22 Oct Shame o la realidad del neurótico
Por Antonio Las Heras
Con dirección del cineasta inglés Steve McQueen, coautor del guión con Abi Morgan, se estrenó el largometraje (101 minutos de duración) SHAME, al que aquí (en la Argentina) se le agregó “sin reservas” como subtítulo, tal vez en un acto fallido, pues, como después veremos, si de algo se trata es de la historia de quien tiene todo reservado, dando vueltas en su mente sin permitirse llevarlo al acto.
La promoción del film afirma: “Brandon es un neoyorquino de treinta y pico de años con dificultades para la intimidad con las mujeres pero al mismo tiempo es adicto al sexo y tiene relaciones compulsivamente. En general, siempre citas ocasionales o romances condenados al fracaso de antemano. Cuando Sissy, la caprichosa hermana menor de Brandon y una prometedora cantante, aparece en su casa sin previo aviso y se instala allí, su estilo de vida tan particular y aislado, colapsa y al mismo tiempo, afloran recuerdos del doloroso pasado familiar en común. Tratará de escapar de los reclamos de su hermana y de las memorias que le trae, hundiéndose en lo más oscuro de Nueva York”.
A mayor abundamiento, el jueves 26 de abril, el diario La Nación publica un comentario de la película donde el cronista afirma: “…se propone como una despiadada e implacable exploración de la sexualidad, del consumo, de la descontención y de esa angustia que corroe el alma, síntomas todos que definen a estos tiempos modernos.”
A nuestro juicio la película describe otra cosa y es lo que sucede en la mente del protagonista –Brandon– mientras viaja rumbo a su trabajo en un subte. Casi todo el relato del film es del orden de lo imaginario; onírico podríamos decir. Por eso no es de extrañar que algunos espectadores hayan afirmado:
“La película recurre al exacerbado uso de planos secuencia largos, por momentos su exceso hace que se pierda la intensidad de la escena; y esto sucede varias veces”.
“La fui a ver el día del estreno: le tenía mucha fe, pero salí desilusionado. Bastante aburrida, y las escenas de sexo no son nada del otro mundo.”
“No tiene un desarrollo bastante lógico.”
Esta gente advirtió que había “algo” que no terminaba de cuajar.
Escenas que una y otra vez parecen fuera de la realidad. Brandon, que encuentra a su hermana desnuda en la bañadera y conversa con ella –que está de frente y de pie– como si nada. Una inexplicable relación entre él y su jefe que semeja más al vínculo entre un padre y un hijo poco despierto. Donde el hijo hace las veces del payaso (Arquetipo del Bufón, en la clasificación junguiana) y el padre es quien concreta con las mujeres a quienes Brandon pretende seducir. A tal punto que es su jefe quien a pocos minutos de conocerla ya tiene sexo con la hermana de Brandon, quien después la observa haciéndolo apoyada sobre un enorme ventanal del lujoso edificio en que reside su jefe/padre. El protagonista aparece varias veces de rodillas, llorando o implorando, en medio de una avenida y ningún transeúnte o automovilista lo nota. Diálogos inexplicables, como cuando el protagonista –sin necesidad– busca humillar a un hombre delante de la mujer que es su novia. El intento de suicidio de su hermana que –acorde a la escena con despliegue de tanta sangre ya está muerta– y que, empero, aparece viva en el hospital para sólo decirle: “idiota”. Un encuentro homosexual, repentino, en un sitio que parece tomado de la película “Irreversible” (del argentino Noé, radicado en París)[1]que también persigue indagar lo que ocurre en el pensamiento del protagonista y, de pronto, de nuevo Brandon, esta vez rodeado de dos mujeres exóticas con quienes mantiene variada sexualidad. Todo aparece muy irreal, sobre todo cuando un par de días antes, aún muy excitado quedó impotente para responder al deseo de otra mujer exótica que era una de sus compañeras de trabajo.
Pensar las escenas del film conduce a deducir que lo que se está viendo no ocurre; salvo que fuera un sueño. Acrecentado esto por ciertas idas y vueltas en el tiempo que aparecen después de la primera mitad del film.
Y así es. Si los pensamientos obsesivos (y llenos de temores) del neurótico pueden analizarse cual si fueran sueños –como lo sostuvo Carl G. Jung– es lo que corresponde para entender SHAME.
