21 Oct La (r)evolución silenciosa
Por Laura Mafud
Son tiempos convulsionados, de quiebre, de cambios. De paso de un paradigma a otro. Transición pura, quizá. Y, en el medio, el rol de la mujer como indiscutido protagonista en este trance de época que difícilmente pueda ser entendido en toda su dimensión sin mediar distancia: la familia, el deseo, el alumbramiento, el trabajo.
En poco menos de dos años se recordará el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial, un punto de inflexión en la historia de la Humanidad. No sólo porque, hasta entonces, el planeta no había experimentado un enfrentamiento bélico de tales proporciones sino por sus consecuencias indirectas en distintos ámbitos de la vida cotidiana: movilizados, en total, 70 millones de militares y con un saldo de 9 millones de muertos, la mujer se vio obligada a calzarse la mochila al hombro e insertarse en el mercado laboral para hacerse cargo de la economía familiar mientras los varones batallaban en las trincheras.
Desde entonces, un ascenso sin escalas camino a la emancipación: de los inicios del feminismo a la revolucionaria píldora anticonceptiva en los ‘60; del modelo de secretaria ejecutiva con vocación yuppie que inmortalizó la película protagonizada por Melanie Griffith en los ‘80 a la empresaria multitasking de inicios del siglo XXI; de la mujer que se permite otras prioridades antes que ser madre a aquella que se halla inmersa en la búsqueda de un sano equilibrio entre entorno, marido, carrera, trabajo, hijos, amigas y consumo; de la que anhela igualdad de oportunidades en la casa y en la oficina a la que brega por una vida más sana y la vuelta a los partos naturales en el hogar.
Un universo complejo, inabarcable. Como la mujer misma. Es que la maternidad experimenta su propia (r)evolución. Silenciosa. Profunda. Son, sin dudas, tiempos de replanteos, en los que los roles masculino y femenino necesitan ser redefinidos sin dejar de oír la esencia natural que los caracteriza.
Mandatos alterados
No existe un modelo posible de maternidad sino muchos. En la era de la comunicación en 140 caracteres, convive la madre que trabaja full time -por necesidad o convicción- con la que opta por jornadas part time, junto a la que representa el único sustento en el hogar con aquella que sólo se dedica a la crianza de los suyos.
Sin ir más lejos, uno de los cambios más notorios de los últimos años, consecuencia del avance de la globalización, la tecnología y la inserción femenina en la sociedad, estuvo vinculado al perfil de las familias. “La mayor flexibilización de los roles de madre y padre diluyó, en parte, las marcas propias de la crianza. Hoy necesitamos hablar de familias en plural porque no hay una sola configuración, sino que tienen una fisonomía mucho más abierta y diversa”, observa Susana Mauer, psicoanalista, especialista en niñez y adolescencia. Claramente, este punto impacta en los roles que adoptan tanto mujeres como hombres. “Hoy, en líneas generales, la mujer tiene ganas de progresar en su carrera y la pareja debe conciliar. Más que nunca, se negocia el rol del padre y de la madre”, comenta la psicóloga Beatriz Goldberg.
Así y todo, no resulta sencillo poner en orden las distintas piezas del tablero. Se multiplican los embarazos múltiples; los tiempos de licencia parecen no ser suficientes; no siempre la mujer cuenta con flexibilidad en su trabajo para adaptarse a las demandas de la casa ni dispone del apoyo y acompañamiento necesarios. Las presiones sociales les exigen ser exitosas puertas adentro y fuera del hogar. La Mujer Maravilla y Susanita: atender a propios y ajenos, destacarse, tener tiempo para las amistades, viajar y estar al día con la moda. De modo que la mujer se encuentra tironeada, sobrecargada e inmersa en la búsqueda de equilibrio entre maternidad, proyecto personal y familiar, todo en pos de la construcción de su propia identidad.
“En muchos casos, se produce una fuerte tensión. La mujer está atrapada entre lo que cree y lo que se le vende como deber social”, argumenta la psicóloga Gloria Husmann. Se ve a sí misma entre la mirada que le indica que el hijo se puede criar sin que se sienta culpable por no estar presente y la irritación que le produce verlo como una pequeña distracción que le resta eficiencia. Y, en el medio, la frustración de no poder con todo. “Hay mamás que lloran de impotencia y agotamiento con el bebé en brazos. Hay un tiempo, irremplazable, que es el que necesita ese hijo para estar con su mamá y que necesita, asimismo, esa mamá para estar con el hijo sin sentirse culpable. La mujer que trabaja necesita brindarle tiempo a su hijo cuando vuelve al hogar. Y no es algo mensurable en cantidad de horas sino en calidad. Los bebés tienen una manera maravillosa de reclamar: antes, dormían bastante de noche; ahora, no. Se debe a que perciben que es a la noche cuando disponen de su mamá” comenta Husmann.
