06 Oct Salta, belleza en plenitud
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Por Ariel Duer
A Salta siempre se la conoció como “la linda”. Y es claro que sabe cómo aprovechar este atributo para atraer visitantes de todo el mundo. No en vano, su eslogan de promoción es tan simple como contundente: “Tan linda que enamora”. Claro que para sostener cualquier romance a largo plazo se necesita que la belleza no sea superficial y, sobre todo, que sorprenda.
Salta cumple con ambas condiciones: sus habitantes, sus pueblos y rincones mágicos, y sus tradiciones están colmados de un encanto que completa la belleza de sus paisajes, tesoros arquitectónicos y escenarios naturales. Ellos, a su vez, ofrecen un rostro distinto e igualmente atractivo en cada una de las regiones en las que se divi¬de su geografía. Salta es linda por dentro y por fuera. Y lo es en sus distintas facetas, durante todo el año, en su naturaleza exuberante y en su rica cultura.
Horizonte multicolor
Consolidada desde hace más de una década como un destino que convoca a los viajeros de las más diversas latitudes -a partir del desarrollo de una infraestructura de primer nivel y la diversificación de alternativas hoteleras, gastronómicas y de servicios, a tono con los requerimientos más exigentes-. Salta se potencia año tras año. Montañas, selvas, llanuras, quebradas y valles se suceden a lo largo de su territorio, albergando ciudades históricas y pequeños pueblos donde el folclore conserva costumbres que datan de los tiempos precolombinos. Las delicias de la cocina local (con especialidades como locro, tamales y humita en chala), sumadas a la cambiante vegetación y a una fauna autóctona donde mandan, entre otras especies, las llamas, ovejas y vicuñas, completan el entorno.
Entre sus propuestas se destaca el Tren a las Nubes, uno de los ferrocarriles más elevados del mundo, que parte de la ciudad y atraviesa el Valle de Lerma y la Quebrada del Toro hasta llegar a la Puna. En su tramo final, llegando a San Antonio de los Cobres, alcanza los 4.220 metros de altura.
La capital provincial, fundada en 1582, sobresale por su arquitectura de estilo colonial. El Cabildo, el monumento a Güemes (máximo procer local), el Convento de San Francisco y el cerro San Bernardo -al que se accede mediante un teleférico- son algunos sitios que merecen conocerse. El Museo de Arqueología de Alta Montaña (MAAM) exhibe las momias de los llamados “niños del Llullaillaco”, halladas en 1999 en dicho volcán y conservadas por el frío en perfecto estado, a 6.700 msnm, durante cinco siglos.
Milenaria y vertiginosa
Cafayate, en tanto, sorprende por sus imponentes pai¬sajes, situados en el corazón de los Valles Calchaquíes, y por sus viñedos de primer nivel, abiertos al público para conocer el proceso de elaboración y degustar algunas de las cepas características de la zona. Además, en Salta es posible practicar deportes de aventura, recorrer el Parque Nacional Los Cardones y descubrir pequeños pueblos ancestrales como Cachi, con construcciones que datan del siglo XVIII.
En los alrededores de la capital, la bucólica villa veraniega de San Lorenzo invita a relajarse con actividades rurales, cabalgatas y paseos al aire libre. Por su parte, el dique Cabra Corral constituye el ámbito ideal para la práctica de deportes náuticos.
Campo Quijano y Cerillos son otras localidades del Valle de Lerma habitadas por gauchos, poetas y músicos que dan vida a un ambiente libre de vértigo urbano. La Puna, a su vez, combina poblaciones que mantienen vivos los rituales precolombinos y el culto a la Pachamama, como San Antonio de los Cobres y Tolar Grande, con paisajes cambiantes que van desde lagunas repletas de flamencos y vicuñas hasta volcanes, estepas e inmensos salares como las Salinas Grandes, un desierto blanco en el límite con la provincia de Jujuy. En Santa Rosa de Tastil se pueden ver restos arqueológicos de tribus indígenas.
En armonía natural
Selvas frondosas, ríos, reservas naturales, mercados artesanales y diversos sabores autóctonos cautivan irremediablemente. Las callejuelas empedradas de Iruya, un pueblo detenido en el tiempo y suspendido entre afilados barrancos, contrasta con las formaciones rocosas de los Valles Calchaquies. Mientras que el recorrido, hacia el sur, depara más sorpresas como las ruinas de los indios Quilmes, los cerros multicolores, las casas de adobe y los viñedos y bodegas de Cafayate, donde la cepa blanca de torrantes halla su clima ideal. Entre paisajes y vestigios de antiguas civilizaciones, naturaleza y cultura se funden en perfecta armonía. Y la belleza se despliega en su mejor versión.
REVISTA CIELOS ARGENTINOS
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