La clave está en observar que los primeros minutos muestran la vida real de Brandon: el protagonista inicia el día en su departamento donde reina la prolijidad, desayuna, se masturba bajo la ducha, asciende al subte. Hasta que ve a una mujer que también lo mira sentada en el vagón del lado de enfrente. En ese instante comienza lo onírico. O lo que es lo mismo, el mundo de pensamientos de Brandon. La muchacha lo mira, lo seduce con su rostro y comienza a masturbarse apenas discretamente. A su lado –en la imagen– hay un pasajero que observa por el rabillo del ojo y parece darse cuenta de lo que está ocurriendo. El espectador se pregunta si hará algo. Pero no. El vagón está lleno de personas mas ninguno presta atención a lo que sucede. Muy raro, por cierto. Salvo que sólo esté ocurriendo en la mente del protagonista.
La joven mujer se coloca próxima a la puerta dispuesta a descender y la imagen muestra su mano –con un anillo llamativo– que toma un pasamanos. La escena se detiene lo suficiente para indicar al espectador que hay una clave allí. La mujer desciende y el protagonista la sigue. Pero la pierde… cual si se hubiera disipado en los andenes.
Desde ese instante comienzan a ocurrir todos esos sucesos que el espectador comprende que no pueden estar ocurriendo en realidad. Que provocan angustia, ansiedad, irritabilidad, molestia.
En los instantes finales del film el protagonista está de nuevo en un vagón de subterráneos. La cámara muestra a la misma mujer del comienzo, quien apenas parece regalarle un par de miradas a Brandon. Se levanta, agarra el pasamanos para salir. Vuelve a verse su anillo. El protagonista esta vez no va a buscarla, ni siquiera deja su asiento. La película termina.
Todos esos excesos sexuales nunca existieron fuera de los pensamientos de Brandon. Como todo neurótico obsesivo piensa hasta el hartazgo sobre lo que haría, sobre lo que ocurriría si hiciera lo que piensa que haría y sobre las conveniencias o no de hacerlo. Y, por supuesto, no hace. Lo que si hace es lo que se muestra al principio del film: masturbarse. Si a algo da rienda suelta Brandon es a sus pensamientos. Y en ellos aparecen sus miedos. Analizado desde la Psicología Junguiana el protagonista es el candidato a Héroe Solar que no ha podido liberarse de las ataduras parentales. En un momento su hermana le dice que si todo lo que tiene es un departamento y un trabajo no tiene motivos para vanagloriarse pues carece de libertad. Aparecen los conflictos con la autoridad paterna simbolizada en su sujeción al jefe. El temor a no poder actuar como varón cuando no consigue penetrar a su compañera de trabajo quien lo seduce desde tiempo antes. El incesto se atisba en varias escenas. La hermana que se muestra desnuda sin pudores ante sus ojos. Él, que lleva un bate de béisbol al entrar al baño. Ella, que se mete en su cama buscando dormir juntos pero el protagonista, en evidente gran lucha, la echa del dormitorio. La ambigüedad típica que lo lleva a imaginar una escena homosexual y de inmediato –para contrarrestar, diríamos– otra con dos mujeres donde la cámara lo exhibe esforzándose por penetrar y penetrar más y más.
Todo queda en la mente, parecen decirnos el director y el guionista. Nada hay desmedido aquí fuera de las posibilidades de imaginar, pensar, temer, desear. El movimiento está simbolizado por el subterráneo que, dicho sea de paso, muestra a las claras que los hechos están sucediendo en lo profundo; es decir, lo inconsciente.
Y, en ese sentido, es bien cierto que la película refiere a una realidad actual. La de no hacer lo que se siente. La de temer lo que se piensa. La de sentirse un monstruo por dentro. La del rechazo a la búsqueda de la autenticidad. La de quedarse en el pensamiento tipo noria, que da vueltas y vueltas sobre sí mismo y, masturbatorio al fin, no puede convertir en actos aquellas cosas que desearía vivir. A fin de cuentas, eso que quisiera poder hacer es –a la vez– lo mismo a lo que tanto temor le tiene, que de sólo suponer hacerlo le provoca espanto y le hace creer que lleva un monstruo dentro.
EL SIGMA