Para él hoy, la verdadera revolución, es amar. Y lo explica: “El amor es un gesto muy fuerte porque significa que hay que aceptar que la existencia de otra persona se convierta en nuestra preocupación.
Mi idea sobre la reinvención del amor quiere decir lo siguiente: puesto que el amor se refiere a esa parte de la humanidad que no está entregada a la competencia, al salvajismo; puesto que, en su intimidad más poderosa, el amor exige una suerte de confianza absoluta en el otro; puesto que vamos a aceptar que ese otro esté totalmente presente en nuestra propia vida, que nuestra vida esté ligada de manera interna a ese otro, pues bien, ya que todo esto es posible ello nos prueba que no es verdad que la competitividad, el odio, la violencia, la rivalidad y la separación sean la ley del mundo. El amor está amenazado por la sociedad contemporánea.
Esa sociedad bien quisiera sustituir el amor por una suerte de régimen comercial de pura satisfacción sexual, erótica, etc. Entonces, el amor debe ser reinventado para defenderlo. El amor debe reafirmar su valor de ruptura, su valor de casi locura, su valor revolucionario como nunca lo hizo antes”.
Es que en “Graduados”, o en las chicas liberales de la tele, o en los amores que no resisten más de una vacación, o una salidita de fin de semana, como proyecto: ¿hay algo de todo este extraordinario planteo que formula Badiou? ¡Claro que no! Porque, como fieles habitantes de la aldeíta global, ingenuos y púberes, creemos que la ‘revolución’ está en las pancartas vegetarianas, pro-animalistas, de partidos políticos o de pseudo-intelectuales. No, amigos: no es desquiciado pensar, en estos tiempos de seres nihilistas, que el amor – ‘al otro’- es lo único que puede salvarnos. Y no hablamos de ese pseudo-amor que nos vende “Graduados” (el de novela) sino de uno que nos impone el mayor desafío: la intimidad, el compromiso, la entrega. Un amor en nada domesticado.
LOS ANDES