Manguel: “Quien reflexiona no compra imbecilidades”

Manguel: “Quien reflexiona no compra imbecilidades”

Por Loreley Gaffoglio
Abundaron los aplausos, pero alcanzaron un puñado de palabras, una ristra de conceptos certeros, la evocación del saber socrático y la enjundia literaria de Dante para volver a situar a la literatura en su lugar de privilegio: reubicarla en tiempos de Twitter y de lecturas fugaces y banales como una “patria”, capaz de formar “lectores ciudadanos” y de poner en palabras “la experiencia del mundo”.
Así, la 38» Feria del Libro abrazó anoche uno de sus puntos más altos y vibrantes con la conferencia magistral del escritor, traductor y editor argentino-canadiense Alberto Manguel.
A sala llena, invitado por la Fundación El Libro, Manguel fue el encargado de inaugurar el ciclo “Cómo seguir leyendo”, la primera de tres ponencias sobre la experiencia de lectura en el siglo XXI.
La elección de Manguel, de 63 años, autor de la novela El Regreso y de Una historia de la lectura , entre un sinnúmero de ensayos y antologías escritas principalmente en inglés y en francés, no fue azarosa. Durante cuatro años fue el encargado de leerle ficción a Borges, tuvo una fecunda asociación con el editor de Galerna, Daniel Schavelzon, y trabajó como lector profesional de otras editoriales de prestigio, como Gallimard y Les Lettres Nouvelles en París.
“Por qué el faraón rechazó el regalo del dios o cómo seguir leyendo cuando parece que nos falta el tiempo” fue el título de su ponencia que anoche, presentada por Eugenia Zivaco, en la que abundaron referencias mitológicas, y que suscitó enfervorizadas adhesiones.
“La literatura es esencialmente lo contrario del dogma y consiste en preguntas, no en respuestas. Lo importante es permitir al pensamiento que corra por donde quiera”, abogó, de entrada, al describir la riqueza del libre albedrío de quien se sitúa frente a un texto.
“La palabra debe dejar que las ideas que transporta sigan su corriente, que ejecuten falsas maniobras, que caigan en contradicciones y reveses, que cometan errores. Sin esa fluidez, sin esas indecisiones y retracciones y nuevos inicios no hay pensamiento vivo, no hay creación intelectual, no hay arte”, agregó.
Postuló luego que la mayoría de las comunidades son “sociedades de libro” -aunque la lectura no sea considerada algo esencial, dijo-, ya que hunden sus raíces en un texto fundador que puede ir de la Biblia al Corán, del Martín Fierro al Quijote , o de la Declaración de los Derechos del Hombre al Manifiesto Comunista.
“Ser lector -prosiguió- significa asumir un poder extraordinario: el poder mágico de encontrar en esa biblioteca universal palabras para nombrar nuestra propia experiencia.”
Manguel, no obstante, advirtió que tanto las sociedades de consumo como las totalitarias no alientan un grado de lectura profunda.
Para las primeras, dijo, “un verdadero lector es un mal consumidor, porque puede reflexionar sobre lo que lee, y quien reflexiona no compra las imbecilidades que el mercado nos ofrece”. Para las segundas, prosiguió, “el lector es un mal ciudadano porque puede cuestionar la autoridad narrativa”. Y puso como ejemplo Los versos satánicos , de Salman Rushdie, libro condenado por el Corán sin ser leído. Y, para sorpresa del auditorio, sumó al Quijote , prohibido por la dictadura de Pinochet, “porque promulgaba una defensa de los derechos del individuo”.
El autor de Conversaciones con un amigo se refirió además al desprestigio en el que muchas sociedades sitúan al libro y a la palabra escrita, en aras del endiosamiento tecnológico. Así, diferenció la tecnología de los usos que se le dan a ésta. “El valor del instrumento depende del uso que hagamos de él”, dijo, y alertó “de que nada de lo que leemos en la Red es absolutamente fiable”.
Le atribuyó al “verdadero lector” un tipo de poder especial: el de descubrir en palabras ajenas “nuestros propios temores, pasiones y dichas” y “el de entrever, en todo aquello que el lenguaje no llega a nombrar, la intuición de una realidad que nunca entenderemos por completo, pero que, sin embargo, es la nuestra”.
Esto último es lo que Borges llamaba -recordó- “la inminencia de una revelación que no se produce”.
En el último tramo de su ponencia y evocando a los griegos, cifró en la expulsión de la figura simbólica del poeta la fuente de la ignorancia. “Toda sociedad se define a sí misma a través de prescripciones y fronteras. La tarea de los poetas [de los artistas en general] es transgredir esas fronteras e ignorar esas prescripciones, incitar a revisar las versiones oficiales y cuestionar los dogmas”, afirmó.
LA NACION