Como parte de esta transición de deseos encontrados y días en los que las horas parecen no ser suficientes, surgen otros retos: “Se debilitó el sostén adulto y se desprotegió a los hijos, generando un estado de relativa intemperie y desamparo. El desafío está en buscar un equilibrio entre disponibilidad y presencia. Los límites se construyen, se reconocen y se sostienen desde la coherencia”, dice Mauer. Asimismo, la socióloga Graciela Chiale se refiere a la asimetría que, en ocasiones, caracteriza a los vínculos materno-filiales y a cómo eso conlleva el peligro de que los hijos vean a sus padres como iguales. De modo que, en parte por necesidad de realización profesional y también por el deseo de acceder a bienes, poderes y experiencias, muchas mujeres fueron postergando su ingreso a la maternidad.
Paradoja, quizá, de la modernidad en la que la imagen de la mujer más presente socialmente con un rol más activo va desfigurando la jerarquía de la figura materna.
“Tenemos que atravesar la disyuntiva sobre si se quiere o no tener hijos. Para muchas, ya no es algo necesario y está bien que se den el permiso interno de decidir si quieren o no ser madres. Para ser una mujer realizada hoy no se siente la necesidad de ser madre”, concede Husmann. Pero, para aquellas que sí asimilan lo uno con lo otro, ¿cuál es la solución? Encontrar el equilibrio.
Vientos de cambio
De un lado, mujeres alteradas todoterreno aún en busca de su destino; del otro, mujeres que navegan, contra viento y marea, en pos de una vida más saludable. En los últimos años, viene pisando fuerte una tendencia que se replica en varios órdenes sociales: la vuelta a lo natural.
Algo que se explica desde la creciente búsqueda por parte de los consumidores de una alimentación más sana; pasando por encontrar, a través de lo que se denomina work-life balance, un equilibrio entre la vida laboral y familiar; incluyendo la práctica de todo tipo de técnicas de relajación que conecten cuerpo y mente…
En línea, se viene incrementando la cantidad de mujeres que eligen dar a luz en sus hogares, acompañadas por parteras, familia y hasta amigas, evitando las cesáreas innecesarias así como el uso de analgésicos. Se trata de partos domiciliarios planificados aptos sólo para mujeres con embarazos de bajo riesgo. El tema aún es controversial. Pero, de a poco, gana adeptas.
La Asociación Argentina de Parteras Independientes (AAPI) argumenta las ventajas de esta elección: “Las parteras resultan más seguras en la asistencia; se realizan menos intervenciones y proporcionan una mayor satisfacción a las mujeres que atienden”. Un estudio presentado en mayo pasado por esta institución sostiene que los nacimientos asistidos por estas profesionales, entre 2006 y 2011, dieron como resultado una mortalidad infantil un 19 por ciento más baja, una mortalidad neonatal un 33 % menor y una disminución del índice de bajo peso en el nacimiento del 31 %. “El encuentro inicial madre-bebé es un momento trascendental y necesita un nivel de cercanía intenso e íntimo: cuanto menos esté interferido por el entorno, tanto más se verá facilitada la sintonía que se necesita para aterrizar en esta vida. Los partos en la casa buscan generar climas de mucha concentración, respeto y cuidado por ese ser que está encontrándose con el mundo y con su madre”, observa Mauer. Y agrega: “A veces, con la naturalidad alcanza y otras, se necesitan intervenciones. Las instituciones sanatoriales también ofrecen contención y pueden hacerlo en un buen clima”.
Para los casos de partos planificados en los hogares, existen varios modelos de atención, adaptables según la preferencia del paciente. En países como Canadá y Gran Bretaña, las pacientes son atendidas por dos parteras: una es la profesional de cabecera de la mujer y la otra, su asistente. La primera transita todo el trabajo de parto con la mujer embarazada y atiende el alumbramiento; mientras que la segunda se suma a la labor cuando el embarazo está a término, ocupándose de los signos vitales, de la recepción del recién nacido y de hacer los arreglos para el traslado, en caso de ser necesario. En Holanda, en tanto, la partera va acompañada y asistida por una enfermera. “En nuestro país existen diferentes equipos conformados por dos parteras; una partera y una doula; una partera y un médico pediatra; una partera, un médico pediatra y un obstetra; un obstetra y una partera; un obstetra y un pediatra”, enumera la obstetra Marina Lembo, presidenta de AAPI.
Chiale sintetiza: “Ser madre es un evento maravilloso e irrepetible en la vida de una mujer. Por eso es tan interesante que cada una elija de qué forma vivirlo. Sobre todo porque ahora hay un acento puesto en el rescate de las experiencias más naturales. Esto puede ser una paradoja: el hecho de estar súper estresadas en el trabajo y querer, al mismo tiempo, tener mayor contacto con lo natural”.
Es que, parecería, la mujer aún está en vías de redescubrirse, en tanto madre, amante, jefa y amiga. No obstante, independientemente del mar de dudas, hay un punto en el que coinciden quienes han experimentado la maternidad, aun en tiempos de furia y presiones sociales: la absoluta sensación de felicidad al dar a luz. Todavía, el final del libro está abierto y faltan varios capítulos por escribirse. Porque, como sintetiza Mauer, el vínculo entre madre e hijo es y será un “desafío mayúsculo”.
EL CRONISTA