Diarios de un vitalista impenitente

Diarios de un vitalista impenitente

Por Débora Vázquez
El diario es un género democrático. Para cultivarlo basta con el uso de la primera persona y una cronología sin grandes saltos que la escolte. Pero no todos los diaristas son escritores ni todos los escritores son diaristas. EnDe Alemania a Alemania. Diario, 1990 Günter Grass (Danzig, 1927) demuestra que se puede ser las dos cosas al mismo tiempo.
Para diferenciarse de los compulsivos del registro de lo cotidiano, Grass se reconoce desde el segundo párrafo como una suerte de renegado del género: “No soy un apasionado escritor de diarios. Tienen que ocurrir cosas muy inusuales como para que me sienta obligado.” Lo inusual en esta oportunidad es la reunificación alemana tras la caída del Muro. Un momento histórico que el ciudadano alevosamente comprometido que es Grass -adepto desde 1969 del Partido Socialdemócrata- se propone retratar a lo largo de un año, mientras viaja por los pueblos de la República Democrática Alemana para observar, discutir y saludar el fin de una era: “Regresar a la República Federal significa advertir mi creciente distancia respecto de la ?gran’ Alemania. Mi país no puede ser así. Tendré (literalmente) que despedirme”. No obstante, su nostalgia no se traduce en autocompasión estéril, sino en una militancia rabiosa contra la nueva Alemania que traza el gobierno de turno. “Ese aborto de Kohl: egoísta, patética, comodona, dura y condescendiente, poderosa y fingidamente inofensiva.”
A sus setenta y tres años, Grass no se acobarda porque lo tilden de “aguafiestas nacional” y pronostica en coloquios, mítines y la prensa local las consecuencias nefastas para la RDA del acelerado proceso de reunificación (caos social, desplome de la economía, emigración de jóvenes al Oeste en busca de trabajo). La imposición del modelo económico occidental, producto del capitalismo librado del contrapeso soviético, es otra de sus bestias negras. Vale aclarar que Grass no está en contra de la reunificación en sí, sino en contra del modo salvaje en que se llevó a cabo: una absorción voraz de la RDA por parte de la RFA, su hermana rica.
Pero De Alemania a Alemania no es sólo el diario de un animal político. Es también el diario de un escritor que imagina, por ejemplo, una novela en donde dos viudos fundan el primer cementerio germano-polaco. Es curioso asistir a la génesis de la ficción, el esbozo de tramas y personajes secundarios, la espontaneidad con que afloran ciertas ideas o la candorosa superstición -suscitada por la irrupción de un enorme sapo en el patio de su casa en Portugal- que subyace tras el títuloMalos presagios .
Uno de los textos que redacta en paralelo a esta novela es el epílogo de Madera muerta . Otro título lúgubre para un libro de litografías propias. Como John Berger, Günter Grass es uno de esos escritores con talento para el dibujo. Lo prueba la sugerente ilustración del saltamontes de la cubierta de De Alemania a Alemania (un insecto que cuando es plaga suele arrasar con grandes extensiones de tierra) así como también las que acompañan las páginas interiores. Casi todas ellas naturalezas muertas (el cadáver de un conejo, setas, el esqueleto de un pez carpa, un cactus, un cangrejo…) con la excepción de algún paisaje. En el caso de Madera muerta , el motivo es el bosque devastado en donde “la descomposición de los árboles caídos ha aumentado de tal modo que todo respira putrefacción”. La vena ecologista en Grass no es una rareza. Su preocupación por el medio ambiente se refleja en mayor o menor medida a lo largo de su obra. En este diario personal, por ejemplo, la alusión al daño en la capa de ozono y los efectos del cambio climático (tormentas en Francia y Suiza que causan inundaciones, huracanes en Suabia y Baviera) es recurrente.
