Pato, polo y ahora también pasta en Las Heras

Pato, polo y ahora también pasta en Las Heras

Por Silvina Beccar Varela
Además de ser conocida como la Capital Nacional del Pato, Las Heras, a 70 kilómetros de Buenos Aires, devino en la Capital Nacional de la Pasta, y hace dos temporadas que Dolli Irigoyen apadrina el evento del pueblo que la vio comenzar con su actividad culinaria. A fines de abril o principios de mayo -no siempre cae igual-, cada restaurante ofrece un plato de pastas a precios accesibles, y además hay espectáculos, clases de cocina y juegos infantiles, entre otras actividades.
Nacida en 2011 con la intención de revalorizar el tradicional ritual familiar de la pasta hecha en casa y compartida entre los afectos, la fiesta nacional es la mejor manera que encontró Las Heras para mostrarse al resto del país cómo una comunidad que conserva sus costumbres, pero que a la vez ha desarrollado una importante actividad comercial e industrial: es cuna del nacimiento y desarrollo de la famosa Pastalinda (tradicional máquina de hacer pastas) que abuelas y madres supieron tener como uno de los objetos más preciados de sus cocinas.
Además de fideos y ravioles, esconde misterios rigurosos como los murales del pintor Antonio Berni, en la capilla del Instituto San Luis Gonzaga, abiertos durante la semana, de 9 a 17, y con reserva previa los fines de semana. Realizados en 1981 en acrílico, La Crucifixión y El Apocalipsis se imponen por su calidad y tamaño a ambos lados del altar.
También se puede visitar el Museo de los Tres Carlos, nombrado así por el talabartero Carlos Chiappa en honor a su padre y su abuelo, de quienes había heredado el oficio. Actualmente su viuda, Ana Trotti, recibe a los visitantes que lleguen hasta allí a ver la historia del pueblo en herramientas, fotografías, muebles y piezas de talabartería que también se venden: están ampliándose con un galpón más.
Desde que Las Heras es la Capital Nacional de la Pasta, todos los restaurantes las preparan también: Bon Apétit, frente a la plaza en la calle principal; Matute, donde su dueño Juan Prado recomienda también las deliciosas picadas con productos de la zona y las cazuelas, especialmente la de mondongo (allí mismo, en 2010, una moza asesinó a su amiga al pegarle en la cabeza con una maza para aplastar milanesas).

Por deporte
A 9 km por camino de tierra mejorada, la estancia La Eloisa es una de las opciones rurales, sobretodo para los fanáticos del polo.
Araceli se encarga de que todo funcione a la hora correcta pero no hay dueños presentes: no se trata del tradicional espacio donde el propietario hace de anfitrión del sitio, muchas veces hasta para sentarse a comer; aquí existe más independencia.
La propuesta, de hecho, es otra: estadas más largas y la posibilidad de tomar completa cualquiera de las dos casas, para mayor intimidad, con el anexo de la casa de juegos con lugar para cuatro personas más (la capacidad máxima es de 30 personas). Se ofrecen dos modalidades para la comida: comer lo que sirve la estancia o llevar los alimentos y pedir que los cocinen para uno. Incluso se ofrece el quincho cerrado para 40 comensales para armar reuniones de trabajo o para el asado de los domingos.
La primera de las casas, en estilo inglés de los años 60, posee cinco habitaciones en suite, un importante salón comedor, cava y sala de televisión. A 200 metros, la segunda propiedad tiene 4 cuartos con baño compartido, uno de los cuales posee chimenea, más el living con amplios ventanales. Frente al casco principal, un antiguo aljibe funciona como frigobar apenas asoma el verano.
Una cancha de golf amateur sobrevive entre las 10 hectáreas de parque de La Eloisa: sirve para despuntar el vicio de los fanáticos o aprender sin ser mirado. Los interesados reciben palos y pelotas, o bien llevan su propia bolsa y carrito para trasladarse por los links a su propio aire, sin caddie.
Un poco más allá, los boxes albergan los caballos de polo y otros en pensión. Los empleados y sus dueños se encargan de varearlos y prepararlos para las prácticas o las clases, que se cobran aparte.
El paquete para los extranjeros en temporada incluye la posibilidad de jugar, aprender y ver alguno o los tres partidos de la Triple Corona. No se aceptan niños menores de 12 años.
LA NACION