El DJ que hace bailar al mundo

El DJ que hace bailar al mundo

Por Alvaro Corcuera
Se presenta en el backstage con su sonrisa perenne, contagiando felicidad. A las nueve de la noche, sale a escena y se sitúa tras las bandejas y su Mac. Suena la música house a todo volumen. La locura. El, el DJ superstar David Guetta, extiende las dos manos arriba, en el aire, un típico gesto suyo. Boca abierta y ojos alucinados, ante mil personas que le corean. El público abarrota el recinto de la piscina del lujoso y cool hotel Ushuaia, en Ibiza, pensado para los jóvenes más adinerados, casi todos extranjeros, que rinden culto a sus cuerpos. Mucha carne.
La brisa mediterránea ondula la melena rubia de Guetta, de 43 años. Suena “Where Them Girls At”, el primer single de su nuevo disco, Nothing but the beat , en venta a finales de agosto. Los clientes beben champán y graban con sus teléfonos móviles la flamante canción cantada por Nicki Minaj y Flo Rida a la que Guetta ha aportado el ritmo. Es el don de este genio francés de la música electrónica convertir el trabajo de otros en verdaderos éxitos del dance. Ya no es sólo aquel DJ que se ganó el respeto y la fama en Francia durante los noventa, sino un productor musical que hoy es sinónimo de masas. Suyo es el éxito, por ejemplo, del tema-himno “I Gotta Feeling”, de The Black Eyed Peas. Suyos son los bolicheros, radiables y contagiosos “When Love Takes Over” (con Kelly Rowland), “One Love” (con Estelle) y “The World Is Mine”, el tema que, efectivamente, puso el mundo en sus manos.
“Creo que he logrado entrar en los EE.UU. Si vas a Los Angeles y enciendes la radio, todo tiene un tempo dance. Antes, sin embargo, no había ni un solo ritmo electrónico”, reflexionaba un día antes de la fiesta en el Ushuaia. El ritmo vital de Guetta es supersónico. Cada jueves del verano pincha en la discoteca Pachá, en Ibiza. El resto de la semana la pasa de un lado a otro del mundo, cruzándolo en un jet privado. Lo seguimos durante 48 horas para verlo actuar tres veces.
Al abrirse la puerta del camerino número 8 del Zénith, lugar mítico de conciertos parisiense, aparece Guetta. Viste pantalón gris, zapatillas de cocodrilo, campera de cuero y una divertida camiseta: en el centro, un hot dog bañado con ke tchup fosforescente. Es mediodía.
Guetta es un tipo sonriente, que no niega una fotografía a un fan y que encara la vida con humor. “Fuck me I’m famous” es el nombre de su sesión semanal en la disco Pachá: “Cuando inventé ese concepto [hace una década], no era para nada conocido. ¡Fue una broma!”, ríe. “Es irónico que ahora me haya hecho famoso. Mucha gente debe pensar que lo digo en serio. Pero no. Siempre me reí de la fama y de ese estilo de vida. Y todavía lo hago”, asegura el DJ que ya se presentó en tres oportunidades en Buenos Aires -la última, el año pasado-, siempre en el marco de Creamfields.
La gente que rodea a Guetta lleva por el aire a una de las joyas más codiciadas del planeta musical. Durante la entrevista, tras el show de París, Guetta repite varias veces lo complicado que resulta triunfar en los Estados Unidos. “Realmente es muy difícil tener éxito allí si no sos americano. Si sos del Reino Unido tenés una pequeña posibilidad. Pero para el resto es casi imposible”, resume mientras bebe agua mineral. No fuma, no toma alcohol ni drogas. “No las necesito”, dice. “He pinchado en raves, en clubes, en afters . Claro que muchos tomaban drogas. Pero nuestra música ya no va de eso.”

Estados Unidos a sus pies
Desde los 11 años, Guetta se enamoró de la música. No fue algo familiar: “Mi madre era profesora de filosofía y mi padre era sociólogo. Fui educado de una manera muy intelectual”, recuerda. Cuando David volvía del colegio, escuchaba emisoras piratas, que con la llegada de la FM empezaban a proliferar. Con 14 años, compró sus primeros discos y los ponía en su casa. Primero él solo y luego en fiestas con sus amigos. A los 17 se hizo profesional.
Es curioso que el éxito actual de Guetta en EE.UU. -y, por ende, en el mundo entero- tenga sus orígenes precisamente en Norteamérica. “Yo no soy gay, pero el único club en el que encontré trabajo en París fue en uno gay. Aquello me trajo suerte. Siempre me había interesado la música americana. Así que empecé a investigar qué tipo de música se pinchaba en los locales gays de Estados Unidos. Entonces descubrí el house. Y empecé a pincharlo”, explica Guetta. En aquella época, en los 80, el concepto de DJ era muy distinto: “El propietario del club era el dueño de los discos y quien te decía qué música tenías que poner. El DJ era un empleado más. Yo le pedí al jefe del Broad [el club donde empezó] que me diera el lunes por la noche, que era el día más flojo. Le dije: «No me pagues, pero me dejás poner mi música»”. La apuesta funcionó y el club empezó a llenarse.
Si algo tiene Guetta es perseverancia. “Me encanta la vida que tengo. Me vuelve loco tocar una noche tras otra”, dice, con unos ojos muy abiertos. “Pero creo que en uno o dos años voy a frenar un poco el ritmo”, reflexiona más tarde. Quizá para estar más con sus dos hijos, de siete y tres años: “Me preocupa su educación. La vida va a ser para ellos mucho más fácil de lo que fue para mí. Me preocupa inculcarles ese hambre. ¡Aaahhh! -grita- que yo siempre he tenido. ¿Cómo puedo hacerlo si ya lo tienen todo?”, confiesa. Entonces recuerda su propia infancia: “No éramos pobres, pero tampoco ricos. Mi madre era de extrema izquierda. Me enseñó a no ser un capitalista. Tiene gracia porque cuando empecé a tener éxito, fui propietario de un club. A ella le avergonzaba, hasta que un día lo vendí para convertirme sólo en artista. Me dijo: «Estoy orgullosa». ¡Es de locos! ¿Qué educación es ésa?”, ríe sin parar. ¿Pero ahora está contenta? ¡Eres capitalista! ¡Estás forrado!, le decimos. “¡Exacto! ¿Ves? Es eso. ¡Ahora está muy feliz de que esté ganando tanto dinero!”, dice con cara de “yo tampoco entiendo a mi madre”.
Desde su cabina ibicenca, David Guetta jalea a la multitud y pincha house desde las 2 de la mañana hasta más allá de las 6. Lo acompañan artistas como Will.I.am (líder de The Black Eyed Peas), Taio Cruz, Ludacris o Usher… y a última hora de la madrugada aparece su mujer, Cathy, para repartir regalos desde las alturas. La gente se entrega y Guetta pincha una mezcla del house más atrevido y otro más comercial. “Todo lo que hago es porque quiero hacer bailar a la gente. Quiero que se emocionen. Leo a la gente desde la cabina. Veo sus reacciones. A veces, llevo papel y birome. Tomo notas, veo qué puedo mejorar. Después, cuando vuelvo al estudio, hago cambios y voy limando mis creaciones hasta que suenan perfectas.”
LA NACION

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