La actriz que nació para ser Marilyn

La actriz que nació para ser Marilyn

Por Fernando López
Cuando Michelle Williams tenía 9 años, sus padres decidieron abandonar la casa de Kalispell, Montana, donde ella había nacido, y mudarse a San Diego, donde la chica tendría su cuarto tapizado de fotos de sus ídolos más admirados. Allí, en lugar preferencial, estaba Marilyn. No en alguna de las imágenes clásicas tomadas de sus películas ni en una pose sexy de las muchas que adornan las paredes de sus incondicionales fans, sino en una fotografía que la muestra en Roxbury, donde fue a vivir cuando se casó con Arthur Miller, vestida de blanco, descalza y bailando entre los árboles. “Cada uno tiene su Marilyn: ésa era la que yo sentía más próxima”, ha explicado la actriz de Secreto en la montaña , que no hace mucho asumió el compromiso de representar a la mítica estrella en un film de estreno próximo en los cines locales:Mi semana con Marilyn .
“Yo tuve desde chica esa debilidad por Marilyn -ha confesado-. Como tantos otros, fui presa de su magnetismo, por lo que leí sobre ella -la persona y el personaje- todo lo que estuvo a mi alcance, biografías, artículos, ensayos. Quería saberlo todo. No tanto de su extraordinaria personalidad, sino especialmente de su vida antes de convertirse en Marilyn.”
A la actriz de Blue Valentine una historia de amor la fascina la vulnerabilidad que hay detrás de la más glamorosa estrella del cine de su época. “Daba la impresión de tener el cuerpo de una mujer, y la mente y el corazón de un chico inocente: una mezcla verdaderamente embriagadora.” También confiesa que la invitación para personificarla en la pantalla le cayó como un regalo del cielo, a pesar de que inmediatamente supo que iba a desafiarse a sí misma asumiendo el difícil compromiso. Estuvo seis meses deliberando a solas. “Pero al fin -concluye- entendí que había una especie de inevitabilidad, que asumir el papel de Marilyn era el desafío para el cual había nacido.” Quizá porque el film encuentra a la estrella en un momento muy particular de su vida personal y artística. Es la segunda mitad de 1956, cuando está por concretarse un proyecto más que prometedor: la reunión de la reina de Hollywood, recién casada con un intelectual brillante, para rodar junto con Laurence Olivier, el actor más respetado de Inglaterra (y también director del film) El príncipe y la corista , lo que -se descontaba- daría fuerte impulso a ambas carreras. La esperanza era justificada. Pero resultó una temporada bastante desdichada para ellos: Marilyn sentía que Olivier no estaba muy dispuesto a concederle el respeto que ella merecía como comediante; él se exasperaba ante las demoras de la estrella, la fragilidad de su memoria y su devoción por el estilo del Actor’s Studio. Era natural que cuando las cosas comenzaran a no andar tan bien con Miller, Marilyn buscara una contención. La encontró en Colin Clark, hijo de un historiador de arte, que, aunque carecía de experiencia, había conseguido el puesto de tercer asistente del director. El film, basado en su libro, da cuenta de esa relación y expone la frágil sensibilidad de la estrella. Justo el aspecto de Marilyn que más seducía a Williams.
Que ella haya logrado su tercera candidatura al Oscar por este trabajo puede ser un indicio de que su enorme talento alcanzó para captar y traducir la presencia hipnótica de Marilyn, su hechizo, su sensualidad y su inefable encanto. Se verá.
LA NACION