Despertar

Despertar

Por Luis Aubele

Para practicar zen sólo se necesita un almohadón y una pared. No es imprescindible asistir a un templo. Aunque es importante iniciarse con un guía, después de aprendida la técnica cada uno es libre de practicar el zen donde sea. El zen es gratis, y si alguien lo quiere vender es un falso maestro”, advierte Emilio Fernández Cicco, escritor, docente y estudioso del budismo zen.

Platos rotos. “Lo único que pide el zen es que uno se detenga y se siente de cara a la pared, con la misma postura y respiración que adoptó Buda a la hora de iluminarse en la India. La gente piensa que el zen es música de cuencos, arroyos corriendo por las montañas y un monje muy anciano de mirada indescifrable. Para el recién llegado, practicar zen, al menos los primeros años, es hundirse en el infierno, volverse loco. Para llegar a los cuencos, el silencio y el arroyo, primero hay que desembarazarse de todo el ruido que llevamos dentro. No es arrullo de agua y silencio. Es humo y estruendo de platos rotos. La esencia del zen es un espejo: lo que uno es, se reflejará.”

Apagar el fuego. Zazen nos permite descubrir que uno vive en el infierno, en una casa envuelta en llamas, siempre huyendo, escapando de algo, aunque no se sepa muy bien qué es. Comprando, rompiendo parejas, luchando por mejores posiciones en el trabajo. Un alboroto que se resolvería con sólo apagar el fuego de la casa. Los maestros que aman la caligrafía suelen ilustrar el camino del zen con un círculo. Y el círculo se cierra cuando el practicante vuelve a poner la mirada sobre sí mismo. Para apagar el fuego que lo rodea debe sumergirse en el agua.

El humor de los koan. “Todos los intentos intelectuales por comprender el zen van a la basura. El zen está fuera de la mente, y, para romper la mente en mil pedazos, los maestros crearon además los koans, frases en apariencia contradictorias. La más famosa es: ¿Cuál es el sonido del aplauso de una mano? En el siglo XVII ya había más de 1700 koans, y los maestros los daban según el grado de despertar del discípulo. La mente no puede con ellos, es una batalla perdida. La idea es que en el intento por responder haga surgir en el discípulo una dimensión mucho más profunda, que es la meta del zen.”

Iluminaciones. Según la tradición, este despertar se produjo por primera vez cuando Buda entregó una flor a su discípulo Mahakasyapa, el primero que comprendió que el conocimiento no puede ser expresado en palabras. Un maestro se iluminó cuando se agarró el dedo con la puerta. Otro viendo una flor de melocotón. El maestro Kyogen vio la luz cuando una teja golpeó un bambú. Es que nadie puede asegurar qué sucederá el día en que uno se conozca a sí mismo.

Cage, Borges, Kerouac. “Los primeros maestros zen parecían salidos de una casa de locos. Bodhidarma, el primer patriarca que introdujo el zen en China, vivía en una cueva y se aseguraba que se había cortado los párpados para no dormirse mientras meditaba y solía desafiar al mismísimo emperador. Eka, su primer discípulo, se cortó un brazo para que se lo tomara en serio. En el mundo contemporáneo, el zen entusiasmó a músicos de vanguardia como John Cage; al pionero de la Gestalt, Fritz Perls, y también a escritores como Jorge Luis Borges o Jack Kerouac.”

Para principiantes. Fernández Cicco no recomienda empezar a practicar zen por cuenta propia. “Es mejor ir a un dojo, la sala donde se practica la técnica y que requiere aceptar cierta disciplina. La ropa debe ser oscura y holgada, porque la ropa clara distrae. Se entra descalzo con el pie derecho y se sale con el izquierdo. Uno debe moverse siempre en el sentido de las agujas del reloj. Los monjes enseñan que la disciplina exterior favorece la disciplina interior. Entre las escuelas, los que siguen la línea Rinzai pondrán más el foco en la resolución de los indescifrables koas. Aquellos que siguen la línea de la escuela Soto dirán que lo más importante es el zazen. Ninguno posee la verdad absoluta, es cuestión de probar. Los más intelectuales quizá prefieran el camino de Rinzai. Los más prácticos, la línea Soto. La transmisión de maestro a discípulo es vital. Aprender zen podría compararse con aprender a manejar un auto: los maestros podrán guiar a uno explicándole las funciones del velocímetro, la palanca de cambios, los pedales… Pero hasta que uno no se convierta en conductor, esa información no servirá de nada”, termina Fernández Cicco.

Ejercicio. Si alguien le pregunta, Fernández Cicco tiene preparada una lista de recomendaciones para los novatos que quieran iniciarse en el zazen: “Las primeras meditaciones suelen ser tremendas. Miles de pensamientos asaltan tu mente. Dolor de espalda. Calambres en las piernas. Imposibilidad de sincronizar la postura con la respiración y el desapego de la mente. No pienses que ya sabes qué es el zen. No olvides que se trata de una experiencia. Hasta que no la vivas, ningún libro de Susuki vendrá a ayudarte. Acepta que, por mucho que hayas leído sobre el zen, aún estás en blanco.
“No vengas al dojo a hacerte amigos o a buscar otro lugar donde huir de tu vida. El zen no es un camino de escape, es un camino de encuentro.
“No entiendas el camino como una carrera. No hay ascensos ni medallas. Ni palmadas en la espalda. No corrompas la pureza de la práctica con tu mirada competitiva.
“Que no te confundan los hábitos de los monjes. La mayoría no fue jamás a los Himalaya. Tienen tu mismo origen. Trabajan en oficinas, comercios. Son padres, maridos, abuelos. Y luchan contra los mismos demonios que tú.
“El zen es una práctica para reconciliarse con uno mismo. El meollo del asunto deberás resolverlo siempre solo, en silencio, ante el muro.”
LA NACION