Mario Gómez: el torero alemán que baila con el gol

Mario Gómez: el torero alemán que baila con el gol

Ariel Ruya
La vida era una cárcel de puertas abiertas durante la España franquista. A José Gómez le costaba respirar: el aire no era puro. Su sueño de libertad familiar no era majestuoso, apenas un canto de primavera. Quería vivir de la naturaleza, ver crecer las flores cada mañana. Abandonó Albuñán, un pequeño poblado de Granada, y cruzó la frontera a mediados de los combativos años sesenta. Cambió las pesetas por los marcos, transformó el encierro al aire libre por la cultura del trabajo, el silencio y la conducta. Su vivero floreció tanto que tiempo más tarde, navegaron por los mismos mares su mujer, Torcuata, y sus hijos. Los Gómez aprendieron alemán en Stuttgart. Su cultura, sus raíces, también su lado oscuro. Pepe, uno de sus hijos, sangre latina, se enamoró a primera vista de Christa, típica germana de frialdad atrapante. De esa pequeña historia nació Mario Gómez, en Riedlingen, una zona de apenas 10.000 habitantes. El gran artillero, el torero alemán disfrazado, en forma imaginaria, con las capas rojas del gol.
Súper Mario es un atrevido: con 12 tantos, es un entrometido entre los 14 de Leo Messi y los ocho de Cristiano Ronaldo en la magnética Champions League. En el tiempo agregado, con un toque debajo del arco (la especialidad de su casa), desniveló el 2-1 de su Bayern Munich contra Real Madrid días atrás; mañana tendrá el desquite contra el club, según se cuenta, de sus amores de juventud. “Por este tipo de partidos es por lo que todos amamos el fútbol”, cuenta hoy, con su sofisticada sensibilidad germana, suerte de vengador anónimo que ensaya privar al mundo de la final que todos desean. “Estoy emocionado. Quiero saltar a la cancha”, asume el gigante de corazón partido. No es un improvisado: 40 tantos en la temporada (25 en la Bundesliga) repartidos desde la cabeza, de puntín y de arremetida. No le pidan flores: para eso estaba su abuelo. Sus conquistas son celebradas como un torero: el imaginario movimiento de brazos para evitar la cornada.
Mario tiene la doble nacionalidad: es español en el corazón y alemán en el documento. Aunque su vida es la de un típico hombre detrás del muro: de chico soñaba con repetir los goles de Miroslav Klose en el seleccionado. Parte del nuevo siglo alemán: más humano.
De pequeño, estudiaba por las mañanas y pateaba por las tardes. El poblado lo elegía primero en los picados de los años noventa: metía goles hasta con los ojos cerrados. En Stuttgart marcó 63 en 121 partidos y fue campeón de la Bundesliga en 2007; en Bayern Munich anotó ¡84 en 122 encuentros!, con tres trofeos durante 2010. Es un insolente de 26 años que desmiente la metáfora de que el fútbol es aquello que sólo representa a la Pulga y a Cristiano. Gómez, sin embargo, es tímido y familiar. Si los goles son todos suyos, las luces son para otros. Por eso sigue con Silvia, su novia de toda la vida, mientras sus colegas cambian de amores como de corbatas. Y en sus tiempos libres supervisa un restaurante que lo mantiene ocupado con futuros anhelos de empresario gastronómico. Grandes autos, grandes casas, perfume para las damas ocasionales. Súper Mario acepta el juego, pero no se vende. “Soy el mismo de siempre: mis amigos son los que conservo desde los 10 años”, suele contar el Tor… ero. “Tor”, en alemán, quiere decir gol. Su mismo apellido.
Es familiero. La parentela es su lugar en el mundo, mucho más que el área: en su millonaria y recientemente adquirida Villa Mario construyó una mansión para sus padres, para su hermana y para empezar a construir su propia descendencia. Es un romántico, un sentimental, que tiempo atrás estuvo a punto de caerse del diván. Fueron 245 días sin anotar goles, un dolor en el pecho que le privaba el aire.
La depresión lo arrastraba por el campo: un artillero sin gol es como un cocinero sin recetas. Durante largas noches, siguió con estupor las imágenes de los mineros chilenos caídos en desgracia. Uno se llamaba… Mario Gómez. Fueron rescatados todos, los 33… el mismo número de su camiseta. La TV le devolvió lo que le faltaba: la confianza. “Nunca hay que bajar los brazos”, describió, tiempo después de sus tres conquistas en el 3-0 ante Hannover 96 en octubre de 2010. Su caso cruzó el océano: la canciller Angela Merkel le obsequió la camiseta 33 de Bayern Munich al presidente Sebastián Piñera, en un gesto de confraternidad. Mario había vuelto a bailar con el gol, ese grito sublime que no tiene nacionalidad.
LA NACION

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