Además de fuente de inspiración pictórica, la naturaleza para Grass es a la vez un objeto de estudio sociológico y la bendición de perderse en una pesquisa (“buscar setas, recoger moras, conchas raras en Portugal o hurgar en las piedras volcánicas con la esperanza de encontrar un erizo fosilizado”). Disfruta de la vida “de la mano a la boca” que lleva junto a Ute, su actual compañera, en Vale das Eiras y de rutinas tales como plantar árboles, fabricar con sepias sus propias tintas, sumergir un saltamontes en aguardiente hasta que se seque para luego dibujarlo o rellenar un conejo desollado antes de llevarlo al horno y, por supuesto, comerlo. (La aptitud de los germanos para sobrevivir a su dieta es el más asombroso de los milagros alemanes.) Su espíritu rústico y campestre lo vuelve poco quejoso ante las molestias físicas y valiente a la hora de incursionar en un quirófano: “Vi el pólipo en forma de seta, del tamaño de una judía, que me extirparon en el acto. Terriblemente interesante la vista interior del propio intestino.”
Uno de los aspectos que revela el diario es el papel de patriarca que juega Günter Grass dentro de su numerosa familia: ocho hijos de cuatro mujeres distintas a los que le gusta reunir a su alrededor. No obstante, la relación con ellos no es aquí el quid de la cuestión, como sí lo fue en La caja de los deseos . Una autobiografía puertas adentro que lógicamente no causó el escándalo provocado porPelando la cebolla , la previa entrega autobiográfica en la que Grass se atrevió a relatar en detalle su paso por las SS hitlerianas cuando tenía diecisiete años, algo que ya había insinuado en escritos anteriores y que no esquiva en De Alemania a Alemania .
El estilo seco y sintético de su prosa, que no degenera en lo telegramático, gana en precisión a la hora de definir, por ejemplo, una mantis religiosa: “Pálida, pajiza, fantasmagórica en su elegancia de gran dama”. Privado sin llegar a ser íntimo, doméstico sin caer en lo pueril, el diario de Grass es el de un hombre ocupado que no posa de excéntrico ni se festeja el ombligo. Nada de lo que ocurre en el mundo le es ajeno. Cuando en Nicaragua los sandinistas pierden las elecciones se conduele de “ese pequeño y desdichado país completamente subordinado a los Estados Unidos” y ante la posibilidad de que Inglaterra venza a los alemanes en el Mundial de Fútbol (lo cual no ocurrió) y se dispute la final con la Argentina proyecta: “La guerra de las Malvinas podría regresar a la escena, esta vez de manera incruenta.”
Otra particularidad en De Alemania a Alemania es la feroz contundencia de los juicios emitidos por su autor acerca de periodistas, colegas, políticos y trabajadores de la industria editorial, sin pasar por alto la Feria de Fráncfort en donde “lo único bueno y concentrado fue la conversación con el escritor japonés Kenzaburo Oé”, o la edificación de un barrio francés: “La Défense es un paisaje de De Chirico convertido en arquitectura. ¿Se puede hablar de ?osada cursilería’?”
De Alemania a Alemania es un libro que ofrece más de lo que promete. O, por lo menos, más de lo que Grass anticipa con excesiva convicción en sus primeras páginas como para no defraudar a nadie. Y lo interesante es que, para bien, defrauda. Porque detrás del ciudadano obsesionado con las políticas prohijadas por su país, está el hombre total: sembrador de árboles, padre de familia, cocinero, dibujante, diarista itinerante y futuro Nobel de Literatura. Un hombre con tanta vitalidad que no conoce la culpa del que debe dejar cosas de lado, porque es capaz de abarcarlo todo. Desde citarse con Andrzej Wajda para discutir la adaptación de su novela Los plebeyos hasta perderse en la visión de una serpiente que intenta tragarse a un sapo. Literal y metafóricamente, Günter Grass vive con los pies sobre la tierra por ser una rara cruza de campesino y cosmopolita.
LA NACION